LA IGLESIA VERDADERA: EL LUGAR SEGURO

QUINTA PARTE

Por Art Katz

En la relación con nuestros compañeros creyentes, necesitamos estar recibiendo el tipo de cosas que constituyen una vida real y apostólica. ¿Estamos madurando en nuestro conocimiento de Dios? ¿Estamos siendo llamados en nuestros espíritus y nuestras mentes y en la totalidad de nuestro ser?  Si no, terminaremos asentándonos en un estilo de vida mundano y predecible, o bien pudiera ser que nos encontremos un día con una comezón de llenar ese vacío corriendo hacia los lugares donde están siendo ejecutadas impresionantes demostraciones de poder. ¿Pero qué si esos fenómenos son milagros, maravillas y señales falsas o mentirosas? Seremos atraídos hacia los individuos que parecen tener estos poderes, y a los ministerios que los exhiben.  La condición de nuestras vidas cristianas inadecuadas y convencionales nos convertirá en receptáculos abiertos de este poder falso. Una prevención para esto es la obra de Dios en nuestra propia comunidad, lo que debe de impedirnos que busquemos compensación fuera de este contexto.

No podemos crecer fácilmente siendo nutridos y en la admonición del Señor en un ambiente de meros servicios dominicales puntualizados cada y nunca por el estudio bíblico entresemana.  La Iglesia verdadera no es un suplemento de domingo.  Estamos llegando al final de la edad.  Dios tiene grandes propósitos por consumar a través de Su pueblo, pero ello ocurrirá solamente a través de la porción de la Iglesia que le conozca y que hará grandes hazañas como resultado de ese conocimiento.  Pablo lo entendió cuando dijo, a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte (Filipenses 3:10). Existe un conocimiento de Dios obtenido en unión con los sufrimientos de Cristo que es exquisito, el cual no podemos adquirir de ninguna otra fuente.  ¿Cuál es nuestra actitud presente hacia los sufrimientos de Cristo?  ¿Estamos más a gusto con la mentalidad del mundo con su búsqueda del placer y de evitar el dolor a toda costa?  ¿Estamos todavía esencialmente protegiendo nuestras vidas y salvaguardando nuestra privacidad?  No somos más que un conglomerado casual de individualidades que retienen y viven su estilo de vida privado. ¿Dónde está la Iglesia del tipo apostólico en donde aquellos que creían estaban juntos? Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos (Hechos 4:33).

Vamos a tener que romper los muros de ladrillo que hemos construido a nuestro alrededor. Estas vidas privadas, separadas y aparte están en agudo contraste con el carácter distintivo, el genio y la esencia de la Iglesia verdadera. La Iglesia genuina es un sufrimiento antes de que sea una gloria, meramente por lo que somos en nosotros mismos, juntos, en la intensidad de esa comunión. ¿Estamos en una comunión que lo es de verdad, más que solamente un agregado de individuos que se congregan casualmente durante los domingos por un par de horas? ¿Está la gente saliendo en la misma condición en la que entró? Somos llamados a ser cambiados de gloria en gloria y a contemplar en el rostro de cada uno la gloria de Dios.  ¿Estamos moviéndonos hacia “partir el pan en las casas” (Hechos 2:46) como hizo la iglesia primitiva, y al mismo tiempo escuchando y compartiendo las cosas que conforman una vida verdadera, experimentando el poder redentor de Dios obrando a través de unos hacia los otros? Si nuestra vida cristiana es básicamente un lastre, y si estamos buscando emociones y demostraciones de aparente poder, entonces necesitamos urgentemente verificar qué conforma la estructura y fachada de nuestra vida cristiana, tanto individual como corporativamente. ¿Cuántos de nosotros estamos en una relación con creyentes en una base diaria?  ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a abandonar el tiempo que tenemos reservado para pasarlo delante de la televisión, y la privacidad que tanto disfrutamos, para hacer espacio para la intensidad apostólica de las relaciones?  No estoy hablando de meramente pasar visitando, sentándose a la mesa para tomar una taza de café y tener una plática casual; eso no es un sinónimo de comunidad.  ¿Amamos lo suficiente al otro hermano como para decir, “mira, mi espíritu está perturbado.  Te escuché cantando en el servicio y oí tu testimonio, pero algo en ello no cuadra.  Le faltaba el verdadero gozo del Señor y tengo el presentimiento de que estás deslizándote dentro de cierta mentalidad y espíritu de actor. Si estoy equivocado, te pido que me perdones, pero el amor me obliga a expresarte el sentir en mi corazón de alarma y de tener cuidado?”

¿Hay algo en nuestras vidas, algo incorrecto, que ha comenzado a manifestarse, especialmente en el lugar donde pensamos que somos espirituales? ¿Preferimos la privacidad a una exhortación diaria?  ¿Preferimos acudir juntos a una atmósfera de festival dominical para disfrutar de la buena sensación de camaradería, y luego regresar al mismo patrón de privacidad y reclusión por el resto de la semana?  Si es así, encontraremos que el mundo aprovechará la oportunidad para invadir, hacernos transigir y en última instancia, robarnos la fe. La comunidad en la que el pueblo no está en una relación auténtica los unos con los otros diariamente no es aquello por lo cual murió el Señor de gloria.  La comunión verdadera es muy costosa, tanto en términos de humillaciones inevitables, como en tener que ceder nuestra privacidad.  ¿Estamos dispuestos a hacer tiempo para la obra redentora y los propósitos de Dios en nuestras comunidades?

La santificación que tan desesperadamente necesitamos para poder vivir vidas cristianas auténticas no viene al agitarnos una varita mágica encima de la cabeza, sino  en la interacción con los hermanos.  Viene con el desgaste, las tensiones y roces que uno encuentra sólo en la verdadera comunidad, donde los santos avanzan con determinación de gloria en gloria.  La santificación viene a aquellos que tienen un amor de la verdad, y que reconocen que la agencia por la cual esa verdad puede ser formalizada y demostrada en la tierra es la Iglesia de Cristo Jesús.  Dios nos ha llamado a ser el fundamento y columna de la verdad, pero si la Iglesia se convierte en un fenómeno que se desmorona; si es suave, indulgente y corrupta; si ama su carne y sus lujos, ¿entonces qué esperanza puede haber de que sea eficaz en el mundo?

LA IGLESIA EGOCENTRISTA

Mientras he estado sentado en reuniones, a menudo me he quedado de una pieza cuando se hacen llamamientos para sanidad, viendo que casi todos salen de sus asientos. Jamás he visto una Iglesia tan enferma en todo lugar, y creo que seguiremos estando enfermos, tanto física como espiritualmente, mientras vivamos vidas esencialmente egocéntricas. ¿Cuál es la primera pregunta que se hace cuando se abandona el edificio el domingo a medio día? ¿No es acaso, “Qué piensas del predicador? ¿Te gustó? ¿Te gustó la alabanza? ¿Te gustó el sermón?”  ¿Es acaso lo que a ti te gusta el centro esencial de tu ser y voluntad?  Estamos en el centro todavía, y no es de maravillarse que estemos enfermos; no es de impresionarse que necesitemos ser sanados continuamente. Hasta que hagamos de Dios, Su gloria, Su honor, Su nombre y Su propósito eterno el centro, seguiremos estando enfermos hasta que nuestro foco central falso sea desplazado. Tener nuestro enfoque central en nuestro propio beneficio y en lo que podemos recibir nos coloca en un caldo de cultivo para el engaño.  La gracia salvífica de Dios es que podemos tener otro centro fuera de nosotros mismos y aparte de nosotros mismos: esto es, los propósitos eternos de Dios (Efesios 3:8-12). Nuestra enfermedad es la preocupación con nosotros mismos, haciéndonos candidatos al engaño. La medida correctiva es reemplazar nuestro egocentrismo con aquello que Dios quiere, a saber, el celo por Su gloria.  Que vengan los beneficios espirituales, no porque sean nuestro objetivo principal, sino que vengan como consecuencia de una vida de obediencia y disciplina.  Una vida así busca primera y primariamente las cosas que pertenecen al reino de Dios y a Sus propósitos, y por ende hay beneficios que son la consecuencia natural—pero no hemos de buscar los beneficios por sí mismos. Eso es egocéntrico y lleva al engaño.

Buscar a Dios es doloroso para la carne. Somos perezosos, apáticos y frecuentemente indiferentes. No podemos encontrar el tiempo; hay muchas distracciones, incluso válidas y razonables.  Pero la seguridad de los creyentes se encuentra en la búsqueda de Dios en el lugar secreto y en el lugar Santo.  Los primeros resultados de la búsqueda de Dios serán sequedales, muerte y un sentir de la presencia de Dios prácticamente nulo.  Parecerá como que nuestras oraciones no son capaces de pasar del techo. Estaremos siendo probados, y necesitamos perseverar más allá del punto donde finalmente lleguemos un lugar de gracia donde Dios Mismo nos brindará su asistencia divina.  Entonces, no nos hallaremos buscando experiencias o beneficios o el fuego de Dios o la revelación para nuestra predicación. Más que eso, buscaremos a Dios porque Él es Dios.  No debe de haber otra razón para buscar a Dios, y ciertamente no debe de ser por cualquier beneficio que nos venga como consecuencia.  Cualquier búsqueda de Dios con el motivo de buscar Sus bendiciones no es buscar a Dios para nada; debe de ser sin ninguna preocupación o consideración por nosotros mismos.  Dios merece que nos postremos delante de Él; solo Él es Dios.  Solo en ese lugar podremos comenzar a percibir la veneración, maravilla y terror de Dios, el temor de Dios y la santidad de Dios.  Tal búsqueda es una provisión otorgada por el Señor mismo para ayudarnos a ser salvados de la falsedad y el engaño.

Existe una configuración apostólica y profética de la fe que tiene su centro en la cruz de Cristo.  Si no conocemos este centro en la verdad, el sacrificio y el sufrimiento del mismo, no nos encontraremos abrazando los propósitos eternos de Dios, de los cuales el misterio de Israel en los últimos días no es el menor.  Por la falta de esa clase de orientación e iluminación, nos condenamos a encontrar una alternativa a lo insípido de nuestras vidas, de lo cual el final es la pérdida de la fe y la muerte espiritual.

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Este es un espacio para compartir temas relacionados con la apostasia en la cual la Iglesia del Señor esta cayendo estrepitosamente y queremos que los interesados en unirse a este esfuerzo lo manifiesten y asi poder intercambiar por medio de esa pagina temas relación con las tendencias apostatas existentes en nuestro mundo cristiano.
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