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Caímos en lo superficial y, como si fuésemos llevados por la corriente de un caudaloso río, no somos capaces de cambiar el curso de nuestras vidas. De hecho, flotamos cómodamente sin preocuparnos hacia dónde va ese río. Tampoco nos esforzamos por
arrimarnos a la orilla para salir de él y, mucho menos, nos sumergirnos para ver más allá de lo que contiene. Así, entonces, vamos amoldándonos a lo que dicha corriente demande y permitimos que se nos manipule hasta el punto de que todo aquel que quiera estar en la onda del momento, que irónicamente se cree libre, se aliena al orden, o mejor dicho, al desorden social que impera; de tal manera que, para caerle bien a otros y sentirnos integrados en algún núcleo o grupo, debemos vestirnos, comer, caminar y hacer la mayoría de las cosas que la sociedad nos sugiera, para no sentirnos out o fuera de contexto.
En consecuencia, con esa etiqueta nos vemos casi comprometidos y obligados a beber alcohol, consumir drogas, ser infieles, eludir responsabilidades, irrespetar normas, desacatar la autoridad, abandonar la familia, hacer dinero sin importar cómo, desnudarse para una revista y hasta declararse homosexual. Lo más triste es que, cuando alguna de estas cosas le sucede a un amigo o familiar, entonces de manera cómplice y hasta complaciente, nos referimos a esa persona en términos de excéntrico o loco, o más cínicamente aún, acuñamos calificativos amañados para disfrazar la realidad y preferimos decir que se trata de un individuo con mucha personalidad. Pero cuidado, es justo en ese momento que nos ponemos en contra de Dios, por no tener la valentía de hacer el reconocimiento de actitudes que contrarían sus mandatos. Si te acobardas y te llenas de excusas para no manifestar tu posición, que es en realidad la del Señor, eso quizás sea un síntoma de no estar identificado con El; en otras palabras aun no tienes la identidad que da el Espíritu Santo para proferir la verdad.
Precisamente, esos son los momentos apropiados para hablar de su Palabra, para hacerle entender amorosa y pacientemente a todos aquellos que han caído en las garras del mundo, que hay un Dios salvador, dispuesto a recibirlo(a) y llevarlo(a) a un mundo espiritual, que sin importar sus faltas, solo espera que en lo sucesivo, estas sean reconocidas en un sincero arrepentimiento y a partir de allí comenzar a andar en obediencia.

