Héctor Hernán
Este recién pasado fin de semana en nuestra congregación fuimos desafiados a seguir haciendo nuestra parte en el cumplimiento de la Gran Comisión.
Nos visitó el misionero *Marlon Muñoz*, un Licenciado en Administración pública, que hace varios años decidió obedecer el llamado de Dios, dejando a un lado su profesión, su trabajo, sus comodidades en la ciudad y decidió internarse en tierra adentro para anunciar a Jesucristo.
El caudaloso río Patuca y el río Coco o Segovia, en la zona oriental de Honduras, lo ven transitar con frecuencia. En sus márgenes hay muchas comunidades postergadas y olvidadas por las autoridades de turno, que reciben no solo palabras de esperanza, sino también hechos concretos que traducen la doctrina cristiana en vivencia práctica.
Brigadas médicas y odontológicas, apoyo a la educación, etc., son solo algunas formas de poner el amor en acción. Sin duda, la pasión de Marlon por las almas, sus sacrificadas vivencias en el campo misionero son un desafío a hacer nuestra parte.
Uno de sus muchos relatos me impactó: Hace varios años planificaron desarrollar una actividad de proyección evangelística en una comunidad muy conflictiva y reacia al Evangelio. En pleno cumplimiento de esa misión, un misionero norteamericano murió a causa de un letal infarto. Después de varios intentos de compartir a Jesús en aquella misma comunidad, llegó el momento en que pudieron realizarlo. ¡Obtuvieron una gran cosecha para el Señor!
¡Dios transforma nuestras tragedias en cosas buenas y edificantes! (Romanos 8:28.)
Es que la muerte de aquel misionero tiempo atrás había impactado a los nativos. ¿Cómo es que un hombre, con una vida cómoda en su país natal, estuvo dispuesto a sacrificarse tanto hasta el punto de buscarlos en sus postergadas tierras y morir entre ellos? ¡Eso caló hondo en sus corazones y los preparó!
La explicación que recibieron fue muy acertada: ¡Hace dos mil años Jesucristo dejó Su gloria celestial, vino a buscarnos a este mundo vil y estuvo dispuesto a morir por nosotros! Ese mensaje fue muy claro y convincente. Mucha de la gente antes conflictiva y reacia al mensaje divino se arrepintió y rindió su vida al Señorío de Jesucristo. Ellos entendieron que no tenían otra opción aparte de Jesucristo y eso sigue siendo cierto para Usted y para mí.
Usted que lee estas líneas: ¿Es Jesucristo su Salvador? ¿Está obedeciendo Su mandato de ser Su fiel testigo? ¿Aún no le ha recibido? ¿Qué espera?
Como en el antiguo diluvio, este mundo cada vez más pervertido se acerca al inevitable momento en que será juzgado por Dios. Allá, el Arca de Noé era la única opción de sobrevivencia. ¿Sabe Usted a quién representa esa Arca? ¡A Jesucristo… no tenemos otra opción fuera de Él! «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:12.)* ¡Creámoslo y anunciémoslo… seamos permanentemente misioneros en misión!


