Mario E. Fumero
Recientemente, cierta candidata a la presidencia criticó la posición de la Iglesia al comentar sobre la participación de líderes religiosos en temas políticos. En sus declaraciones, la candidata expresó que el Estado es laico y que la Iglesia no tiene por qué intervenir en asuntos políticos. En cierto sentido, puede tener razón.
Es verdad que el Estado es laico, pero también lo es que la Iglesia proclama un Reino dentro de otro reino. No debe inmiscuirse en asuntos terrenales, salvo cuando se vea afectada su libertad de expresión al predicar públicamente la Palabra de Dios, o cuando se busque imponer leyes contrarias a los valores de la fe cristiana, como en temas relacionados con la vida, la moral y los valores tradicionales de la familia.
En estos momentos de efervescencia política que vive Honduras, los pastores deben ser muy cuidadosos con sus expresiones. Los líderes religiosos no deben definirse ideológicamente con ningún partido político, aunque sí tienen el deber de educar a los miembros de sus congregaciones en la capacidad de discernir, evaluando la calidad humana y moral de los candidatos a los diversos puestos públicos.
Debemos formar en el discernimiento entre lo bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto, lo justo e injusto, lo moral e inmoral. Parte de la formación cristiana es enseñar a juzgar la vida pública de los candidatos, sin caer en el partidismo. Es un deber pastoral orientar a la grey para que sepa identificar a las personas más apropiadas para gobernar, sin importar el partido político al que pertenezcan.
Es importante entender que pastores y sacerdotes no deben mantener una relación abierta y pública con ningún candidato en particular, y mucho menos invitarlo a participar en sus reuniones.
La neutralidad de la Iglesia frente a la política vernácula no le impide defender sus principios, principalmente cuando hay candidatos que proponen atentar contra la libertad y los valores cristianos.
La Iglesia no debe involucrarse en política, así como los políticos no deben utilizar la Iglesia como plataforma para hacer proselitismo. El valor más grande que los pastores debemos defender es el derecho a predicar la Palabra, no solo en los templos, sino también en parques, plazas y calles, evitando que nos ocurra lo que tristemente sucede en Nicaragua, donde el régimen ha prohibido toda manifestación pública de fe, tanto católica como evangélica.
No obstante, frente a los tiempos tormentosos que enfrentan los pastores, debemos preparar a las iglesias para que, en situaciones extremas —como en países dictatoriales o islámicos—, puedan seguir funcionando desde las casas, especialmente cuando no sea posible congregarse en edificios.
No permitamos que la política contamine a la Iglesia, ni que la Iglesia se involucre en política. Sigamos el consejo del Divino Maestro cuando dijo: “Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”.
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