Eneko Sanz. (Periodista Español)

En el mundo anglófono todo cronista de viajes comienza su reseña sobre Singapur con el juego de palabras que se ha convertido en eslogan no oficial de la ciudad-estado asiática: “Singapore is a fine country”, que puede traducirse indistintamente como “Singapur es un bello país” o “Singapur
es un país de multas”.

La república insular, que celebra este año su 39 aniversario, y donde viven cuatro millones de personas en un territorio que representa un tercio del de Guipúzcoa (Comunidad Española), se ha ganado la reputación de ser extraordinariamente segura, limpia y bien organizada gracias a un exhaustivo repertorio de prohibiciones, respaldado por estrictas sanciones.

Ya en el control de pasaportes, donde hace veinte años a los hombres con pelo largo se les negaba el acceso si no aceptaban ser conducidos a un peluquero que los adecentara, lo primero que uno encuentra es una señal que de modo inofensivo prohíbe vestir sombrero y un aviso algo más inquietante, en la papeleta de inmigración, en grandes letras rojas: “ATENCIÓN: BAJO LA LEY DE SINGAPUR EL TRÁFICO DE DROGAS CONLLEVA LA PENA DE MUERTE”.

Fumar en el metro y en otros lugares con aire acondicionado comporta una multa de 240€. Se puede fumar en la calle, pero tirar la colilla al suelo puede costarle a uno 470€. Escupir, 240€. Otros 240€ por no tirar de la cadena del retrete en los aseos públicos. Está prohibido orinar en los ascensores, bajo multa de 470€, lo mismo que por dar de comer a las palomas o mantener relaciones sexuales “contra natura”. 240€  también por comer o beber en el metro y 470€ por masticar chicle, bailar o hablar en público sin permiso. 2.360€ y 950€ respectivamente, aunque se está debatiendo levantar la prohibición, de bailar en barras americanas,por utilizar patines y patinetes por la calle, 240€. El vandalismo y los graffiti se sancionan con 2.360€… Las multas pecuniarias se aplican normalmente a primeros infractores. En el caso de tirar papeles por la calle, por ejemplo, los reincidentes se enfrentan a una multa de hasta 9.550€ y una “Orden de Trabajo Correctivo” como la limpieza de calles o playas, llevando un uniforme brillante, y con la presencia a veces de los medios de comunicación para añadir la humillación pública al castigo.

La prohibición de importar y vender chicle es una de las más celebre instituciones de Singapur. Dicen que el motivo de esta prohibición fue que los chicles pegados en las puertas de los vagones del metro impedían que se cerraran normalmente, y causaban el 70 por ciento de los retrasos. A
los turistas se les está permitido llevar pequeñas cantidades de chicle para consumo propio. En mayo de este año las leyes se relajaron y ahora se puede comprar chicle, en farmacias, siempre que se sea mayor de edad y previa presentación del carnet de identidad. El chicle no ha de contener azúcar y ha de ser para uso terapéutico (como los chicles de nicotina). Si el farmacéutico no registra el nombre del comprador, puede recibir una multa de 1.400€. Singapur ha hecho esta concesión dentro del acuerdo de libre comercio que mantiene con EE.UU., quienes han perdido millones de dólares en la década durante la que el chicle ha estado prohibido. Otros productos que está prohibido introducir en el país son el vestuario antibalas, armas y dinero de juguete, y tabaco de mascar.

Y, por supuesto, las drogas son ilegales. Catorce gramos de heroína, veintiocho de morfina o cocaína, doscientos de hachís, cuatrocientos ochenta de marihuana o un kilo de opio suponen la pena de muerte. Lo mismo para locales, que para extranjeros, y no hay embajada capaz de evitarlo. En 1994, un holandés fue el primer occidental colgado por el tráfico de drogas, a pesar de las peticiones de clemencia por el gobierno holandés y la reina Beatrix.

En el período de 1991 a 2004, 400 personas han sido ahorcadas, los viernes en la prisión de Changi, principalmente por crímenes relacionados con el narcotráfico. Singapur es el país con el mayor número per cápita de ejecuciones del mundo (13,7 por millón durante el período de 1994 a 1999), seguido muy de lejos por Arabia Saudí (4,65), Bielorrusia (3,2), Sierra Leona (2,84), Kirguizistán (2,8), Jordania (2,12) y China (2,01), y es séptimo en números absolutos, después de China, Irán, Arabia Saudita, Estados Unidos y Nigeria. Cantidades menores de drogas ilegales pueden implicar un mínimo de tres años de cárcel y tres bastonazos, y un máximo de treinta años de cárcel y quince bastonazos.

Los bastonazos se aplican en las nalgas, aunque uno sólo de ellos puede provocar heridas de consideración. Los bastonazos son asestados por un especialista en artes marciales con un largo junco remojado en salmuera.

El sexo “contra natura” es ilegal. Esto incluye las relaciones homosexuales y la sodomía. El sexo oral sólo está permitido si se practica como prolegómeno al coito (lógicamente heterosexual). Esta prohibición forma parte de la Ley de Salud Pública Medioambiental, que también regula la “exhibición indecente” y el cruzar la calle imprudentemente (a 50 metros de un paso de cebra o puente, 24€ de multa). Esta última infracción ha creado todo un monumento en
la ciudad estado: la señal que prohíbe cruzar la calle donde no haya un paso de peatones puede encontrarse cada pocos metros en todas las aceras y parece más bien una prohibición para que los alienígenas no suban la rampa de acceso a su ovni.

Una censura rigidísima para un régimen supuestamente democrático aumenta la lista de prohibiciones. Varias publicaciones internacionales de actualidad política no pueden ser distribuidas y la recepción televisiva por satélite está vetada, aunque no por cable. Singapur y Malasia, países con unas tensas relaciones diplomáticas, mantienen una prohibición recíproca sobre la venta de periódicos del otro país. La venta de materiales pornográficos está prohibida, incluyendo hasta 2003 la revista Cosmopolitan, que se consideraba demasiado explícita para la moral singapurense.

CONTINUARA…