Ángel Bea
«El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna», eso es verdad; pero cuando dijo: «de mí escribió Moisés», eso también es verdad.
Y eso es verdad no solo en relación con alguna declaración específica y profética que hiciera Moisés, sino en mucho de lo que hizo y que le fue ordenado por Dios y en lo cual el mismo Moisés, no tenía ni idea de que con ello estaba profetizando acerca de Cristo.
Por supuesto, me refiero a todo el sistema religioso relacionado con la tipología: El tabernáculo, el sacerdocio, los sacrificios, las fiestas, etc. Todo ello, según la enseñanza del Nuevo Testamento, era «sombra y figura de lo que había de venir» (Col.2.16) y de lo cual testificó el Espíritu Santo, aunque Moisés no lo sabía (Heb.9.8,9).
Sin embargo, Juan el Bautista, el último de la línea de profetas del A. Testamento, supo por el Espíritu Santo que Jesús era «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (J.1.29,36) implicando con esa declaración y de forma anticipada, que la muerte de Jesús tenía un carácter redentor y expiatorio y que era el cumplimiento de todo lo que en «sombra», «figura» y «símbolos» se había anunciado durante siglos.
Así que, no importa que algunos «expertos» nieguen verdades esenciales como el carácter redentor de la muerte de Jesús, anunciadas en las Escrituras desde siempre, pretendiendo un mayor conocimiento y sabiduría. Al final, se pondrá de manifiesto, una vez más y de forma definitiva, que la pretendida sabiduría de este mundo, incluida la de algunos teólogos, es insensatez para con Dios» (1Co.3.19)

