Tomado de Prensa Libre, Guatemala.
Profecía es el don sobrenatural para dar oráculos en nombre y por inspiración de Dios. Profetas existen en todas las religiones. Basta recordar el dogma musulmán “Alá es Dios, y Mahoma su profeta”. Para los cristianos, los profetas del Antiguo Testamento predijeron la venida, vida y pasión de Cristo. Además, a partir del Nuevo Testamento, Jesús se manifiesta como profeta, sacerdote y rey.
Los budistas consideran a Buda como el profeta y abundan otras similitudes.
En otras religiones y en otras culturas el profeta fue parte de la vida social.
La literatura recoge la existencia de profetas vikingos, celtas, romanos, mayas, aztecas y pieles rojas, y así es como los humanos han tejido una cultura en donde consideran a algunas personas como mensajeros divinos.
PERO EXISTEN LOS FALSOS PROFETAS.
La Biblia advierte en varios pasajes sobre los falsos profetas. También en nuestra vida social y fuera del marco cristiano existen quienes pretenden profetizar… y son unos grandes farsantes. En nombre de Dios se han cometido grandes crímenes y los cristianos —de todas las denominaciones— llevamos buena parte de culpa.
La demagogia y el populismo abren grandes puertas para que algunos personajes, netamente inescrupulosos, mezclen sus mensajes políticos con encargos religiosos con el único objeto de conseguir adeptos para sus causas.
Es fundamental para quienes creen en la construcción de una sociedad en paz que los mensajes políticos se distancien de la religión, y existan solo dentro del partidismo. De lo contrario, estaremos abriendo zanjas muy complejas que posibilitan más la violencia, más fragmentación y más diferencias sociales.
Una cosa es la tradición y otra la fe. Algunos políticos tienen la obligación de crear enemigos imaginarios porque solo así pueden vender sus ideas de odio y división.
Poco les importa, si hablamos de religión, que deben tolerarse los distintos credos.
Si hablamos de política, toda ideología tiene el derecho de expresarse dentro de una democracia.
Por el contrario, como hemos vivido bajo el engaño, la mojigatería, las acciones en contra de la vida y la libertad, la política y la propaganda han alejado a los hombres de los hechos. Esto ocurre en un contexto donde la educación y la salud son un lujo, y resulta sumamente complicado porque hasta encontramos que en nombre de Dios no existe un contexto donde impere la independencia judicial ni el respeto a la dignidad del juez. La justicia sufre su más severa crisis de legitimidad y abuso por quienes, en un momento histórico, son encargados de dirigirla.
En nombre de Dios se han cometido grandes crímenes y los cristianos llevamos buena parte de culpa al pretender dividir en vez de construir. Por eso, ha llegado él día de ser o no creyentes y de rechazar a quienes buscan la divinidad para encarnarse como verdaderos profetas, cuando en realidad no son más que vividores de tragedias y divisiones.


