(Tomado del libro de Mario E. Fumero «LOS CAMINOS DEL AMOR»
CAPITULO -V-
«NO AMAOS DE PALABRA NI DE LENGUA, SINO DE HECHO Y EN VERDAD» (1 JUAN. 3:18).
LOS CONCEPTOS DEL AMOR.
Una de las características básicas de las religiones paganas, griegas y romanas, está en que muchas de sus creencias nacen de mitos, que escapan de la realidad para acudir a fantasías absurdas de dioses-hombres, alrededor de los cuales giran sus cultos (MITOLOGIA GRIEGA). Ellos expresaban por medio de ideas abstractas los problemas concretos de la vida, la muerte, la existencia y la felicidad, naciendo la filosofía que, como teología suplementaria, traza las metas idealistas de estos mitos. De cada experiencia, de cada realidad existente en la naturaleza, de cada sentimiento, se formaba un dios que, en forma humana, realiza hazañas inauditas para lograr la inmortalidad y la realización de eso que busca. Así nació EROS, dios que por medio del placer, se identifica con el amor convertido en pasión, VENUS, diosa del amor, adorada por los romanos, JÚPITER, dios del trueno y relámpago, y otros muchos más.
Desde ese entonces, hasta nuestros tiempos, la palabra AMOR se ha identificado con el ya citado dios EROS de la Mitología, aceptándose por ello, el «amor» como una realidad que sólo se puede expresar en la pasión sexual, no existiendo otra idea superior, a no ser la enseñada por Platón, el cual afirmó que el amor es algo tan sublime, que no se puede expresar, sino que basta con retenerlo y gozarnos como una idea. Es por ello que al amor «silencioso», o que no se expresa, se le llama «AMOR PLATONICO». ¿Serán ciertas estas definiciones respecto al amor?. ¿Es solamente un instinto, o pasión?. ¿Existe su expresión en alguna otra forma?. ¿Dónde encontrar otro concepto más puro, sublime y expresivo de este amor, tan abstracto para la filosofía y demás religiones antiguas?.
Si somos imparciales, al contemplar el amplio mosaico de religiones y filosofías existentes, encontraremos una tremenda realidad, y es que no ha existido ninguna religión que encarne tan sublimemente el amor como la cristiana, la cual convierte el mito del amor en una de sus doctrinas fundamentales, y en uno de los hechos reales más grandes de la Historia. Si miramos a través de la naciente iglesia cristiana, encontraremos en ella una característica común en todos los seguidores o discípulos de Jesucristo, SU AMOR, convirtiendo la doctrina Cristiana en la «Religión del amor viviente«.
EL AMOR EN LA NACIENTE IGLESIA.
La Iglesia primitiva era una familia dentro de la cual no existían los males de la sociedad romana, que se caracterizaba por su explotación, violencia, esclavitud, orgía, crueldad, etc. Antes, al contrario, descubrimos que la doctrina cristiana hizo un impacto tremendo con su concepto del AMOR, al revolucionar a un grupo de hombres, transformados, dentro de una sociedad podrida.
Volviendo a la cultura griega, una de las más avanzadas de la historia, encontramos que ni con sus mitos, ni filosofías, ni dioses, había encontrado una experiencia profunda de un amor superior, por lo cual, con la aparición de Pablo en el templo de Atenas, aparece una concepción totalmente nueva del amor, con una modalidad y expresión revolucionaria, alterándose así la filosofía helénica con los principios de Jesucristo, ya que, el Dios proclamado por los Cristianos «No necesita templos hechos por manos de hombres» (Hechos 17:19-29), y lo más significativo aún es que su revelación no era concreta, «o algo materializado en estatuas», sino que se fundamentaba en el AMOR, que es una virtud abstracta, pues «no se puede pesar ni medir, sino expresar y vivir». Así Pablo presentaba a un Dios, que es Amor y Espíritu, que quería hacer templos de nuestros cuerpos, para así impartirnos las virtudes, que por voluntad propia, somos incapaces de expresar. Un Dios cuya expresión máxima estaba en el AMOR, entregándose por nosotros con la muerte de Cristo Jesús.
Por otro lado, los romanos, con su sociedad imperial, corrompida, esclavizada y violenta, llena de poder, no pudieron detener ni con suplicios, ni fuego, ni circos atroces, donde fieras hambrientas devoraban a indefensos cristianos, el influjo del amor, y menos aún, la existencia de otro SEÑOR (Kyrios) que disputaba, al parecer, el dominio del mundo. Sólo se conocía un SEÑOR (en griego Kyrios, en inglés Lord), término que indicaba poder, reinado, dominio total, el cual era para los romanos el CÉSAR, así que, al parecer otro Señor, J E S Ú S, proclamado por los cristianos, el César encontró a un rival contra el cual desató el odio más atroz de la Historia, (sólo comparable al odio de Hítler contra los judíos), poniéndose en marcha toda la maquinaria represiva de su Imperio contra los seguidores del otro SEÑOR. Aquí tenemos dos «Señores», uno el César, símbolo del odio, violencia, crueldad, y el otro, Jesús, símbolo del amor, perdón y humildad. A la larga el amor prevaleció sobre el odio, y el cristianismo venció al imperio.
Los Cristianos primitivos no predicaban un ideal, como nosotros hoy día, ni proclamaban una doctrina abstracta, pues si así hubiera sido, el poder romano los hubiera barrido, como hicieron otros imperios con otras filosofías. Estos Cristianos eran algo más que simples creyentes… su poder estaba en que eran BIBLIAS VIVIENTES. Sus realidades se expresaban con sus hechos, cumpliéndose entonces aquel consejo del apóstol Pablo, tan absurdo para los cristianos de hoy día, el cual dijo: «No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres, si es posible, en cuanto depende de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos… Así que si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer, si tuviese sed, dale de beber, pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No sea vencido por lo malo, sino con el bien vence el mal» (Romanos 12:17-21). Así que, basados en esta enseñanza, desprendida de Jesús, el cual dijo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen…» (Mt. 5:44), los cristianos primitivos iniciaron la epopeya más grandiosa en la expresión del amor, acudiendo al martirio con un himno de perdón en sus labios. Allí, en la casa del señor del odio (Nerón), por varios días, los cuerpos de cristianos sirvieron de antorcha para alumbrar el palacio. Allí, entre el gozo de los pecadores, que calmaban su odio con sangre, quedaron miles de mujeres, ancianos, jóvenes, niños, despedazados en los circos romanos. Mientras la multitud maldecía, éstos, de rodillas, no se defendían, no luchaban, no resistían el mal, más bien bendecían a Dios porque «Morir por Cristo era un privilegio que ennoblecía al amor«, cumpliéndose así el ejemplo dejado por su mismo SEÑOR que dijo: «El que perdiere su vida por causa de mí, ese la encontrará» (Mt.10:39).
LAS PRIMERAS CAMPAÑAS DE EVANGELISMO
Durante esta época sangrienta (del año 60 hasta el 312 D.C.) millones de cristianos murieron víctimas de estos señores del odio con sede en ROMA. Sin embargo, era tal la fe y el amor de los cristianos durante el martirio que, cual abono maravilloso, regaron con sangre la tierra en donde germinó la más poderosa semilla que transformó todo el imperio, el AMOR. Fue allí, en los circos y espectáculos públicos ensangrentados, que se efectuaron las más grandes campañas de evangelismo de la historia. En esas campañas no habían coros que entonaran hermosos himnos sobre el amor de Dios, ni instrumentos resonantes que embellecieran el ambiente con sus melodías, no habían famosos evangelistas con palabras elocuentes, proclamando verdades escritas, ni campañas de sanidades y milagros. ¡No!, no había nada de eso, pero sí era una campaña de evangelismo… no al estilo de nuestros caprichos, sino según la voluntad de Dios. En lugar del coro, se escuchaban oraciones que con amor subían al cielo diciendo: «Padre, perdónalos que no saben lo que hacen», en lugar de instrumentos musicales se escuchaba el rugir de las fieras y el grito de la gente, enajenada por el odio y el pecado. No había un predicador, ni un sermón elocuente proclamado con palabras ese mensaje típico en nosotros, bellas palabras, hermosas verdades adornadas con ilustraciones y emotividad decorativa, ¡NO!, allí no habían palabras que predicaban, sino un mensaje vivo de una fe viva, que en la adversidad expresaba el gran amor de Dios, al ofrendar sus vidas para la salvación de muchos.
Esa forma de morir amando, perdonando, alabando a un Dios en el cual tenían todas sus esperanzas, de rodillas, con fe, con valor, produjo el más profundo impacto entre muchos de los espectadores que vieron en ellos «algo que el mundo no tiene» y salían del espectáculo, a buscar a los cristianos para «unirse a ellos y experimentar esta realidad, esta vida maravillosa de morir amando». No hubo un llamamiento, pero millones despertaron y nacieron para Cristo en esos circos romanos, por cada semilla de trigo que moría al caer al suelo, otras muchas espigas florecían.
LAS DIMENSIONES DEL AMOR VIVIENTE
Este fuego del amor en los primeros siglos no puedo ser «apagado por las muchas aguas, ni ahogado por los ríos» porque su fuerza venía de esa experiencia personal con un Dios vivo (Cantares 8:7). El odio quedó destruido, las fuerzas del mal derrotadas y del Imperio, solo quedaron ruinas. ¿Cómo es posible que en una forma tan «pacífica» haya sobrevivido y, además, destruido al Imperio más poderoso de la tierra?. Es que la fuerza del amor no se puede entender, ésta penetró a los palacios, al senado, a los soldados romanos, al trono del mismo Emperador… su Espíritu inundó de poder todo el sistema y quebró la espada… Porque, ¿quien puede detener al Espíritu de Amor expresado por los que lo viven?. Para el amor no hay cárcel, no existen cadenas que lo puedan atar, no hay lugar donde se pueda esconder, es como el perfume de la flor que lo inunda todo, es como el aire que penetra por el más pequeño rincón para dar vida.
Además de este amor público, patentizado al mundo en el sacrificio y perdón a los enemigos, los cristianos también tenían dentro de su comunidad, o iglesia, la mejor forma de expresar con hechos «el amor entre los hermanos», sin prejuicios o discrepancias. Para entender la función del amor dentro de la iglesia como cuerpo de Cristo, necesitamos entender qué significa iglesia. Sobre la misma hay muchas definiciones, tanto teológicas como etimológicas. El origen de la palabra proviene de un vocablo griego que indica «asamblea o congregación«, sin embargo, el concepto varía según del lado que se mire, variando su interpretación. Hoy día, hemos formado otro concepto diferente de lo que es una «iglesia», el cual está muy lejos de la realidad; si le preguntara a cualquier cristiano de hoy qué es una iglesia, ¿saben cómo respondería?. Es un local con un nombre, en el cual, un grupo denominado «cristianos tales», se reúnen ciertos días y horas a la semana para predicar, cantar y buscar a Dios. Así, pues, el concepto de «iglesia» varía según el marco, la costumbre y el ángulo en que lo miremos. Partiendo de esta verdad, cabe preguntar: ¿Qué era para los cristianos primitivos la iglesia?. ¿Cuál era su mentalidad al respecto?. Se diferenciaba mucho del concepto nuestro, sea cual fuese, pues para entender bien esta verdad de la enseñanzas bíblicas tenemos que despojándonos de teología o etimología, o cualquier otro medio al cuan nos hayamos aferrado. Veamos que es la iglesia, según fue concebida en la mente del Señor Jesús, y predicada por los apóstoles.
¿QUÉ ES EL CONCEPTO DE IGLESIA?
La iglesia concebida por Dios expresaba su sentir, el cual consistía en «reunir todas las cosas en Cristo Jesús» (Efesios 1:9-10) formando así un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, que indica el gobierno de Jesús (Efesios 5:23) y cuyos miembros son los cristianos, unidos unos entre otros por coyunturas y ligamentos envueltos en Amor (Efesios 4:16). Por lo tanto, en la Cruz del Gólgota convergen todos los que quieren recibir «este reino de Dios» (Mateo 3:2) venido a los hombres en las personas de Jesús, al cual Dios ha hecho EL SEÑOR DE TODOS LOS QUE QUIERAN SOMETERSE A SU DOMINIO (Romanos 10:9; Filipenses 2:11). Una vez en la cruz (conversión), seguimos a la tumba vacía (transformación) para encontrar en nosotros una vida nueva, con nuevos propósitos y objetivos. Así pues, todos convergemos en Cristo Jesús, y en la obediencia a su mandato, (Juan 14:23) como fieles discípulos dispuestos a todo por vivir bajo su señorío, naciendo así la iglesia. AL TENER a Jesús como centro, nos juntamos, ya que sentimos lo mismo, y al hacer esto, formamos una comunidad, cuyo único propósito es «vivir entre todos, los principios proclamados por el Señor, formando una gran familia».
Antes de convertirnos estábamos identificados con otro reino: el reino de este siglo, con su pecado e injusticia; pero al llegar Cristo, somos trasladados de un reino en tinieblas, a otro de luz. Del reino de este siglo al reino de Jesucristo (Colosenses 1:13, Juan 18:36; Efesios 5:8; 1 Pedro. 2:9). Es por ello que esta iglesia adquiere ciertas características dentro de sí misma, muy diferentes a la sociedad podrida de fuera, ya que, sin imponer dogmas o sistemas, alcanza la máxima realidad del amor y la justicia entre todos los que la componen, pues están «unánimes» en el mismo sentir, impartido por la nueva criatura, operada en la conversión (2 Corintios 5:17), pues sin esta experiencia de «nuevo nacimiento», caeríamos en un sistema social o partido político, que promulga el cambio del sistema para enmendar los males sociales, ignorando que los males no están en los sistemas, sino en el corazón del hombre. Los cristianos formarían una sociedad en donde el objetivo básico no sería el de formar una sociedad de consumo, ni de producción, sino una comunidad familiar con deseo de servir, esto es lo que se llama iglesia.
Esta comunidad de discípulos hacen de sus reuniones, no un centro público de diversión o entretenimiento, sino un cuerpo bien unido, bien definido, bien impregnado del mismo sentir, el cual es el que hubo en Cristo Jesús (Filipenses 2:15) y cuyo propósito es capacitar a los discípulos para que realicen la obra del ministerios (Efesios 4:12), expresado en la gran comisión (Mateo 28:10-20). Para entender mejor esta iglesia como «reino de hermandad» o «comunidad», miremos las realidades escriturales de sus hechos. Al convertirse la multitud de los tres mil el día de Pentecostés (Hechos 2) por el mensaje de Pedro, apareció el fenómeno de la unidad entre «los que creían» uniéndose, no para tener un culto a la semana, como una rutina, sino formando una comunidad que, por las casas «compartían el pan y oraban» estableciendo una forma de vida tan íntima entre todos los que creían, que no había ningún necesitado (Hechos 2:42-47).
La justicia y la igualdad entre los hermanos era algo maravilloso, no se permitían los desequilibrios sociales entre riqueza y pobreza, pues según las posibilidades y necesidades de cada uno, se ayudaban mutuamente, para que «la abundancia de unos supliera la escasez de otros, para que hubiese igualdad» (2 Corintios 8:14-15,Hechos. 4:32-34)[1] y lo hacían, no porque existiera una revolución social o política, ni porque así se legislara, como normas para pertenecer al grupo, ni por fuerzas humanas o psicológicas, sino que esta actitud espontánea era consecuencia de la plenitud del amor de Dios en sus medios que, al unirlos, los compungía en «una sola cosa», sintiendo todos lo mismo, los unos por los otros, como ocurre en el cuerpo (1 Corintios 12:25-26). Esta forma de ser de los cristianos dentro de su comunidad no la implantaron como un sistema social, ni aún lo enseñaron fuera de su Iglesia, como muchos quieren hacer hoy día, pues, para imponer justicia tiene que existir primero el AMOR y el ejemplo. Ellos eran conscientes que para lograr la verdadera justicia e igualdad, tenían que nacer a un amor puro y perfecto, ya que en la fuerza o imposición no puede estar éste. Ahí es donde fallo el comunismo, como filosofía de igualdad y justicia. Éste promulgaba virtudes por medio de la violencia, odio y coacción de libertad, sustituyendo el libre albedrío por la esclavitud, que priva al hombre de su capacidad de actuar con conciencia y por sentimiento, por considerarlo una cosa más dentro del sistema.
Los cristianos creían y vivían una justicia e igualdad muy lejos de asemejarse a la que el comunismo o el capitalismo predican, ya que en su servicio, actuaban con libertad, conciencia, y más que nada por el poder del AMOR. En esta época apostólica, como en toda la historia de la iglesia primitiva, había explotación del hombre por el hombre; existía la peor esclavitud de la humanidad, en la cual, el hombre valía igual que un objeto que se compra o se vende, había miseria y violencia, habían clases burguesas que vivían a costillas del esclavos, había imperialismo, el de Roma, que esclavizaba y explotaba a muchos pueblos, existían, pues, todos los males sociales que hoy puedan haber, pero dentro de esta comunidad cristiana esto no existían; la ley del amor había creado en ellos un reino diferente de hermandad e igualdad. Para vivir esta realidad había que ser del «cuerpo», no era para el mundo, ni para la sociedad, ya que ésta carecía de la naturaleza espiritual para amar y, además, no podía entender, como muchos hoy día no entienden, este sistema del Espíritu, porque bien dice la Escritura: «Que el hombre natural no puede entender las cosas que son del Espíritu, porque para él son locura» (1 Corintios 2:14). Ellos no predicaban un cambio social para salvar al mundo, o a la sociedad existente del caos. El mensaje de ellos era: «Arrepiéntanse y confiesen al Señor Jesús«, porque no es un cambio de sistema lo que el mundo necesita, sino un cambio del corazón, porque de ahí sale lo que contamina al hombre (Marcos 7:21-23). Una vez que Cristo reina en el corazón, el amor aparece como por arte de magia, desprendiéndonos un poco de nuestro egoísmo y volviéndonos más a los demás.
Pablo habla de la igualdad y se expresa de ello como algo natural y común, como parte de la vida misma de la Iglesia: «Sino que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también ellos suplan la necesidad vuestra para que haya igualdad, como está escrito: el que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco no tuvo menos» (2 Corintios 8:13-15). ¿Cómo es esto de que, el que recogió mucho no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos,? Es que al hablar de «igualdad«, hablamos de que unos a otros se compensaban, se ayudaban, compartiéndose las cosas para que todos tuviesen lo necesario para vivir, era un modelo de amor en el cual se ayudaban «para ser todos iguales».
Otro hecho de la realidad de justicia e igualdad está en el origen del diaconado; ¿Qué era un diácono?. Para algunos, es uno que forma una directiva, que gobierna la iglesia y manipula a al pastor, o uno que recoge la ofrenda, o que acomoda al que llega, o que carga la llave del templo, pero todos estos son concepto erróneos. ¿Por qué se creó el diaconado?, el relato nos da la respuesta; había problemas en la ayuda a los necesitados, y los apóstoles tenían el deber de dedicar más tiempo «a la oración y a la enseñanza«, por lo propusieron que se nombraran a siete varones que reunieran tres condiciones: buen testimonio, llenos del Espíritu y con sabiduría, a los cuales se les encomendó la misión de servir las mesas, o sea, de ayudar a los necesitados materiales, dentro de la comunidad o Iglesia (Hechos 6:1-6).
Santiago se expresa sobre esta realidad usando el término religión, pero ¿que significa aquí el término «religión»?, dice el texto: «La religión pura y sin mancha está en el visitar a las viudas y los huérfanos...2 (Santiago 1:27) y Juan añade que: «si tenemos bienes de este mundo y vemos a un hermano tener necesidad y cerramos el corazón, ¿cómo mora el amor de dios en nosotros? (1 Juan 3:17). La religiosidad se mide por el compromiso y el servicio a los demás, y no por el hecho de pertenecer a algún credo o iglesia. El mismo Jesús exalta la realidad del amor y lo presento como fundamento en el juicio final, en una historia que podemos leer en Mateo 25:34-46, en la cual, el Señor establece que no entramos al cielo por lo que creímos o hablamos, sino por lo que hacemos o vivimos. Este amor al necesitado, comienza en la familia, y como relata la parábola del buen samaritano, sale al mundo para dar amor y no imposición, remediando con hechos parte del dolor del humano. Podemos afirmar que en la medida que Jesús crece en nosotros, ese amor se perfecciona, y se va haciendo cada vez mas DIMENSIONAR. Estas dimensiones del amor se nota en las cuatro formas básicas para revelarlo:
EL AMOR A LA FAMILIA: Es el primer amor que conocemos, en griego se define como «AMOR FILIO», y nace de la relación, el servicio y la entrega mutua. Es un afecto de la gratitud por alguien que nos cría, ama y protege en cierto momento de la vida, de ahí nace la palabra FAMILIAR. Es natural, y básico para poder entrar en las demás dimensiones del amor, dice la biblia que debemos amar primero a los de nuestra familia y proveer para ellos todo lo necesario y afirma que «que si no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo»(1 Tim 5:8). En la medida en que amemos a nuestros familiares, podremos amar a Dios y a los hermanos, pues si en lo natural no eres fiel, menos lo serás en lo espiritual.
EL AMOR A LOS HERMANOS: Es producido por el nuevo nacimiento, cuando conocemos a Jesús, amamos a los hermanos, como dice 1 Juan 3:14 «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. el que no ama a su hermano, permanece en muerte». Este mandamiento es IMPERATIVO, o sea, se tiene que manifestar como lo primero y básico en la vida cristiana, y nace de una experiencia con Dios. Este amor no trae bendiciones, porque no requiere esfuerzo y es en sí un deber, pues Jesús dijo «si amáis a los que os aman, ¿que recompensa tendréis? (Mateo 5:46). En la medida que aprendamos a amar a los hermanos, evidenciaremos el amor de Dios en nosotros, pues «el que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor» (1 Jn 4:8)¨.
EL AMOR AL PRÓJIMO: Una vez proyectado en la vida familiar y en la iglesia, estamos listo para proyectarlo más allá de estas dos dimensiones, estamos listo para vivirlo en las relaciones con nuestro prójimo. ¿Pero quien es el prójimo? El próximo, aquel que pasa o está a nuestro lado, y aunque no lo conocemos, ni necesita de nosotros, lo tenemos cerca. Es el sentir carga por el perdido, desposeído, enfermo, o simplemente por el que encontramos a la orilla del camino. Jesús lo ilustra con el relato del buen samaritano, (Lucas 10:25-24) y expone un amor que revela más que una experiencia, un compromiso que sale del marco legal, o institucional, para proyectarse más allá de lo que es normal. Este mandamiento de «AMAR AL PRÓJIMO COMO A TI MISMO» trae bendición,(Mt 10:42, Mc 9:41) y es el producto de la obra del Espíritu, que hace que ese amor se agrande y salga de lo limitado, al sentir por los perdidos, produciéndose un compromiso de entrega y servicio a la sociedad, de la cual somos sal y luz. En la medida que nos damos al prójimo, vamos creciendo en un amor que engendra visión y paternidad espiritual, naciendo así el ministerio, y creándose las condiciones para el llamamiento divino, pues cuanto más amamos al prójimo, más apto seremos para servir.
EL AMOR A LOS ENEMIGOS: Pero existe otra dimensión que a todos nos cuesta mucho aprender. Es el amor al enemigo, al que te hace daño, al que te desprecia, ofende o insulta. A nadie le gusta amar al que le odia o ataca…es por ello que el amor al enemigo apela más que a la razón, a la obediencia. Jesús dijo de forma IMPERATIVA «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:44) Tenemos que amar, no porque lo sentimos, ni lo deseamos, sino porque el Señor nos lo ordena, y claro está, en la obediencia hay bendición. Cuando por amor al Señor nos esforzamos en tolerar, amar y soportar a nuestros adversarios, estamos revelando un amor que va más allá de lo lógico, que entra a la dimensión de la obediencia, más que al deseo. Si tenemos que amar al enemigo, porque lo sentimos, jamás lo haríamos, pero aunque me cueste, aunque no lo desee, acepto el reto y el mandato de Jesús, y le amo, pidiendo al Espíritu Santo que sane mi resentimiento, para entonces hacer por obediencia, lo que por medio de la razón jamás haría. De pronto al hacer este esfuerzo, recibo y descubro una dimensión tremenda de un amor que transforma las vidas, y con el tiempo, mis enemigos se puede convertir en mi mejor amigo e incluso, mi hermano en la fe, pues el testimonio de amor impacta los corazones.
Recuerdo cuando estudiaba en el Instituto Bíblico, tenía un compañero que me molestaba mucho, incluso una vez, y de forma intencional, me golpeo mientras oraba de rodilla. Era un aguijón para mi vida, y le llegue a tener como un enemigo entre mis compañeros de estudio, pero un día el Señor me toco y me dejó ver que si amaba a los que me aman, ¿que estaba haciendo de mas?, por lo tanto, me obligo a amar a aquel compañero que tenía por enemigo. Comencé a ser con él un amigo, le servía, le ayudaba, y aunque me costaba mucho trabajo, pues me caía muy mal, trate de amarle, aunque él me despreciara, por último, se convirtió en mi mejor amigo, me invito a su casa y al graduarme aprendí a amarle, y ver en él cosas buenas que antes, por el odio y resentimiento, no podía ver.
Si existe algún amor que traiga bendición y paz al corazón, es éste amor, solo lo pueden practicar los que tiene madures, dominio propio y han entrado a una vida profunda en el Espíritu Santo, además, es el amor que más sanidad emocional y liberación de acción produce, y es el que Dios más bendice.
CONCLUSIÓN.
Y como conclusión de esta parte, resumiré lo dicho como que «El verdadero vivido como Jesús lo enseñó, no es un mito, sino una tremenda realidad transformadora».
Y ahora me pregunto: ¿Estamos, como iglesia, viviendo este amor?. ¿Es este amor una realidad interna dentro de nuestras estructuras de justicia e igualdad? ¿Vivimos lo que predicamos?. ¿Existirá la iglesia bajo el concepto apostólico?. ¿Qué nos queda del patrón original bíblico?. ¿Hay justicia e igualdad en el cuerpo de Cristo?. ¿Hemos hecho lo que queremos o lo que Dios manda con el amor?. ¿A qué distancia estamos de vivir la plenitud de esta realidad apostólica?.
Todas estas preguntas tú las puedes contestar, y si lo haces con sinceridad, como yo me las he hecho en mi vida, llegarás, por más que divagues, al mismo punto que yo, y es que estamos igual que la iglesia de Éfeso, de la cual dice Dios: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, pues, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a por ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieras arrepentido» (Ap. 2:4-5).
EL AMOR PRODUCE VERDADERA COMUNIÓN, ROMPIENDO BARRERAS Y PREJUICIO, PORQUE NO TIENE CADENA.
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