Mario E. Fumero
El término vida es “existencia”, y ETERNA significa que nunca se acaba. Sin embargo, nuestra vida terrenal está sujeta a tiempo. La Biblia establece que el periodo de vida normal es de 70 años, y los más robusto pueden llegar a los 80, después de ahí, vivimos de prestado (Sm 90:10). Por lo tanto, estamos sujetos en este cuerpo físico a tiempo y espacio, pero como el cuerpo es mortal, siempre tendrá que morir, aunque en realidad la parte eterna en nosotros es el espíritu en donde reside la imagen de Dios, y el cual nunca muere (Ecle 12:7). Así que con la muerte una parte de nosotros deja de existir, que es el cuerpo animal o carnal, pero la otra parte, el espíritu con el alma, permanece vivo, porque no existe muerte para la parte divina existente en nuestro cuerpo. Somos una trinidad, tenemos cuerpo, alma y espíritu. San Pablo divide la naturaleza humana en dos aspectos, el hombre espiritual y el hombre animal o natural (1 Cor 2:14-15). Uno es terrenal, vendido al pecado, el otro es celestial, incorruptible (1 Cor 15;47-49).
La vida eterna es un don de Dios dado por Jesucristo en su muerte sustitutiva en la cruz del calvario (Jn 3:15). Un don es un beneficio, un regalo, es por ello que se define la vida eterna y la salvación como una “gracia” (Ef 2:5) que equivale a regalo incondicional que se le da a los que la reciben, por lo cual, no tienen que hacer ningún sacrificio, ni pagar ninguna ofrenda para obtenerla, pues ya hemos sido comprado al costo de una vida, como dice San Pedro, por la sangre inocente de Jesucristo (1 Pd. 1:18-19).
Nadie puede arrebatarte tu salvación. El que es salvo está seguro de que tiene vida eterna. Satanás no puede arrebatarnos una salvación tan grande, sin embargo, ésta en nuestro libre albedrio el darle lugar al enemigo y hacernos esclavos del pecado por lo cual debemos velar para no ser atraído y seducido por el enemigo al pecado (Sntg 1:12-15, Hb 2:3). Mientras estemos en las manos del Señor, nada ni nadie podrá arrebatarnos (Jn 10:28), sin embargo, por voluntad propia, nos podemos salir de la mano del Señor (2 Tim 4:10), o dejar de estar bajo el abrigo del altísimo (Sm 91:1), pues podemos ser atraído y seducido por nuestros propios deseos carnales y por ende, ser llevado al pecado, (Sntg 1:14-15).
La vida eterna significa en sí la inmortalidad del espíritu, por lo cual con la muerte traspasamos una dimensión en donde viviremos por la eternidad. Eternidad, es una medida de tiempo que no tiene fin. Tratar de explicar lo eterno es como tratar de encontrarle el fin a la matemática, o del universo.
Desde una perspectiva humana y teológica, existen dos aspectos de la vida. Vivimos terrenalmente, y esta vida terrenal está marcada por el tiempo, pues al finan de nuestros días está determinado por la misma naturaleza y como consecuencia del pecado que morimos, sin embargo hay otra muerte que sí es mencionada muchas veces en la Biblia, y es la muerte espiritual, que es la separación del hombre de Dios (Rom 6:23), pero es ahí donde al aceptar a Jesús como Señor, esa muerte o separación de Dios desaparece para tener vida eterna, y Jesús lo dijo claramente: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” Jn 8:52, “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” Jn 5:24. Esa muerte física pone fin a la vida terrenal, pero después comienza otra vida en otra dimensión, porque aparece el hombre espiritual, que es eterno (1 Cor 15:45-49), semejante a su creador, el cual, previo al juicio ante el trono de Cristo (Rom 14:10) para recompensa, y según lo determina las escrituras, recibe en la eternidad para estar con Dios por la eternidad, siempre y cuando esté inscrito en el libro de la vida, de lo contrario será separado eternamente de él en el lago de fuego eterno (20:12.15).


