CS Lewis –
Lo que llamáis «estar enamorados» es un estado glorioso y, en varios aspectos, es bueno para nosotros. Nos ayuda a ser generosos y valientes, nos abre los ojos no solo a la belleza del ser amado, sino a la belleza toda, y subordina (especialmente al principio) nuestra sexualidad meramente animal; en ese sentido, el amor es el gran conquistador de la lujuria. Nadie que estuviera en sus cabales negaría que estar enamorado es mucho mejor que la sensualidad común o que el frío egocentrismo. Pero, como he dicho antes, «lo más peligroso que podemos hacer es tomar cualquier impulso de nuestra propia naturaleza y ponerlo como ejemplo de lo que deberíamos seguir a toda costa». Estar enamorado es bueno, pero no es lo mejor. Hay muchas cosas por debajo de eso, pero también hay cosas por encima. No se lo puede convertir en la base de toda una vida. Es un sentimiento noble, pero no deja de ser un sentimiento. No se puede depender de que ningún sentimiento perdure en toda su intensidad, ni siquiera de que perdure.
El conocimiento puede perdurar, los principios pueden perdurar, los hábitos pueden perdurar, pero los sentimientos vienen y van. Y de hecho, digan lo que digan, el sentimiento de «estar enamorado» no suele durar. Si el antiguo final de los cuentos de hadas «y vivieron felices para siempre» se interpreta como «y sintieron durante los próximos cincuenta años exactamente lo que sentían el día antes de casarse», entonces lo que dice es lo que probablemente nunca fue ni nunca podría ser verdad, y algo que sería del todo indeseable si lo fuera.
¿Quién podría soportar vivir en tal estado de excitación incluso durante cinco años? ¿Qué sería de nuestro trabajo, nuestro apetito, nuestro sueño, nuestras amistades? Pero, naturalmente, dejar de «estar enamorados» no necesariamente implica dejar de amar. El amor en este otro sentido, el amor como distinto de «estar enamorado», no es meramente un sentimiento. Es una profunda unidad, mantenida por la voluntad y deliberadamente reforzada por el hábito; reforzada por (en los matrimonios cristianos) la gracia que ambos cónyuges piden, y reciben, de Dios. Pueden sentir este amor el uno por el otro incluso en los momentos en que no se gustan, del mismo modo que yo me amo a mí mismo incluso si no me gusto. Pueden retener este amor incluso cuando cada uno podría fácilmente, si se lo permitieran, estar «enamorado» de otra persona. «Estar enamorados» los llevó primero a prometerse fidelidad; este amor más tranquilo les permite guardar esa promesa. Es a base de este amor cómo funciona el motor del matrimonio: estar enamorados fue la ignición que lo puso en marcha.


