Mario E. Fumero
Deuteronomio 1:17
“No hagáis distensión de persona en el juicio; así al pequeño como el grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios, y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, yo la oiré”
En nuestros medios, así como latinoamericana, la justicia es endeble, elitista y discriminatoria. Cuando se juzga a un individuo, se toma más en cuenta su condición social y su poder económico e influencias políticas, que el delito cometido, razón por la cual la gran mayoría de los jueces tristemente hacen distinción de persona, y aquellos pobres y marginados que no tiene para pagar un buen abogado y dar ciertas “mordida”, muchas veces se le juzga sin oírles, y se les condena injustamente, mientras que el de cuello blanco, que ha robado mucho y es corrupto, queda absuelto y libre todas sus fechorías.
La mayoría de las Constituciones de las naciones, establecen el principio de la “igualdad entre todos los seres humanos”, siendo éste uno de los baluartes de los derechos individuales, sin embargo, la justicia humana los clasifica en etnias, posición social, nivel económico y poder político. En medio de una justicia humana injusta, la Palabra de Dios nos da una esperanza, pues aunque la justicia de los hombres falle, la de Dios jamás fallará, y todo aquel que juzgue injustamente, haciendo distinción de persona, será culpado delante del tribunal de Dios como dice la palabra y juicio vendrá sobre su vida (Job 19:29).
Juzguemos rectamente, de acuerdo a la demanda de Dios, sin distinción de personas, tanto al grande como el pequeño, al rico como el pobre, porque en el reino de Dios, todas las barreras están rota y somos uno solo en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28)

