Héctor Hernán Castro
Cuando atravesamos por un agudo dolor afloran muchas preguntas en nuestra mente. Son muy comunes aquellas interrogantes que intentan encontrar razones o motivos de tal o cual situación: ¿Por qué a mí? ¿Por qué así? ¿Por qué a él o ella? ¿Por qué a otros no? ¿Por qué? ¿Por qué…? Ese es el esfuerzo de la mente humana por encontrarle lógica a aquello que desde nuestra perspectiva parece ilógico.
En el relato de Juan 11, cuando Jesús trata de ayudar a sus discípulos a entender el hecho de la enfermedad de Lázaro, su amado amigo, el relato continúa diciendo:
«Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es PARA muerte, sino PARA la gloria de Dios, PARA que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
¿LO NOTÓ?
Jesús nunca usó la preposición porque (que indica razón), sino que tres veces usó la preposición PARA, que denota PROPÓSITO, META o FIN. Justamente aquí está la segunda lección del dolor:
2) Cada situación permitida por Dios en nuestra vida tiene un propósito supremo: Manifestar y proclamar Su gloria. ¿Es egoísta o ególatra el Dios de la Biblia? ¡No! Sólo nos deja claro que los seres humanos NO somos pasajeros V.I.P. (personas muy importantes) en el tren de la vida, que NO somos el centro de atención como muchas veces pensamos erróneamente.
Cuando entendamos que la esencia de la historia no es antropocéntrica (centrada en el ser humano), sino Teocéntrica (centrada en Dios), sufriremos menos por buscar «porqués» y reposaremos en el hecho de que todo está diseñado y orientado para la gloria de Dios antes que para la satisfacción humana.
Así que, en tiempos de dolor, eliminemos de nuestro vocabulario los por qué y centrémonos en los PARA QUÉ. Naturalmente, a nuestra mente finita le cuesta procesar el sufrimiento, pero esto no es cuestión de entender o comprender sino de creer y descansar en los propósitos divinos que escapan a nuestra comprensión humana. Sólo como ejemplo: En nuestra iglesia «Genesaret» recientemente sepultamos a Ángie, una dulce y ejemplar señorita de 16 años, mientras su bisabuela doña María, que convivía con ella, tiene 98 años y como es natural, tiene varias dificultades físicas. Esto no es lógico, no cuadra en nuestras cuentas humanas, porque desde nuestra óptica lo razonable y aceptable era que muriera la anciana y no la niña. Sin duda, esto no es digerible para nuestra mente, pero se ajusta perfectamente al gran propósito divino que de momento escapa a nuestra comprensión.
En síntesis, el dolor nos deja la lección que, aunque lo que nos ocurre no tenga una explicación clara, Dios sabe qué está haciendo y para qué. (Recomiendo leer el buen libro *»Cuando lo que Dios hace no tiene sentido»*, escrito por el Dr. James Dobson).
¿Sufre Usted actualmente? Si intenta buscar razones o explicaciones lógicas solo le agregará pena a su ya adolorido corazón, pero si lo acepta como algo que Dios permitió con un propósito que Él sabe, hallará descanso y fuerzas para seguir adelante dependiendo de Él.
El himnólogo W. B. Stevens lo expresó muy bien: «Entenderemos nuestras angustias, entenderemos nuestro pesar; hermano mío nunca desmayes, todo en el cielo se ha de aclarar». Sí, los supremos propósitos divinos que no logremos entender aquí, sin dudas lo entenderemos en la presencia de Dios. ¿Tiene Usted una correcta relación con Él por medio de Su Hijo Jesucristo? ¡Él pronto viene, como lo prometió!
¡Comparta estas reflexiones!


