Hoy muchos predicadores que confunden el hablar en voz alta con el hecho de gritar. Algunos creen que cuanto más grita un predicador, más ungido está o más impacto hace en las personas que le escuchan, pero en realidad no es así.
El gritar predicando es una acción que refleja la falta de conciencia sobre una correcta oratoria. Todo predicador debe proclamar la verdad de forma calmada, con un volumen alto y moderado, según el tamaño del local o de los oyentes, y no llegar hacer alaridos o gritos que más bien pueden asustar a las personas.
Sobre este tema el hermano Asnaldo Álvarez G escribió una interesante enseñanza que la quiero transcribir a usted y la publicó esperando que la misma nos ayude a ser predicadores coherentes, que sepamos usar la oratoria de forma espontánea y natural, entendiendo que la unción no depende de mí tono de voz sino de la presencia del Espíritu Santo es el que hace la obra a través de la Palabra, que al fin y al cabo es la que hace la nos da convicción de pecado. Veamos la enseñanza del hermano Asnaldo:
«No peleará ni gritará, ni levantará su voz en público.» (Mt 12:19)
Un recurso muy usado por algunos predicadores es EL GRITO. Realmente es incómodo estar cerca de alguien que mantiene un ciclo silábico en decibeles altos y punzantes para el oído de la audiencia.
No es así como se debe presentar la Palabra. Si GRITAS al predicar no creas que:
te escucharán más mostrarás más convicción o fervor apelarás mejor en los llamados.
Jesús es nuestro ejemplo. Nadie tendrá jamás su nivel de unción, sin embargo, su voz era musical, y nunca se elevaba en tonos forzados y altos, cuando hablaba con la gente. Nunca hablaba tan rápido como para que sus palabras se amontonaran unas sobre otras, de manera que fuera difícil entenderlo. Pronunciaba cada palabra claramente, y los que escuchaban su voz daban testimonio de que _ “jamás hombre alguno habló como este hombre”
Dios nos ayude a predicar como Jesús predicó y a vivir como Él vivió.


