LA MILLA EXTRA

Mario E. Fumero

¿Hasta dónde llega nuestra responsabilidad como mayordomo? Esta pregunta sería fácil de contestar a menos que nos ubiquemos históricamente en el sentido del escritor bíblico, así como de las enseñanzas de Jesús.

            Hoy todo mayordomo tiene a su cargo una responsabilidad encomendada, la cual debe llevar a cabo de acuerdo a los parámetros establecidos en la proclama de Jesús cuando afirmó que, si somos sus amigos, “debemos de hacer lo que él manda” (Juan 15:14) Pero ¿Qué nos manda Jesús? La respuesta la encontramos en Mateo 5:41 cuando dice:

“y a cualquiera que le obliguen llevar carga por una milla, ve con él dos”.

            Esta ordenanza del Maestro nos lleva a ir más allá de lo que para el mundo moderno es lógico y normal. Cuando hablamos de la milla extra hablamos de sobrepasar los límites de la lógica, para entrar al plano del sacrificio, porque el servicio y el ministerio dentro del concepto bíblico del Nuevo Testamento envuelve un sacrificio que está condicionado a una rendición incondicional para hacernos esclavo de Jesucristo según Mateo 19:29).

“Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna”

            No hay entrega sin desprendimiento. Es imposible ser mayordomo sino estamos dispuestos a renunciar a nuestros propios deseos y caprichos. Es ahí donde aparece el reto de “negarnos a nosotros mismos” para someter todos mis derechos al Señorío de Cristo (Marco 8:34[1]) por lo que no debería vivir yo, sino Cristo en mi (Gálatas 2:20[2]) lo que significa poner como prioridad número uno el hacer aquello que el Señor nos ha encomendado, con temor y temblor.

EL CELO DEL MAYORDOMO 

            Ser cuidadoso de aquello que se me encomienda, y que no es mío, envuelve una actitud de protección, y hasta cierto punto de celo. Cuando hablamos de celo inmediatamente pensamos en el celo destructivo, porque esto es lo que ocurre cuando el mismo es posesivo y egoístas, pero en realidad existe un celo que nace de la responsabilidad y del amor hacia aquello que tengo, poseo, amo o se me encomienda.

            Según el diccionario definamos el celo como un sentimiento que nace como producto de la responsabilidad. Es el hecho de cuidar algo con diligencia e interés. Esto puede ser un bien material, una persona, o un encargo. En realidad, el celo es el producto de un ardiente y activo sentimiento hacia personas o cosas que están bajo nuestra responsabilidad o cuidado, para la gloria de Dios y el bien de las almas.

            La Biblia habla del celo de Jehová e incluso lo menciona como un celo o fuego consumidor (Deut 4:24[3]), porque él que ama, protege aquello que es amado.

 ¿Qué significa el término “un celo que es fuego consumidor”?

 Que me siento tan responsable y comprometido en hacer cumplir las normas establecidas, que no estoy dispuesto  a transgredir, negociar, descuidar o claudicar los principios o valores que se me han encomendado.

            El mismo apóstol Pablo sufría cuando su celo por la obra lo llevo a decir en 2 Corintios 11:2. “Porque celoso estoy de vosotros con celo de Dios; pues os desposé a un esposo para presentaros {como} virgen pura a Cristo

            Desde antes de convertirse, el apóstol Pablo (llamado Saulo) fue tan celoso de su judaísmo radical, qué tratando de defender lo que él creía, se convirtió en un terrible perseguidor de los cristianos, sin embargo, nuestro celo por la obra de Dios no debe llevarnos a una posición tan radical, pero sí debemos defender la verdad, y cuidar las cosas de Dios, sin olvidar que debemos de amar aun a nuestros enemigos.

            El mayordomo fiel debe ser celoso de los bienes que se les ha encomendado, y no debe hacer uso arbitrario de los mismos para sí mismo, debiendo ser cuidadoso de ellos. Un verdadero siervo del Señor debe ser celoso, y cuidar los bienes de su amo, pues no son suyos, aunque tristemente en nuestros medios no es así, pues cuidamos lo nuestro, pero no le prestamos el mismo interés a los bienes del reino, y es más, abusamos de ellos para beneficio propio.

LA PARABOLA QUE MUESTRA LAS CONSECUENCIAS DE SER UN MAL ADMINISTRADOR O MAYORDOMO

            En el evangelio de Lucas 16:1-13 Jesucristo da una profunda enseñanza sobre el principio de la mayordomía (oikonomos) en la cual se establecen las bases que deben regir nuestro accionar en el reino de Dios. Deseo transcribir una interesante enseñanza publicada en “Tabletalk Magazine” sobre una explicación clara y concisa de esta parábola, que tiene una gran enseñanza sobre nuestra responsabilidad ante el amo al cual tendremos que dar cuenta de nuestra mayordomía:

            “Nuestra parábola comienza con un «cierto hombre rico» que tiene un «mayordomo» o «administrador» (griego oikonomos;  Lc 16:1). Un oikonomos en el mundo antiguo era un servidor de confianza que distribuía los bienes o productos de su amo a sus clientes y mantenía un registro honesto de aquellos que le debían a su señor. Sin embargo, este mayordomo es deshonesto. Su amo recibe una acusación de que el mayordomo está derrochando sus bienes (v. 1). Sin dudarlo, le pide que presente sus cuentas y lo despide. Inmediatamente, el mayordomo se pregunta qué hará. Es demasiado débil para cavar y demasiado orgulloso para mendigar (v. 3). Pero luego del pánico inicial da paso a la sabiduría. Se acerca a todos los deudores de su amo, les pregunta cuánto deben y luego les dice que reescriban sus contratos.

            Su estrategia es simple. Él les otorga descuentos antes de entregar su carnet de acreditación para que, en sus propias palabras, «cuando se me destituya de la administración, me reciban en sus casas» (v. 4). Su plan se aprovecha de los códigos antiguos de beneficio y hospitalidad. Estos deudores le deben a su amo. Pero si les da un «descuento», entonces le quedarían debiendo un favor a él. Y cuando sepan que está sin trabajo y en la calle, por su generosidad, se sentirán obligados a devolverle el favor y darle un lugar donde quedarse.

            Este es un llamado radical a la mayordomía bíblica en una era de riquezas mundanas. Es un plan bastante inteligente, pero ¿es honesto? Algunos comentaristas no lo creen así. Consideran que las acciones de los versículos 5-7 son deshonestas y contrarias a los deseos de su amo, como un dependiente que regala artículos de la tienda en su último día. Pero si esto fuera así, ¿entonces cómo recibe la alabanza de su amo en el versículo 8? Esto debió ser porque sus acciones fueron realmente loables. Lo más probable es que el mayordomo haya reducido la cantidad adeudada al descontar su propia comisión, para beneficiar tanto a los deudores de su amo como a sí mismo. En otras palabras, este administrador no es deshonesto por reducir la cantidad adeudada por los deudores (vv. 5-7). Él es sabio. Lo que lo hace deshonesto es que derrocha los bienes de su amo (v. 1). Jesús entonces se enfoca en la sabiduría o la «sagacidad» del mayordomo, en vez de hacerlo en su deshonestidad y declara que «los hijos de este siglo son más sagaces en las relaciones con sus semejantes que los hijos de la luz» (v. 8).

            La conexión entre la parábola y la audiencia de Jesús (la de entonces y la actual) se encuentra en el versículo 9:  «Y Yo os digo: Haceos amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando falten, os reciban en las moradas eternas».

            Jesús llama a Su pueblo a imitar las acciones sabias del mayordomo, usando riquezas injustas (mundanas) para asegurar una morada física, pero con una gran diferencia. En nuestro caso, debemos usar nuestras riquezas mundanas para hacer amigos y así asegurarnos una morada eterna. Pero esto plantea dos preguntas cruciales: (1) ¿cómo hacemos amigos mediante las riquezas mundanas? y (2) ¿cómo esos amigos nos reciben en las moradas eternas?

            La respuesta a la primera pregunta se presenta en los versículos 10-13.

No podemos «servir a Dios y a las riquezas» (v. 13).

 Son dos maestros en competencia. Servir a uno significa desobedecer al otro. Amar a uno significa aborrecer al otro. Hacer amigos mediante la riqueza del mundo es un llamado a someter nuestras finanzas por completo a la voluntad de Dios y a los propósitos de Su evangelio en el mundo. Significa bendecir a los necesitados siendo mayordomos «fieles» del dinero de nuestro Señor (v. 10). Pero esto no significa que no seamos bendecidos a cambio.

Eso nos lleva a la segunda pregunta, más desafiante: ¿Cómo esos amigos nos reciben en las moradas eternas? Primero, debemos notar que el verbo «recibir» (v. 9) no tiene un sujeto explícito. Eso significa que los que nos dan la bienvenida al cielo pueden ser los «amigos» terrenales que se acaban de mencionar o, como algunos han argumentado, los ángeles celestiales, que es una forma de decir Dios mismo. El hecho de que la palabra «amigos» aparezca en el texto, hace que tendamos a verlos como el sujeto del verbo «reciban». Pero esto nos puede conducir a la noción antibíblica de que dar dinero al necesitado puede de alguna manera ameritar nuestra entrada al cielo. La salvación es por la sola gracia, por medio de la fe sola en la persona y obra de Cristo solo. Sin embargo, evidenciamos nuestra fe salvadora por medio de nuestras buenas obras. El versículo 11 lo expresa claramente:

«Por tanto, si no habéis sido fieles en el uso de las riquezas injustas [es decir, las mundanas], ¿quién os confiará las riquezas verdaderas [es decir, el cielo mismo]?». Dicho de otra manera, si fallamos en ser mayordomos fieles de nuestras riquezas terrenales, como al decir: «Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais lo necesario para su cuerpo»  (Stg 2:16)

no podemos asumir que recibiremos las riquezas celestiales de la vida eterna.

«La fe sin las obras está muerta» (v. 26).

 Este es un llamado radical a la mayordomía bíblica en una era de riquezas mundanas. Que Dios nos dé la gracia de ver las necesidades de las personas y satisfacerlas con gratitud en nuestro corazón por lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo”.[4]



[1] “Y llamando a la gente con sus discípulos, les dijo: Cualquiera que quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”

[2]Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí. 

[3] – “Porque Jehová tu Dios es fuego que consume, Dios celoso”. 

[4] Este artículo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

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