Mario E. Fumero
Este es un dicho muy popular que casi todos conocemos. Y aunque parezca mentira, Jesucristo hizo referencia a él, pero de otra manera, y con mayor profundidad, cuando afirmó en Mateo 12:36: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”. Con esto enseñó que de todo lo que salga de nuestra boca tendremos que rendir cuentas.
En el sistema jurídico de algunos países, cuando una persona es detenida, lo primero que deben decirle los agentes de seguridad es: “Todo lo que diga podrá ser usado en su contra”. De manera semejante, Jesús afirmó: “Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido” (Mateo 7:2).
En su epístola, el apóstol Santiago describe el peligro de la lengua desenfrenada con palabras muy duras: “La lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, de aves, de serpientes y de seres del mar se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (Santiago 3:6-8). Antes, en los v versículos anteriores añade que es más fácil domar un caballo que controlar la lengua.
En estos momentos, en que el ambiente político está tan caldeado, es bueno recordar a quienes aspiran a puestos públicos deben medir sus palabras. Antes de señalar la paja en el ojo del otro, descubran primero el tronco que tienen en el suyo, como enseñó el Divino Maestro (Mateo 7:3). Eviten discursos que promuevan división, odio y resentimiento, porque todo lo que hoy digan contra otros, de ello tendrán que responderlo en el futuro.
No debemos usar en nuestros discursos palabras soeces u ofensivas, ni sacar errores del pasado para desacreditar al contrario. También debemos evitar las calumnias y señalamientos injustos. Hay que tener cuidado con lo que decimos, porque —como dice el refrán— “por la boca muere el pez”. Cuando usamos el descrédito del otro, inevitablemente nos desacreditamos a nosotros mismos. La política no es para sacar “los trapos al sol”, sino para presentar al pueblo un plan de gobierno serio, donde se respeten los derechos de los demás candidatos, evitando la confrontación y la polarización que solo conducen a la violencia.
Por otro lado, los políticos deben hacer propuestas coherentes con la realidad. Es absurdo que un candidato, con tal de ganar votos, prometa cosas que, al llegar al poder, no podrá cumplir debido a las condiciones económicas o al endeudamiento del país. Mi consejo a todos los candidatos es que midan sus palabras, eliminen la ofensa y el ataque al contrario, y definan claramente sus ideas y propósitos. Cuando hagan promesas, tengan presente la realidad económica de la nación y los convenios internacionales que la limitan. No sembremos odio, desconcierto ni división, porque esto no solo dañará la imagen del político, sino que también puede exacerbar los ánimos y provocar confrontaciones violentas que arruinen la fiesta cívica, convirtiéndola en tragedia nacional.
Como líderes religiosos y ciudadanos coherentes, debemos orar y llamar a todas las fuerzas políticas del país a llevar adelante una campaña respetuosa, sin ataques, con propuestas claras y realistas. Recordemos que todo lo que hoy digamos quedará grabado no solo en los medios de comunicación, sino también en la memoria del pueblo. Y mañana, lo que hoy se diga y no se cumpla, será usado en nuestra contra.


