– ALBERT MOHLE
En «Los hermanos Karamazov», el gran inquisidor de Fedor Dostoievski ofrece esta visión de la naturaleza humana caída: «Mientras el hombre permanece libre se esfuerza por algo tan incesante y tan dolorosamente como es encontrar a alguien para adorar.» Aunque el gran inquisidor se queda corto como guía confiable para la teología, en este punto está, sin duda, en lo cierto. Los seres humanos son profundamente religiosos –incluso aquellos que no lo admiten – y los seres humanos buscan incesantemente un objeto de adoración.
Sin embargo, los seres humanos también son pecadores, y por lo tanto nuestra adoración está, las más de las veces, basada en nuestro propio paganismo de preferencia personal. Como Juan Calvino explicó profundamente, el corazón humano caído es una «fábrica de ídolos», produciendo siempre nuevos ídolos para la adoración y veneración. Esa fábrica está dañada y, dejada a su suerte, nunca producirá verdadera adoración, sino que, en su lugar, adorará su propia invención.
La iglesia no está compuesta por aquellos que encontraron al Dios vivo y verdadero por la experimentación en la adoración, sino de los que han sido redimidos por la sangre del Cordero, incorporados en el Cuerpo de Cristo, y son llamados entonces a la verdadera adoración regulada y autorizada por la Escritura. La adoración es el propósito por el cual fuimos hechos – y sólo los redimidos podemos adorar al Padre en espíritu y en verdad.
Pero, ¿lo hacemos? El filósofo británico Roger Scruton una vez aconsejó a sus colegas filósofos que la mejor manera de entender lo que la gente realmente cree acerca de Dios es observarlos en la adoración. Los libros de teología y declaraciones doctrinales pueden revelar lo que una congregación dice que cree, pero la adoración revelará lo que realmente cree. Si esto es así, estamos en serios problemas.
Basta con mirar la confusión que hoy en día existe entre los evangélicos, respecto a lo que se llama adoración. En lugar de participar en la adoración que apunta a la gloria de Dios, muchas iglesias ofrecen servicios que se parecen más a un carnaval de caos que a una congregación cristiana en adoración. Hace años, AW Tozer lamentó que muchas iglesias concibieran la adoración como “un máximo de entretenimiento y un mínimo de instrucción seria.” Muchos cristianos, según él, ni siquiera reconocen la adoración como “una reunión en la que el único atractivo es Dios.” Esto era verdad hace cincuenta años, y hoy en día esas palabras sirven como una acusación directa de la adoración contemporánea.
Para encontrar las causas de la patología de nuestro problema debemos remontarnos a realidades tan fundamentales como nuestro gusto personal o nuestra visión, tan superficial, del mundo. A nivel de cosmovisión, debemos enfrentar el hecho de que el modernismo derrumbó la trascendencia en muchas mentes. El foco de la adoración fue «horizontalizado» y se reduce a la escala humana. El liberalismo teológico simplemente abrazó esta nueva cosmovisión, e hizo los compromisos teológicos que la modernidad exigía. La adoración se transformó en un experimento en «significado» a juzgar por el adorador, no en un acto de gozosa sumisión a la majestad y la grandeza de Dios.
Ahora que el postmodernismo gobierna la cosmovisión de la élite cultural y los centros culturales más poderosos de influencia, la subjetividad radical, el relativismo moral, y la hostilidad a la verdad absoluta, marcan las formas de cosmovisión posmoderna que moldean la adoración en algunas iglesias también. El posmodernismo celebra la victoria de la imagen sobre la palabra, pero el cristianismo es una fe centrada en la Palabra, enraizada en la revelación verbal de Dios y la identidad de Jesucristo como el Verbo encarnado.
Los posmodernistas afirman que toda la verdad se construye, no es absoluta. Como insiste el filósofo Richard Rorty, la verdad se crea, no se encuentra. Aquellos que aceptan este pragmatismo radical verán la adoración como un experimento en el significado de «hacer», en lugar de una disciplina de predicar, oír, creer y confesar verdades eternas reveladas por Dios en forma proposicional.
Aunque todos los cristianos afirmamos la necesidad y la realidad de la dimensión experiencial de la fe, esta experiencia debe estar «basada en» y «ser responsable ante» la Palabra de Dios. Esto es de vital importancia en la cuestión de la adoración, ya que, dejados a nuestros propios recursos, estaremos inclinados a buscar la adoración que satisface nuestro deseo de una experiencia «significativa» o que corresponda a nuestro gusto personal como un sustituto de la adoración auténtica regulada por la Escritura y centrada en Dios, en vez de en Su pueblo.
La preocupación por el correcta adoración de Dios fue central para la Reforma, así como lo es en nuestros más importantes debates teológicos hoy. Nada es más importante que nuestra comprensión de la adoración, porque nuestro concepto de la adoración está ineludiblemente ligado a nuestra comprensión de Dios y de Su autoridad soberana para revelar la adoración que Él desea, merece y exige.
Hughes Oliphant Old una vez resumió la comprensión de los reformadores de la adoración en términos de «su sentido de la majestad y la soberanía de Dios, su sentido de reverencia, de sencilla dignidad, su convicción de que la adoración debe, sobre todo, servir a la alabanza de Dios.» Como los antiguos reconocieron, este camino de renovación «no puede ser exactamente lo que cada uno este buscando.»
Esto es, sin duda. cierto, pero es el único camino de regreso a la adoración que Dios busca, y a la recuperación de nuestro testimonio de la infinita gloria, perfección y bondad del Dios uno y trino. O bien vamos a recuperar la visión bíblica de la verdadera adoración cristiana, o vamos a caer en algún tipo de adoración pagana. No hay una tercera opción.

