Ángel Bea
El “fullero” es uno que hace fullerías; un tramposo, un estafador y como tal no tiene más remedio que emplear el engaño para conseguir lo que quiere. Quizás todos tenemos memoria de algún fullero que, cuando éramos niños hacía fullerías en los juegos. Siempre, claro, con la intención de ganar. Nunca se conformaba cuando perdía. A veces acusaba a los demás de hacer “fullerías” y pretendía que se repitiera el juego. Alguno había incluso que terminaba llorando por su mal perder. Los demás niños no entendíamos ese comportamiento y al final, nadie quería jugar con el fullero: “¡No, contigo no, que haces fullerías!”
Menos mal que éramos niños y aquellos juegos no tenían mayor transcendencia. ¿O sí? Bueno, yo creo que sí, que ya desde pequeños se va perfilando la forma de ser de una persona y, salvo que intervengan algunos factores… el fullero lo será siempre y a lo largo de su vida. Ejemplos se podrían poner a millares. Ahora recuerdo haber visto una película (aunque no recuerdo el título) en la cual un estudiante de universidad hacía trampa en relación con sus estudios y en los exámenes, lo cual le sirvió después para “trepar” en la vida y de lo cual estaba muy orgulloso; él y su padre, de quien había aprendido esa forma de ser.
Parece que el contexto familiar tiene mucho que ver con la formación del fullero. Por esa razón es que también podemos recordar algunos fulleros más: El tabernero fullero echaba agua en el vino, mientras que el lechero fullero aguaba también la leche; el que vendía al peso también tenía trucada la balanza, porque era un fullero y un tramposo. El «amigo» fullero en incluso, el marido y la mujer (aunque menos) fulleros.
En el Antiguo Testamento de las S. Escrituras, todas esas cosas estaban reguladas por la ley divina, con serias advertencias a los transgresores. Y los profetas denunciaron tanto al pueblo como al liderazgo político y religioso a la cabeza, cuando éstos se desviaban por haber incurrido en tantas y tan graves “fullerías” que atentaban contra la verdad, la integridad y, en definitiva, contra la justicia.
La fullería siempre está mal. Pero vamos al caso que cuando la “fullería” se emplea en política, por parte de los gobernantes y además, se hace de forma descarada, sin respeto ni a las leyes ni a los gobernados, tal comportamiento crea una indignación tal que pone en serio peligro la convivencia social. Aunque al fullero-tramposo, le da igual. Él o ella se ríen porque creen que incluso están haciendo bien o, simplemente, porque no les importa nada.
Vamos al caso de que desde hace tiempo estamos asistiendo a una sucesión de fullerías (trampas, engaños y estafas) por parte de nuestros gobernantes que en cualquier sociedad medianamente sana, se les hubiera obligado a dimitir de forma inmediata. Las mentiras descaradas del principal gobernante; el “riego” con dinero público a los distintos medios de comunicación para acallar cualquier crítica; el copar los órganos del poder judicial con jueces afines; el usar del dinero público y hacer todo lo posible con la finalidad de permanecer en el poder; el cambiar leyes que “no me gustan” (“cambiar las reglas del juego”) para conseguir lo que por medio de las leyes establecidas no pueden conseguir, y un largo etc. Todo ese comportamiento fullero pone de manifiesto la calidad moral y ética de los que así proceden.
De seguir por ese camino, no solo los gobernantes, sino también gran parte de la sociedad irá copiando el “ejemplo” de aquellos. Sobre todo los jóvenes, a los cuales nos les faltará una “educación” desde la más tierna infancia, acorde con esa forma de ser tan corrompida, aunque a aquellos les parezca que están actuando de forma correcta desde el punto de vista “legal”. Luego, aunque muchos que dicen creer en las Sagradas Escrituras hayan adjurado del juicio de Dios sobre los que hacen mal, nosotros todavía creemos que la Palabra de Dios es verdad y que frente a las mentiras y mal proceder de las personas, no dejarán de cumplirse ni una sola de sus palabras. De ahí la conveniencia de recordar, una vez más, aquellas claras y potentes palabras del profeta Isaías:
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en su propio juicio y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Is.5.20-21)
Los “ayes” del profeta debían tener, lógicamente, un cumplimiento en la historia del pueblo de Israel como nación, a causa de sus muchas “fullerías”. ¡Y los tuvo! En relación con nuestra nación, seguramente también tendrán sus consecuencias lógicas, pues no me cabe ninguna duda de que no se puede ir en contra de las leyes morales y espirituales de Dios sin sufrir las consecuencias lógicas; y eso es debido a que así mismo lo estableció Él:
“No os engañéis. Dios no puede ser burlado: Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál.6.7).
¡Que Dios nos ayude!
(Nota: Vaya lo dicho en relación con cualquiera que sea “fullero”, sea quien sea el gobernante y pertenezca al partido político o formación que sea


