Una mañana, un hombre llegó agitado a la plaza donde el maestro Sócrates solía conversar con sus discípulos. Caminaba rápido, con una expresión ansiosa, como si no pudiera esperar un minuto más para contar lo que traía en la cabeza.
Cuando lo vio, se acercó con emoción contenida.
—¡Maestro Sócrates! —exclamó—. Le traigo una noticia que no se puede perder. Es sobre un conocido suyo… algo que me acaban de contar. ¡No sabe lo que va a escuchar!
Sócrates, que siempre mantenía una calma firme y observadora, levantó una mano para detenerlo antes de que continuara.
—Antes de que me digas algo —dijo con voz serena—, vamos a hacer una pequeña prueba. Es algo que suelo aplicar cuando alguien quiere compartir información que no me han pedido. Lo llamo la prueba de los tres tamices.
—¿Tamices? —preguntó el hombre, confundido.
—Así es —respondió Sócrates con amabilidad—. Los tamices son filtros. Sirven para limpiar y quedarnos solo con lo valioso. Antes de hablar, vale la pena filtrar nuestras palabras por estos tres.
—Estoy escuchando —dijo el hombre, algo inquieto.
—El primer tamiz es el de la verdad —explicó Sócrates—. ¿Estás completamente seguro de que lo que estás a punto de contarme es cierto?
El hombre bajó un poco la mirada.
—No… no del todo. Me lo dijeron, pero yo no lo comprobé.
—Entonces no sabes si es verdad —dijo el maestro con tranquilidad—. Vamos al segundo tamiz: el de la bondad. Lo que ibas a decirme, ¿es algo bueno sobre esa persona?
—No… —dijo el hombre, algo incómodo—. De hecho, no es nada bueno.
—Ya veo —asintió Sócrates con serenidad—. Así que quieres decirme algo malo sobre alguien, sin saber si es cierto. Vamos con el último tamiz: el de la utilidad. ¿Lo que ibas a contarme sirve para algo? ¿Aporta algo importante?
El hombre pensó por unos segundos y finalmente respondió con honestidad:
—No… no creo que sea útil, solo… no sé, me pareció interesante.
Entonces Sócrates lo miró con una leve sonrisa y le preguntó con suavidad:
—Si no es cierto, ni es bueno, ni es útil… dime, ¿para qué querías decírmelo?
El hombre no supo qué responder. Bajó la cabeza y se fue en silencio.
Y desde ese día, nunca volvió a compartir un comentario sin antes pensarlo tres veces.
Reflexión: Antes de hablar, pregúntate: ¿Es verdad? ¿Es bueno? ¿Es útil?
Si no cumple con ninguna de esas tres cosas, es mejor guardar silencio.
Porque una palabra sin cuidado puede hacer más daño que mil acciones.
Y la sabiduría no está solo en lo que decimos… sino en todo lo que elegimos callar.
¿Y tú? ¿Filtras lo que escuchas antes de repetirlo?
Créditos al autor


