“No hagáis distensión de persona en el juicio; así al pequeño como el grande oiréis; no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios, y la causa que os fuere difícil, la traeréis a mí, yo la oiré” Deuteronomio 1:17
Mario E. Fumero
Se define como justicia el conjunto de normas y valores esenciales sobre los cuales debe basarse una sociedad, estado y en el caso que nos incumbe la iglesia, sus valores y justicia nacen de los principios de la palabra de Dios establecidos en el decálogo mosaico y en el quehacer de la Iglesia, son las enseñanzas establecidas del Nuevo Testamento.
En nuestros medios y en el mundo secular, la justicia es endeble, elitista y discriminatoria. Cuando se juzga a un individuo, se toma más en cuenta su condición social, y su poder económico e influencias políticas que el delito cometido, razón por la cual, la gran mayoría de los jueces, tristemente hacen distinción de personas, y aquellos pobres marginados, que no tienen para pagar un buen abogado y dar cierta “mordida o soborno”, se les juzga sin oírles, y se les condena injustamente, mientras que el de “cuello blanco”, que ha robado y es corrupto, queda absuelto y libre de todas sus fechorías.
La mayoría de las constituciones de las naciones establecen el principio de la “igualdad entre todos los seres humanos”, siendo este uno de los baluartes de los derechos individuales, sin embargo, la justicia humana los clasifica por etnias, posición social, nivel económico y poder político.
En medio de una justicia humana injusta, la Palabra de Dios nos da una esperanza, pues, aunque la justicia de los hombres falle, la de Dios jamás fallará, y todo aquel que juzgue injustamente, haciendo distinción de persona, será culpado delante del tribunal de Dios, como dice Job 19:29; “Temed vosotros delante de la espada; Porque sobreviene el furor de la espada a causa de las injusticias, para que sepáis que hay un juicio”.
Como cristianos, juzguemos rectamente, de acuerdo con la demanda de Dios, sin distinción de personas, tanto al grande como al pequeño, al rico como el pobre, porque en el reino de Dios, todas las barreras están rotas, y somos uno solo en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28[1]) y no debemos hacer excepción de persona, porque tal acción es pecado, y va contra lo establecido por Dios, pues dice que en la iglesia “…no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” Colosenses 3:11.
[1]– “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.


