En una tarde silenciosa, un padre mayor estaba sentado en su sillón favorito. Sus manos, marcadas por los años, sostenían con esfuerzo un celular. Lo miró con ternura y esperanza. Tenía un deseo sencillo: escuchar la voz de uno de sus hijos.
—Ojalá me conteste —dijo en voz baja, mientras marcaba el número. El tono comenzó a sonar. En otro lugar, su hijo miró la pantalla. La palabra “Papá” apareció con claridad.
—Otra vez este señor —murmuró el joven—. Solo llama para decir tonterías.
—¿No le vas a contestar? —preguntó un amigo que estaba con él.
—No. Qué flojera… —respondió, dejando sonar el teléfono hasta que se detuvo solo. Del otro lado de la línea, el padre bajó la cabeza con tristeza.
—Ninguno de mis hijos contesta… —susurró, con los ojos llenos de nostalgia. En ese instante, una figura silenciosa se hizo presente. Era una mujer vestida de negro, de pasos suaves y voz firme. La Parca.
—Si quieres, puedes venir conmigo —le dijo, mirándolo con compasión.
—No… todavía no quiero irme —respondió el hombre—. Aún tengo fuerzas. Todavía quiero disfrutar de la vida, aunque sea un poco más.
La Parca guardó silencio unos segundos. Luego habló con calma, pero sin titubear.
—¿Para qué quedarte? Ya nadie te espera.
Tus hijos se molestan contigo. Les incomoda cuidarte. Les pesa tu lentitud, tus preguntas, tu presencia. Te gritan, se impacientan, te hacen sentir invisible…
El padre la escuchaba sin responder. Pero sus ojos hablaban por él.
—¿Dónde quedaron los valores que sembraste? —continuó ella—.
¿Dónde están tus hijos ahora que los necesitas?
Creen que la juventud es eterna, que siempre habrá tiempo…Pero no saben que el tiempo… no perdona.
La Parca se acercó y le acarició el hombro con delicadeza.
—Anda, ve a dormir —le susurró—. Diles que tengan una linda noche. Porque mañana… será un gran día para todos.
Esa noche, el padre cerró los ojos sin decir una palabra más.
Y en el último suspiro, la Parca le habló al oído con voz serena:
—Descansa, abuelo… cuando despiertes, ya no habrá tristeza en tu corazón.
Reflexión: No esperes a que sea tarde para abrazar, para llamar, para decir “te quiero”. No te conviertas en hijo solo de despedidas. Demuestra amor mientras puedes. Porque algún día…ya no habrá voz del otro lado para responderte.
Hoy es el mejor momento para valorar a quien te dio la vida. ¿Qué pensás de lo que acabas de leer?


