Mario E. Fumero

Dentro de la cultura cristiana, y de forma errónea, se ha hecho de la muerte una tragedia a la cual todos le temen y nos produce tristeza. Sin embargo del nacimiento de una vida hacemos una fiesta y nos llenamos de alegría. Todos amamos la vida, y rechazamos la muerte, expresando nuestro rechazo a morir. Es por ello que cuando nos enfermamos acudimos a los mejores médicos, curanderos y predicadores de sanidad divina, porque aunque confesamos creer en la vida eterna, no la deseamos en lo práctico.  Así que cuando una persona habla de prepararse para la partida, porque ya ha vivido lo estipulado en la Palabra <70 años y los más robusto 80 (Salmo 90:10)> la gente interpreta que está enfermo y le queda poco. Algunos tratan de ignorar la realidad de la muerte y aunque profesan la fe cristiana, no asimilamos que en realidad la muerte no existe, sino que es tan solo un viaje de una dimensión terrenal a una celestial, porque aunque la comparación no cabe, la ciencia física enseña que la materia nunca se acaba, solo se transforma, de igual forma, este cuerpo corruptible, con la muerte, se viste de incorruptibilidad (1 Cor 15:54) y con ello se cumple lo que la Biblia establece como alcanzar la verdadera vida eterna, ya que esta vida física es temporal y pasajera.

Debemos prepararnos para la partida, una vez que cumplimos nuestro deber con Dios. No es el hecho de desear la muerte, ni despreciar la vida, sino simplemente aceptar que somos peregrinos aquí, y si vivimos con honor, debemos morir con valor, si amando y creemos en las Palabras del Señor. Debemos prepararnos sabiendo en quien hemos creído, y exclamar como Job 19_25-27: “Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo verán, y no otro,”.

Traigo esta reflexión porque desde hace unos años mi esposa y yo hemos planeado y hablado sobre el viaje final. Mi corazón está a donde he dedicado la mayor parte de mi trabajo misionero, que fue entre adictos y jóvenes desahuciados por la sociedad debido a su rebeldía, producto del pecado. Es allí donde comencé a construir un jardín para que tanto yo y mi esposa fuésemos enterradas dentro del Proyecto Victoria, iniciándo los tramites del permiso con el Congreso de la Nación hace varios años. En esa ocasión unos pastores, que no están de acuerdo con mi postura en algunos temas de corrupción doctrinal en algunas congregaciones, comentaron que yo tenía una enfermedad terminal y me quedaba poco de vida, algo completamente falso. Han pasado dos años, y sigo aquí. No niego que a mi edad (70 años) hay un desgaste físico, porque San Pablo afirma que el hombre exterior se va desgastando (2 Cor 4:16), principalmente el motor que mueve la vida (el corazón), pero quien quita la vida es aquel que la dio. Nadie me ha dado plazo para morir, y aunque los médicos te desahucien, Dios es el que determina si pese al desahucio científico, te alarga la vida, o incluso, te sana por un tiempo, para un fin determinado, pero siempre tendras que morir. La muerte es una verdad inexorable. Estoy preparando mi partida, porque es deber de todo cristiano aceptar su destino final si tiene la esperanza de la vida eterna.

Siempre he creído y he enseñado que debemos vivir aprovechando el tiempo (Jn 9:4) mientras que el día dura, y la vida nos sonríe, pero sin olvidar que en algún momento podemos ser llamado a comparecer delante del Señor, porque el morir para el cristiano es ganancia (Fil 1:21). Nadie quiere morir, a menos que esté enfermo mentalmente.  Amamos la vida, porque así lo quiere el Todopoderoso, pero ello no debe privarnos de la realidad inexorable de la muerte, para lo cual debemos de estar preparado en tres dimensiones:

• 1° En aceptar que sin el Nuevo Nacimiento y la fe en Cristo nos espera con la muerte la condenación, y  debemos vivir de acuerdo a las reglas dadas por el creador en su Palabra.
•  2° Hacer de nuestra vida física terrenal una fuente de bendición y servicio a los demás, redimiendo el tiempo, y viviendo al máximo, de forma positiva los días que estemos en esta casa terrenal llamada tierra. 3° Y estar preparado para el encuentro con Dios, no dejando que otros arreglen todo los asuntos que dejare pendiente con mi partida. Así que deberé preparar mi partida con valor, de la misma forma en que mis padres prepararon mi venida al mundo.

Quiero exponer porque preparo mi futuro funeral. En el año 1967 visite una Iglesia en Guascoran, Valle, Honduras. Allí había un pastor que me invito a una campaña. En el pasillo que conducía de la Iglesia a su casa, tenía una caja tapada. Yo de forma curiosa levante la tela para ver que cubría, y vi un ataúd. En el desayuno le pregunte ¿por qué tenía ese ataúd? Y me respondió: “hijo mío, soy viejo, peso mucho y en este pueblo no existen ataules para mi, así que lo compre, y deje todo arreglado para que si parto con el Señor, no dejarle a mi pobre esposa todo el trabajo. Además, cada vez que cruzo el pasillo para predicar, me acuerdo que tengo que estar prestado para el encuentro con Dios, y que tendré que partir, y que por lo tanto, debo vivir con temor y temblor de mi Señor”. Estas palabras impactaron mi vida y me hicieron entender que debemos vivir amando la vida, pero no despreciando la muerte, porque todos vamos hacia el encuentro con Dios. Solo pido que el día que emprenda el viaje, no quiero flores, sino que ese dinero vaya a la causa que ame en mi ministerio, y además, no lloren, porque si creen en Cristo, nos veremos en el cielo.