Mario E. Fumero
Durante mi ministerio como líder religioso, he visto a muchos falsos ministros que, usando el Evangelio, han explotado la fe y la ignorancia de las personas. La historia nos enseña que, desde la Edad Media, comenzando con la Iglesia Católica Romana, se vendían indulgencias y absoluciones, incluso por pecados que después se iban a cometer. Por esa razón nació la Reforma Protestante. Pero hoy, muchas iglesias que son fruto de la Reforma, están cometiendo barbaridades similares a las de la Edad Media, pues han mercantilizado la fe con nuevas técnicas.
Tristemente, veo acciones mucho más corruptas y depravadas que los escándalos religiosos de aquellos tiempos. Estoy viendo con horror cómo ciertos mal llamados pastores, tomando supuestas revelaciones “de parte de Dios”, explotan la fe de ingenuos creyentes. Circuló en YouTube y TikTok un video de un pastor en Honduras que, de forma descarada, exigía en pleno culto los diezmos a una persona que asistía por primera vez[1]. Lo cuestionó sobre cuánto ganaba y le arrebató descaradamente los diezmos, algo peor que lo que hacían la iglesia catolica en la Edad Media cuando vendían indulgencias.
Pero eso no es todo. Me encontré con otro caso aún peor: un supuesto predicador mexicano que, en una iglesia de Tegucigalpa, exigió a un miembro de la congregación que entregara un terreno, afirmando de forma blasfema que “Dios le había dicho no en realidad no dijo”[2]. Al ver ese video, me llené de indignación. Estos hechos no solo escandalizan y dañan el Evangelio y las iglesias, sino que hacen afrenta al Espíritu Santo y a las Sagradas Escrituras. Fue tanta mi cólera al ver estas escenas de explotación religiosa, que no pude dormir. Sentí una indignación santa y pensé que tales personas deberían ser llevadas a los tribunales y acusadas de estafadores y explotadores de la fe.
Creo que estos casos de explotación religiosa descarada deberían ser investigados por la Fiscalía, porque constituyen un engaño y una manipulación que hacen víctimas a los ingenuos. Estos falsos ministros usando falsamente la Palabra de Dios, para enriquecerse a costa de los demás. Estos actos son fraudes, estafas y blasfemia, al atribuir a Dios lo que Él nunca dijo.
Tengamos cuidado con los explotadores de la fe. Juzguemos todo a la luz de la Palabra de Dios, recordando que somos justificados por la fe y la gracia, y no por el dinero, ni por el poder económico, ni tampoco por las obras. La salvación y la bendición de Dios no se pueden comprar ni vender, porque todo lo que viene del Todopoderoso es por gracia.
Pero tampoco debemos sorprendernos ni escandalizarnos, porque este tipo de falsos ministros ya existían en la época de los apóstoles. San Pedro advirtió en 2 Pedro 2:3: “Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme”. El apóstol Pablo también afirmó en 2 Corintios 11:13-14: “Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras”. Y en 2 Corintios 2:17 agregó: “Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios”.
Cuando vayas a una iglesia y pongan el dinero por encima de la fe, la posición económica sobre la necesidad espiritual, y te presentan un Evangelio fundamentado en dar y tener, y no en vivir y ser, huye inmediatamente, porque has caído en la cueva del lobo. La Biblia enseña que estos líderes viven solo para su vientre y el lucro, y no para Dios, como dice Filipenses 3:19: “El fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal”.
Estos son manchas en el Evangelio, y como dijo Jesús, causan escándalo. “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino y se le hundiera en lo profundo del mar” (Mateo 18:6).
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