Dr. César Vidal
He cantado Amazing Grace en público en varias ocasiones y no me refiero en la iglesia que ha sido en centenares de ocasiones. La primera fue cuando el Grupo Risa, en Cope y en La mañana de Federico, se empeñó en que cantara alguna canción de Camino del Sur. Lo hice a capella y todavía no sé cómo me liaron, pero lo consiguieron. Yo ya la había puesto al acabar la primera temporada de la Linterna en COPE como despedida y volví a hacerlo al terminar la segunda o la tercera, quizá todavía hechizado por los chicos incomparables del Grupo Risa. Se trata de una de las canciones más bellas que se han escrito, pero, sobre todo, encierra una hermosísima historia. Su autor fue un inglés del siglo XVIII llamado John Newton. En su juventud, había hecho una fortuna trasladando esclavos de África a Gran Bretaña, pero, un día, escuchó predicar a un pastor evangélico que le condujo a las verdades sencillas de la Biblia, esas que no se predican a menudo en algunas iglesias más interesadas en otras cuestiones. La primera de esas verdades es que todos somos pecadores, que no alcanzamos la gracia de Dios y que no podemos salvarnos por nuestras propias obras ya que la ley de Dios hace “que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de El, ya que por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3: 19-20). La segunda verdad es que, a pesar de que “no hay diferencia por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 22-23) Dios nos ama y podemos ser “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3: 24-25). La tercera verdad es que, “justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5: 1) y “no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8: 1). Newton comprendió entonces, como nunca antes, que era un pecador; y que no tenía mérito alguno – como ningún ser humano – para ganar su salvación, pero que Dios estaba dispuesto a perdonarlo si, mediante la fe, aceptaba el sacrificio de Cristo en la cruz. Y lo hizo. Llorando y siendo consciente de su maldad, pero lo hizo. Sin importarle si lo miraban otros, pero lo hizo. Y ese paso cambió su vida. De entrada, experimentó la paz que sólo da Dios y que está relacionada con el perdón que él otorga y que ningún ser humano puede dar. Luego comprendió que su vida, pasara lo que hubiera pasado antes, comenzaba de nuevo. Convencido de que era salvo “por gracia por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2: 8-9), John Newton se sintió invadido por una inmensa gratitud, la que sólo pueden sentir los que saben que han recibido algo que no se merecen ni se han ganado y que sólo se debe a un Amor superior. Fue así como escribió Amazing Grace (Sublime gracia) con la finalidad de expresar su experiencia espiritual. No se quedó en eso. Durante las siguientes décadas de su vida, se dedicó a la empresa de lograr la abolición de la esclavitud en Gran Bretaña. En unión de otros cristianos evangélicos como Knibb o Wilberforce lo acabó consiguiendo antes de que la emancipación tuviera lugar en la Francia de la revolución, en Estados Unidos o en España donde no se produjo hasta las postrimerías del siglo XIX. Pocas veces, la historia que motiva una canción habrá sido más hermosa. De las muchas versiones que hay, les ofrezco hoy, amigos y amigas, la que cantó Elvis Presley. Hace años que dispuse que esta canción, uno de los himnos evangélicos más populares, se entone en mi funeral. Estoy seguro de que en el cielo también podremos cantarla.

