“Cuando no hay humildad las personas se degradan”. AGATHA CHRISTIE
Solamente la verdad es garantía de libertad. Si la autoestima hunde sus raíces en la verdad sobre uno mismo, se evita tanto el complejo de superioridad como el complejo de inferioridad. ¿Qué es la autoestima? Es la confianza en nuestra capacidad de enfrentarnos a los desafíos básicos de la vida.
Confianza que nace de sabernos amados incondicionalmente, amor que solamente podemos experimentar como proveniencia de Dios, de nuestra familia y de nuestros verdaderos amigos. Por otra parte, la autoestima nace de sabernos capaces de llevar a cabo el designio de nuestra existencia.
¿Tener mucha o poca autoestima? Es análogo al sistema inmunológico del cuerpo. Proporciona defensa, resistencia, fuerza, capacidad de recuperación. Nos ayuda a enfrentar las dificultades y a recuperarnos con prontitud de los fracasos. También, la sana autoestima nos facilita ser objetivos con nosotros mismos, a no exagerar nuestras cualidades, ni tampoco a exagerar nuestros defectos.
Por sí sola la autoestima no es suficiente: no se puede hablar de ella como un producto de laboratorio obtenido de forma individual, para lograrla es necesario amar y saberse amado con amor incondicional, sabernos poseedores gratuitos de muchos talentos y gracias a que debemos ser capaces de cosechar. En este sentido, siempre me llamó la atención la siguiente cita del libro de C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino: “Para anticiparnos a la estrategia del Enemigo [Dios] debemos considerar sus propósitos. […] Quiere que cada hombre, a la larga, sea capaz de reconocer a todas las criaturas (incluso a sí mismo) como cosas gloriosas y excelentes. Él quiere matar su amor propio animal tan pronto como sea posible; pero su política a largo plazo es, me temo, devolverles una nueva especie de amor propio: una caridad y gratitud a todos los seres, incluidos ellos mismos; cuando hayan aprendido realmente a amar a sus prójimos como a sí mismos les será permitido amarse a sí mismos como a sus prójimos”.
La persona con sana autoestima es capaz de maravillarse al descubrir en sí mismo la mano de Dios que no deja de adornarle con toda clase de bienes y regalos. Al final, hablar de una buena o mala autoestima es decidirse a fomentar una de estas dos actitudes respecto a nosotros mismos: un orgullo bueno (humilde autoestima) y otro malo (egoísmo del yo). La actitud hacia uno mismo es como una autopista entre el amor que recibimos de otros y el amor que les damos. Cuanto más y mejor amor recibo, más y mejor me amo a mí mismo y a los demás. Por una parte, me amo a mí mismo en la medida en que soy amado; como afirma Pieper: “solo por la confirmación en el amor que viene de otro consigue el ser humano existir del todo”. Por otra parte, amo bien a los demás en la medida en que me amo a mí mismo; “Si no sabes amarte a ti mismo, tampoco sabrás amar de verdad a los demás”, sentencia San Agustín. Quien se siente despreciado por otros, es posible que desarrolle una actitud conflictiva hacia ellos y hacia él mismo.
La autoestima aparece cuando aprendemos a amarnos a nosotros mismos, sirviendo a los demás. Crece en nosotros una adecuada autoestima cuando nos olvidamos de pensar tanto en ella y aprendemos a darnos con generosidad. Como dice el dicho popular: “Hacer el bien y no mirar a quien”. De esta forma, casi sin darnos cuenta crecerá en nosotros la paz y la alegría que son señales inequívocas de ir en el camino correcto.


