Mario E. Fumero
Honduras es un bello país, con hermosos bosques, ríos y un clima variado, adornado por majestuosas montañas. Se afirma que Cristóbal Colón, al poner pie en nuestras playas, exclamó: “Gracias a Dios por estas honduras”. No podemos asegurar que esas fueran realmente sus palabras, pero con aquel acontecimiento se inició la conquista española, gracias a la cual recibimos una doble herencia. Por un lado, un idioma muy rico y fluido, como es el castellano —quizás la tercera lengua más hablada del mundo—. Pero, por otro lado, heredamos de España algunos de sus peores vicios, que aún hoy son el flagelo de la política latinoamericana.
Quizás, al leer este artículo, te preguntes: ¿cuáles son esos vicios heredados de la conquista española? Indudablemente, los principales fueron dos, amplificados por la influencia cultural de los pueblos originarios. El primero fue la corrupción y la ambición de riquezas injustas, porque los conquistadores vinieron a buscar oro y a explotar a los aborígenes. El segundo fue el machismo, acompañado por el desorden, el caos y la explotación del hombre por el hombre.
Han pasado varios siglos, pero estos males siguen vigentes, enquistados en nuestros gobiernos y sistemas democráticos. El más evidente es la explotación de los más fuertes y ricos sobre los más débiles y desposeídos. Una vez en el poder, los gobernantes se convierten en presa fácil de la corrupción, porque el poder y la ambición enferman. Además, heredamos la irresponsabilidad, la impuntualidad y esa filosofía ibérica de tratar de vivir a costa de otros, ajustando las leyes a los intereses personales, y no a lo establecido en la constitución o en la lógica.
Una de las preguntas que siempre me he hecho es: ¿por qué los países del norte, conquistados por Inglaterra (Estados Unidos) y Francia (Canadá), prosperaron más, teniendo menos recursos y climas más fríos, mientras que Centroamérica y Sudamérica, con climas más favorables y abundantes riquezas, siguen sumidas en la pobreza? La respuesta es sencilla: la gran diferencia radica en la actitud cultural y mental. Mientras que en los países del norte no impera el machismo, se respetan las leyes y se castiga la corrupción, en América Latina el hombre se desentiende de las responsabilidades del hogar, las leyes se incumplen y la corrupción se ha convertido en una cultura normalizada, acompañada de la mentira y del abuso del más fuerte sobre el más débil.
Así podemos afirmar que, aunque América Latina es más rica en recursos naturales que los países del norte, la mayoría de sus habitantes viven en una terrible pobreza, producto de la corrupción, la ambición de los gobernantes y la herencia cultural que nos ha dejado una mentalidad conformista. Esto nos lleva a vivir sin metas ni visión de futuro, y a elegir gobernantes que, movidos por la ambición y el egoísmo, gobiernan para sí mismos y no para el pueblo que los eligió.
La pobreza material es consecuencia de una pobreza mental. El sometimiento nos lleva a depender de otros, sin generar capacidad de emprendimiento. Persistimos en la filosofía de “si no llego hoy, llegaré mañana”; anhelamos un Estado paternalista que resuelva todos nuestros problemas. Lo más terrible es que vendemos nuestra conciencia por un plato de comida y no razonamos nuestras decisiones ni nuestros votos al elegir a los gobernantes. Al fin y al cabo, si los gobiernos son corruptos, la culpa también es nuestra, porque no sabemos discernir entre lo justo y lo injusto, entre la verdad y la mentira. Por inocentes, permitimos que los ambiciosos nos gobiernen y exploten nuestros recursos naturales.
Es tiempo de romper esa maldición heredada de conformismo y servilismo. Debemos comenzar a usar nuestra inteligencia para elegir sabiamente a nuestros gobernantes, y no permitir que, teniendo tantos recursos y riqueza, sigamos siendo presa de la pobreza y la miseria. Todo depende de nuestra actitud mental hacia el futuro.
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