Mario E. Fumero
En la actualidad ser delincuente es casi tener un oficio con derechos, y para muchos, estos tienen más derechos que los ciudadanos honestos. Ha habido una evolución histórica respecto al trato de los delincuentes a tal grado, que a nadie le da temor delinquir, porque a la hora de ser capturado y juzgado, cuentan con muchos derechos que les protegen, hoy más que los ciudadanos honestos. Pero veamos la historia de los que delinquen.
Uno de los códigos penales más antiguos y severos está en la Biblia. En Éxodo 21:12-25 se presenta una serie de sentencia para aquellos que hacen lo malo, principalmente los que cometen homicidio. En estos versículos se establece la pena de muerte para los que matan, secuestran o atentan contra sus padres. Tam-bién establece la restitución de daño y la famosa ley de Talión que establece en los versos 24 y 25 el principio de: “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe”.
Con el tiempo, aparece el derecho romano, en el cual se fundamenta el nuestro. Cuando una persona delinquía, se le obligaba a pagar el daño cometido, y aunque también se ejecutaban a los homicidas y conspiradores contra el estado. En este caso el delincuente perdía sus derechos ciudadanos, y en muchos otros, tenía que trabajar para reparar el daño hecho a la sociedad. Ya en la edad media se creó la figura del ostracismo o desatierro para aquellos que cometían delitos vinculados al estado o la seguridad nacional.
En un pasado reciente (1920-1945) un delin-cuente perdía todos los derechos ciudadanos, y se les obligaba a pagar con trabajo forzado el daño come-tido a la sociedad, y así obtener su alimentación. En Honduras muchas carreteras y puentes fueron hechos por reos que purgaron sus penas trabajando. La Biblia enseña que el que peque, debe ser señalado para que se arrepienta, y sienta el peso de su culpa[1]. Todos estos conceptos se han espumado desde que se proliferan los nuevos conceptos de “DERECHOS HUMANOS”, los cuales se aplican de forma incorrecta, sin poner delante los deberes y las obligaciones que nos dan acceso a los derechos.
Hoy día los presos tienen tantos derechos que en vez de pulgar una pena, y recompensar a la socie-dad por el daño cometido, se convierte en una carga para la sociedad que tiene que vivir con temor a que al salir sigan haciendo lo mismo, porque ninguna política jurídica hace que el delincuente se motive a dejar lo malo ya que no existen programas de rehabilitación en los centros penales. Entran ladrones y salen asesinos. Las cárceles son universidades de delincuencia con protección social.
Una vez un delincuente me dijo que él vive bien como tal, porque si lo meten preso lo tienen que soltar a las 24 horas, y si lo dejan preso, lo tienen que alimentar, permitirle visitas, y si en algún momento le reprimen, denunciaría tal acción y puede quedar libre. Para ser juzgado y castigado tiene que ser sorpren-dido in flagranti, y si en 72 horas no es ha presentado a un tribunal, por problemas de burocracia o feriado, lo tienen que dejar libre. Si lo llevan preso, le tienen que dar permiso a visitas e incluso, a vivir con su mujer, además, no puede ser obligado a trabajar de forma forzada, y tiene una serie de derechos que hacen su estancia penal algo así como unas vacaciones a costillas del Estado, pagando los ciudadanos honesto el proceso judicial y el mantenimiento del reo sin que trabaje. Si trabaja hay que pagarle, y si por casualidad hace un escándalo, y es reprimido por su conducta violenta, los derechos humanos intervienen en su defensa, y los agentes que actuaron podrían ser sancionado. Cuando el ministro Gautama Fonseca les quiso poner un uniforme a los reos y sacarlos con cadena en los pies, los organismos de derechos humanos pusieron el grito en el cielo, defendiendo el derecho del reo.
Pero ahí no termina todo. Hay reos que desde la cárcel o procesados judicialmente, pueden aspirar a puestos públicos, votar y ejercer funciones sociales normales, cosa absurda, pero posible. En conclusión; ser delincuente y conservar los derechos ciudadanos y de protección es algo normal y común en la actualidad, por esa razón el oficio de delincuente es casi una carrera a la cual aspiran muchos, pues no tiene temor al castigo, ni de las consecuencias de sus acciones.
¿Debe un delincuente poseer sus derechos ciudadanos? ¿Debe pagar en su etapa de reclusión el daño cometido a la sociedad? ¿Se le debe mantener a costilla del Estado, o debe producir, aunque este preso? ¿Tiene sentido un castigo en el cual todo se le da fácil? Un preso con derechos es un delincuente no persuadido a cambiar. Se dio el caso de una persona que al no tener trabajo, casa y comida decidió cometer un delito para ser llevado preso y tener todos estos beneficios.
No podemos negar que muchos presos viven mejor que muchos honestos, pues tienen en muchas cárceles televisión, deporte, asistencia médica, comida y droga fácil. Lo más terrible es que la gran mayoría no producen nada, es una carga pública. Así que el sistema penal actual no es persuasivo sino inductivo al delito, y si queremos intimidar y persuadir, tenemos que reconocer que esta forma de conducta no es correcta y se debe cambiar, porque uno debe cosecha lo que sembró[2].
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[1]– 2 Tesalonicenses 3:14 “Y si alguno no obedeciere á nuestra palabra por carta, notad al tal, y no os juntéis con él, para que se avergüence”.
[2]-Gálatas 6:7 “No os engañéis; Dios no puede ser burlado todo lo que el hombre sembrare eso también segará”


