Dr. César Vidal
Fue una vida trágica. Aunque poseía un estilo extraordinario y aunque sus discos se vendían como pan caliente, nada le ayudaba a calmar los espantosos dolores que le ocasionaba una columna vertebral enferma. Abrumado por un sufrimiento que no podía soportar, intentó ahogarlo en alcohol. El remedio apenas duró porque, muy pronto, las bebidas espirituosas se convirtieron en amigos de aquellas oleadas dolorosas que le arrancaban de la espalda y parecía que le iban a reventar el cerebro. Comenzó a consumir drogas. El resultado acabó siendo el mismo. Pasados los primeros momentos, se retorcía de angustia. Por supuesto, su carácter, ahora empapado de whisky, no mejoró. Si alguna vez pensó en hallar un resquicio de paz en casa, descubrió ahora que esa oportunidad había pasado. Entonces la idea del suicidio comenzó a rondarle por la cabeza.
Una noche, tras concluir un recital, se dejó caer en el asiento de atrás del automóvil mientras comenzaba a darle vueltas a la mejor manera de acabar con su miserable existencia. Muy pronto, a las tinieblas nocturnas se sumaron la lluvia y la niebla. En no escasa medida, la naturaleza que lo rodeaba le pareció un simple reflejo de su vida. Negrura, frío y ausencia de todo lo que puede convertir en grato nuestro paso por el mundo. Todo aquello sólo sirvió para confirmarle en sus siniestros propósitos. Llevaba un buen rato moviéndose el automóvil por carreteras serpenteantes cuando, de la manera más inesperada, vislumbró a lo lejos un rayo de luz. La luminosidad aparecía y desaparecía, casi como si se complaciera en burlarse de él. De repente, se percató de que aquel haz de luz procedía de un faro. Era un faro que impedía que los barcos, en una noche como aquella, se estrellaran contra los escollos de la costa. Y entonces, como impulsadas desde algún lugar que desconocía, recordó unas palabras del Evangelio, aquellas que afirman que Jesús es la luz del mundo y que quien camine bajo ella no se verá en las tinieblas (Juan 8: 12). Entonces, en apretado borbotón, también rememoró la afirmación de Jesús de ser el Camino, la Verdad y la Vida y de que nadie puede ir al Padre salvo por él (Juan 14: 6).
Sí, se dijo, era cierto que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres (I Timoteo 2: 5). No era menos verdad que durante años, él había estado muy apartado de Jesús. En aquel asiento trasero del automóvil, el cantautor se dirigió a Dios, le pidió perdón por su vida anterior y abrió su corazón a Jesús. Era consciente de que había dado inicio una nueva vida para él. Pero no se detuvo ahí. Al llegar al hotel de carretera, se precipitó sobre la mesa y escribió una canción en la que recogía su experiencia de aquella noche. La tituló I Saw the Light (Yo vi la luz). El cantante se llamaba Hank Williams y se le sigue considerando una de las estrellas más importantes de la música country de todos los tiempos. El enlace, queridas amigas, queridos amigos, viene a continuación. God bless ya!!! ¡Que Dios les bendiga!


