Susana Castejon, MD
Era una mañana calurosa de diciembre en el Hospital Catarino Rivas; como todos los días llegue al hospital a las 6:30 am. Mientras subía esas escaleras hacia el tercer piso en donde están mis pacientes de Medicina Interna sentía esa ansiedad que frecuentemente sentimos los médicos al acercarnos a nuestra área de trabajo; ese deseo en nuestros adentros que dice, “ojala y este día sea diferente y tenga pacientes estables, sin complicaciones. Ojala y este día en mi consulta externa tenga pocos pacientes y no hayan interconsultas y así descansar un poco”. Pero en nuestros adentros sabemos que esto ocurre muy raramente en nuestros hospitales que permanecen repletos de pacientes, que no cabe una camilla más en esos pasillos, y que además en su mayoría son pacientes en condiciones de salud muy deterioradas.
Pues volviendo a esa mañana de diciembre, como siempre iba en camino a mi rutina: llegar a tercer piso a ver mis ocho pacientes hospitalizados, ver las interconsultas del servicio de cirugía y luego pasar a mi consultorio a ver mis pacientes ambulatorios. Sin embargo, al escuchar un timbrazo y al ver el nombre de mi jefe en la pantalla de mi teléfono, mi corazón palpito!. La llamada de mi jefe a esa hora solo podía significar algún trabajo imprevisto en el hospital. Ciertamente así fue, y esta vez me toco el servicio menos deseado,”La Emergencia”.
“Susanita”, dijo el responsable, “necesito que cubras la emergencia hoy”. Siempre me han gustado los retos y estar en emergencia representa eso, un reto. Así es que le comunique a mis enfermeras de piso que cancelara mi consulta, y me fui a la emergencia.
Para llegar a la emergencia de medicina interna hay que pasar por un pasillo de aproximadamente unos 100 metros. Este da salida a las áreas de cirugía, radiología, obstetricia y al final del pasillo esta la sala de medicina interna, mi sala. Esa mañana, este pasillo, que por falta de espacio ahora se ha convertido en una extensión del servicio de Medina Interna, estaba abarrotado de pacientes. Al dirigirme a mi sala, ese pasillo me pareció muy largo, mientras mentalmente iba contando los pacientes en cada camilla e imaginándome una larga y dura mañana. Al caminaba me olvide del mal olor, de las camas sin sabanas, de los pacientes sin ropa, de la sangre en el piso; solo pensaba en lo que me esperaba, una mañana dura y larga. Pero no importa, ya lo había hecho antes, me decía a mi misma, seis horas serán cortas.
Al final del pasillo, después de contar 25 pacientes en camillas, llegó a la puerta de entrada a mi sala. Lógicamente, los pacientes del pasillo los dejaría de último, ya que generalmente son los más estables. Al entrar a ese cuarto grande de medicina interna, el único que cuenta con aire acondicionado, sentí el correr de los internos y las enfermeras, el ruido del monitor cardiaco al fondo, la angustia en las caras de los familiares que al verme llegar mostraban en sus ojos el deseo de una esperanza con la nueva doctora que se avecinaba. Son esas miradas que muchas veces nos dan fuerzas y deseos de servir, pues ellos son los menos afortunados, y nosotros los afortunados en tener la habilidad de proveer una ayuda y una esperanza.
Me acerque a los internos “Buen día muchachos”, “nos espera una larga y bonita mañana”, comente. Los internos algunos de ellos post turno, con más de 24 hrs. sin descanso, me ven con media sonrisa y con una cara llena de sarcasmo. Ambos sabemos el arduo trabajo que nos espera. Así es que sin perder tiempo iniciamos el pase de visita, teníamos cincuenta y tres pacientes esperando mi visita y aproximadamente 6 horas para verlos, siendo un poco estrictos y haciendo un poco de matemática, esto significaba que tenia 6.7 minutos por paciente. De ante mano sabía que no habría tiempo para mucho detalle, tendría que apoyarme en la información de mis internos practicantes, no habría tiempo para explicarle al paciente y mucho menos a sus familiares lo que estaba pasando o cual era el plan a seguir, simplemente no había tiempo, tenía 53 pacientes muy enfermos que atender. Ciertamente ya había tenido días difíciles como este, pero fue la paciente de la cama 10 que lo complico todo.
Al paso de visita, me presentan aquella paciente humilde, acostada con un vestido sencillo y desgastado que claramente expresaba la pobreza de la cual provenía. Mientras el interno me narraba su historia, veo su expediente y solo una mirada a sus laboratorios basto para darme cuenta de su gravedad y exclame: “Esta paciente necesita diálisis urgente”. Volteo a la derecha y como caído del cielo, el nefrólogo. “Doctor” exclame, “mi paciente necesita diálisis”. El nefrólogo la vio, y ambos en común acuerdo llegamos a un buen plan de tratamiento mientras la preparábamos para diálisis. En la puerta un muchacho bajito, blanco de unos 27 años, de buen parecer, tratando de ver a su madre tras esa puerta de vidrio apañado, esperando que alguien se acercara para explicarle la condición de su madre. Su angustia me hace interrumpir la visita y tomar unos minutos para explicarle que su mama estaba delicada pero a mi opinión con el tratamiento y la diálisis sus posibilidades serian buenas. El muchacho agradecido por la información, se acerco a su madre y la abrazo. Yo seguí con el siguiente paciente, con cierta satisfacción y ternura en mi corazón al ver el amor y cuidado mostrado por este muchacho.
Terminada la visita de adentro, me encamine al pasillo, un paciente tras otro y otro. Como a las 11 am: “doctora tenemos una paciente en paro”, mientras corría hacia la sala iba recordando los pacientes que tenia en esa área, “que paciente será? Seguramente el de la cama 7 u 8? Al acercarme, vi a mis internos tratando de resucitar a mi paciente de la cama 10. No lo podía creer, era la paciente de la falla renal. Mientras los internos aplicaban maniobras de resucitación, me doy cuenta que no se le han aplicado los medicamentos a la paciente. Con indignación y enojo, pregunte: ¿qué paso con el suero? ¿Qué paso con el gluconato de calcio? ¿Qué paso con las nebulizaciones? No veo ningún medicamento a su lado y ya hace mas de tres horas que los pedí”. La enfermera contesto rápidamente: “Doctora el hijo se fue a comprar los medicamentos y aun no regresa”. En ese momento, como muchos momentos en el Catarino, sentí un nudo en mi estomago y un sentimiento de tristeza, desolación y enojo al darme cuenta que probablemente ya era demasiado tarde. Una vez más, por no tener a tiempo los medicamentos, una vez mas se me muere un paciente por una “estupidez”. Pero en ese momento, tuve que mantener la calma, ayudar a mis internos, a mis enfermeras y más que todo a mi paciente.
Seguimos unos minutos más con los intentos de resucitación, pero fue imposible, habíamos fallado, el hospital había fallado, el sistema había fallado. Con voz baja exclame: “paren, es suficiente, hora de muerte 11:30 am”. En la entrada de la sala, su hijo con una bolsa llena de suero y medicamentos. Al verme, era evidente la angustia que enmascaro su cara y volteándose hacia mi, me hablo y quizás con la esperanza de escuchar palabras alentadoras pregunto: ¿Doctora que esta pasando? Con voz pausada, no hubo más que decir que, “lo siento mucho, su mama falleció”. Y allí, escuche silenciosamente a aquel muchacho que entre llanto y reclamos descargo su enojo y angustia sobre mí. “¿Doctora usted me dijo que ella viviría, usted me dijo que no le iba a pasar esto? ¿Porque tiene a practicantes tratándola? ¿Porque la descuido?” En ese momento mil palabras sonarían vacías para el, no había excusa que valiera. El corrió y se tiro sobre su madre y lloro, tanto que hasta el día de hoy puedo escuchar el eco de su llanto. Una desesperanza lleno mi corazón nuevamente, un caso mas que reflejaba un país quebrantado, un sistema de salud completamente ineficiente, y un gobierno deshumanizado y sin verdadera voluntad de ayudar al enfermo necesitado.
Sin embargo, en aquel momento, con una respiración profunda asimile la escena, recupere mis ánimos y con mi estetoscopio en mano continúe mi visita pues todavía tenía muchos pacientes que ver. El continuar con mi visita significaría un nuevo paciente con una nueva historia, significaría un refugio para poder momentáneamente olvidar lo sucedido en la cama 10. A lo mejor con un nuevo paciente sentiría la satisfacción de la que nos alimentamos a diario en esta profesión. En ese momento ya no importaba el dolor en mis pies y mis piernas, ya no pensaba en compromisos que tendría mas tarde; ante la tragedia ocurrida, esto era insignificante. Al llegar a mi paciente 52, llego el doctor del siguiente turno y al verme durante la visita se acerco y me libero de mi turno, tomando así el mando de la tarde.
Agradecí el gesto del doctor en turno, di mis últimas instrucciones a los internos y salí de la sala. Nuevamente caminando por ese pasillo, dejaba pacientes en su mayoría con muestras de agradecimiento hacia mi, pero yo por otro lado no pude evitar sentir que era un agradecimiento no merecido pues les hemos fallado a nuestros pacientes, a nuestros enfermos y necesitados.
Con mis manos en los bolsillos de mi bata, mi estetoscopio en cuello, salí pensativa y con una mezcla de sentimientos de satisfacción, tristeza y enojo. Afuera, cerré los ojos al sentir la brisa de aire fresco, la brisa del tener salud, la brisa del privilegio de salir a comer y dormir en mi casa con mis seres queridos; es esa brisa que me hizo recordar las palabras de San Pablo en Gálatas 6:9 cuando dijo: “no te canses de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos segaremos”.
Susana Castejon, MD
7 de octubre, 2013


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Es la realidad en nuestro país, nientras los politicos hacen grandes negocios con las medicinas que nunca llegar, o falsean las formulas de los medicamentos y venden harina, como el caso que salio a relucir de una diputada que tiene negocios de medicamentos con el estado, todo salio a luz publica y que paso??como siempre nada, por que estan en el poder…….lo lamento doctora pero esta historia la vivira una y otra vez, hasta que nosotros no cambiemos para saber llevar personas que gobiernen con compacion…….siento su impotencia, su frustracion….
Estimado Alex, tiene usted razón. Tenemos que luchar, pues aquí vivimos y nos tocaron tiempos como estos. Mi madre siempre me ha recordado ese versículo que cite en el artículo. Tenemos que orar y creer en una Honduras mejor; recordar que a veces los frutos llegan no en el tiempo que queremos y que trabajamos para un reino mas grande, el de Dios, el de la justicia. Cite este caso en el artículo pero estos casos los vivimos a diario. Que Dios le bendiga!