Ángel Bea
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”(He.4.12-13)
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Este es uno de mis versículos favoritos, entre muchos, relacionados con las Escrituras. Lo primero que se me ocurre preguntar es: ¿A qué “palabra de Dios” se refiere el texto leído?
Algunos responderían: “Al Verbo encarnado, el Señor Jesús; la Palabra de Dios, es una Persona, no un libro. El libro no es la Palabra de Dios”.
Seguramente lo has escuchado o leído alguna vez. Sin duda, esa afirmación es cierta. Estamos diciendo la verdad cuando decimos que el Hijo de Dios, el Verbo, es la Palabra de Dios; pero también se nos presenta como una persona. (J.1.1, 14). Sin embargo, aunque eso es verdad, todavía me atrevo a preguntar si es toda la verdad con respecto al texto citado. Es para pensarlo un poco más y sacar las conclusiones más acertadas. Nada más.
Entonces, después de considerarlo, mi conclusión es que en este contexto se está refiriendo, primero, al Hijo por medio del cual Dios “ha hablado en estos postreros tiempos” (He.1.2). Pero en segundo lugar se refiere a las Sagradas Escrituras. La razón es muy sencilla: todo cuanto Dios quiso que conociéramos respecto de sí mismo y de nosotros, fue dado a conocer a los antiguos, en diferentes ocasiones. Lo cual nos indica que la Revelación no fue dada de una vez, sino poco a poco. Pero también se nos muestra que dicha revelación fue dada en distintas formas (visiones, teofanías, voz audible, milagros, sueños, etc.); y toda esa revelación dada a través de los siglos quedó registrada en las Escrituras, hasta que fue completada por medio del Hijo de Dios. El texto dice: “En estos postreros días nos ha hablado (Dios) por el Hijo” (He.1.1-2). Luego, todo cuanto Dios ha hablado por medio su Hijo, no se conocería si no fuera porque quedó registrado en las Escrituras del Nuevo Pacto/Testamento.
Así que hemos de subrayar que tanto lo dicho por los profetas antiguos como por “el Hijo” quedó registrado en las Sagradas Escrituras, sin las cuales no sabríamos nada de nada de Dios, nosotros mismos, nuestro origen, nuestra razón de ser y nuestro destino.
Ahora bien, tampoco hemos de olvidar que en esta carta a los Hebreos, se cita de manera abundante del A. Testamento (en la versión griega de la Septuaginta -los LXX- que, para el caso da igual si el autor hubiera usado el texto hebreo). Basta leer los tres capítulos primeros. A través de dichas citas, el autor de la carta muestra que el Hijo de Dios, Jesucristo, es superior a todo lo anterior que había sido revelado e instituido por Dios mismo.
Así, el Hijo se nos presenta como superior a los ángeles, a Moisés, a Josué, al sacerdocio antiguo e incluso, “el nuevo pacto” que trajo es superior al antiguo pacto y todo cuanto suponía aquel. De esta carta aprendemos que todo lo anterior al Hijo enseñabaanticipadamente y apuntaba a Jesucristo. Basta con leer de corrido cada capítulo de esta carta. ¡Imposible sacar otra impresión que no sea esa! ¿Y con qué autoridad habla el autor de Hebreos, -quien quiera que haya sido- para decir lo que dice basándose en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento?. La razón es que había un consenso en toda la comunidad judía y cristiana de que los judíos, desde el principio, habían sido los depositarios de los “oráculos divinos”?. (Ro.1.3). Testimonio confirmado por el mismo Señor Jesucristo, cuando dijo: “La salvación viene de los judíos” (J.4.22)
Pero además, esto nos lleva a recordar las palabras del mismo Señor Jesucristo, quién determinó cuál era el tema principal de las Escrituras. Él mismo dijo: “Escudriñad las Escrituras porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (J.4.22. Ver también, Lc.24.27,45)
Entonces, aunque todavía hemos de abordar el contexto más inmediato del texto mencionado al principio, uno no puede sacar otra conclusión que ésta: Que el autor de la epístola a los Hebreos, se está refiriendo a aquella palabra que, en el decir de Jesucristo “sale –salió- de la boca de Dios” y quedó registrada en las Escrituras. (No en vano a la hora de enfrentar Jesús al Diablo en sus tentaciones, por tres veces, dijo: “Escrito estáSatanás…” refiriéndose a esa parte de las Escrituras que conocemos como el Pentateuco, la Ley de Moisés). (Mat.4.4-9).
En tal caso, unas Escrituras que pueden proporcionar el conocimiento de la salvación por el medio que Dios ha elegido, es decir, su Hijo Jesucristo (2ªTi.3.15) no son unas “escrituras” cualesquiera, sino unas que como dijo el apóstol Pablo, “son inspiradas por Dios”; es decir, llevan el “aliento divino” para cumplir el propósito por el cual fueron dadas. La Revelación de Dios no podía quedar en “el aire” ya que gran parte de la misma se hubiera difuminado y, finalmente, perdido. Era necesario, pues, que dicha Revelación fuese registrada en “las Escrituras”. (2ªTi.3.15-17) Y son “Sagradas”, porque Dios intervino tanto en la historia del pueblo de Israel como en relación con los portadores que recibían las palabras de Dios. Así es: “los santos hombres de Dios hablaron (o escribieron) siendo impulsados –movidos/llevados- por el Espíritu Santo” (2ªP.2.20-21)
Entonces, hay un sentido en el cual podemos decir sin temor a equivocarnos, que las Sagradas Escrituras pueden ser reconocidas –como siempre ha sido así- como “la Palabra de Dios”. Algo que a muchos no les gusta oír, sencillamente porque no lo creen. Lógicamente, tendrán sus razones. Pero de momento, valga este adelanto, antes de abordar el contexto de los dos versículos que encabezan este comentario.
Sólo añadir algo más, antes de terminar esta primera parte, y es que el que escribe conoció al Señor a través de las Escrituras; y el que me habló a mí del Señor, igual. Los que hablamos del evangelio a otros, solo somos portadores del mensaje; pero el mensaje es lo que Dios nos ha dejado de su Palabra, fijado en las Escrituras, para que pudiéramos conocer el camino de la salvación y el cómo debemos andar en nuestra vida. Sin esa Palabra/Escrituras, no hay mensaje y no habría salvación. Habría otra cosa, que es lo que vemos en muchas personas y naciones enteras, que no conocen el mensaje del evangelio.
No idolatramos la Biblia por el hecho de reconocerla como Palabra de Dios para nosotros; pero sí respetamos el mensaje que contiene, en cuanto es Palabra de Dios para nosotros. Y además, ponemos todo nuestro empeño en conocerlo cada vez más; y nos esforzamos, con la gracia de Dios para obedecerlo. Unas veces estaremos más acertados y otras, menos; pero que nadie nos venga con eso de que “Dios es más grande que la Biblia”, como si no lo supiéramos; que nadie nos diga: “habéis encerrado a Dios en la Biblia”. Eso es tan disparatado, que nadie que tenga dos dedos de frente ni siquiera lo ha intentado hacer. Lo que sí hemos de poner mucho cuidado es en respetar el mensaje y noadulterarlo para que diga lo que nosotros queramos que diga. También podemos limitar a Dios, condicionándolo a nuestra propia interpretación del texto bíblico. Estos son problemas relacionados con la interpretación bíblica, más que con otra cosa.
Por otra parte, nadie que haya recibido una carta de su padre (o jefe) con instrucciones a seguir en los asuntos de un negocio, creerá que el contenido de esa carta es “su padre”; ni tampoco “encerrará” o limitará a su padre (o jefe) a lo que dice dicha carta; pero hará todo lo posible por conocer, respetar y obedecer lo que su padre le dice en ella. ¡Cuánto más en relación con lo que Dios nos dice a nosotros en las Sagradas Escrituras, su Palabra!
Otra cosa sería, como hemos dicho antes, tratar sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras. Pero ese no es el tema. Continuaremos
Un saludo


Gracias por sus artículos, DIOS los bendiga.