Mario E. Fumero
En nuestro mundo actual existen realidades incongruentes, como es el hecho de que puedan existir “ladrones honestos”, ya que la honestidad y el robo son expresiones contradictorias. Sin embargo, en nuestros países latinoamericanos se han fabricado artimañas que pueden justificar el robo, convirtiéndolo en acciones aparentemente honestas, pero envueltas en una serie de procedimientos que buscan atenuar o disfrazar un hecho delictivo.
El robar es una herencia española, porque tristemente nuestros conquistadores no venían a establecer un régimen de honestidad, sino a buscar oro para enriquecer a la corona española. Por lo tanto, convertir a los ladrones en “honestos” ha sido un proceso histórico muy largo, el cual ha sumido en la pobreza y miseria a los pueblos latinoamericanos.
¿Y cómo se puede lograr ser ladrón y honesto? En la política se han establecido diversas formas para justificar el robo con un aparente significado de gratificación por la labor realizada, alterando los valores mediante prebendas o coimas recibidas.
Pero definamos qué significa el término coima: es una forma retórica de referirse a un soborno que consiste en dar dinero, regalos o favores a un funcionario o autoridad para que realice (o deje de realizar) una acción en beneficio de quien lo paga, de manera ilegal o corrupta.
Es común en nuestros ambientes —tanto políticos, como comerciales e incluso religiosos— el uso de coimas y el tráfico de influencias mediante el dinero, que muchas veces llega al plano del chantaje. Esto produce el enriquecimiento ilícito de ciertas personas que aparentemente son honestas, e incluso religiosas, pero que de manera astuta proceden a actuar como “ladrones”, teniendo apariencia de honradez ante la justicia. Tristemente, esta misma justicia se colude con la corrupción, porque el dinero todo lo compra.
El séptimo mandamiento de la ley de Dios es claro: “No hurtarás” (Éxodo 20:15), y de él depende no solamente la integridad, sino también la prosperidad de una nación. La honestidad obedece a un principio cultural que se debe enseñar desde que el niño es pequeño; es un hábito imprescindible para poder vivir una vida íntegra y recta.
Dentro de la cultura japonesa se recalca desde la infancia de los niños el principio de que: “Lo que no es tuyo, es de otro; no es tuyo y no se toca”. Una de las causas del subdesarrollo y la pobreza en nuestros países está en el fenómeno de la deshonestidad, producto del robo, el cual afecta todas las áreas de la sociedad y da origen a la corrupción. El robo dentro del mundo de la política es un mal endémico que termina afectando a toda la población.
¿Cómo nos corrompemos y nos volvemos ladrones tolerados, e incluso aparentemente honestos?
- Cuando no pagamos los impuestos, alegando que el Estado se los roba.
- Cuando el comerciante adultera los precios o el contenido para engañar al comprador.
- Cuando el líder religioso le pone precio a los dones y a la gracia divina para explotar la fe.
- Cuando se pide dinero para un propósito y se desvía para otro fin.
- Cuando se usa la política o la religión como medios de enriquecimiento.
Por lo tanto, el robar se convierte en un arte con muchas variantes; algunas parecen justificables, pero siempre violan el mandamiento de Dios sobre no hurtar. Esto no solo acarrea juicio divino, sino que también genera miseria humana.
¿Cuándo será el tiempo en que tengamos hombres y mujeres justos y rectos, que no hagan piñata de los bienes del pueblo? ¿Y cuándo tendremos un pueblo que juzgue a los corruptos y los señale, aunque los robos estén justificados y la justicia se haga la ciega? ¿Viviremos para verlo en América Latina?
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