Ernesto Pinto
Aparte de creer que saben todo, que son justos, sabios y santos, los fariseos no son capaces de reconocer cuándo Dios está actuando con poder en la vida de alguien, sino que, sin empacho alguno, emiten su juicio: Está endemoniado. También y por la misma naturaleza corrupta de sus corazones son personas que pueden ser usadas por el diablo para tratar de tentar a los hijos de Dios. El legalista trabaja sutilmente, sabe usar las palabras con los acentos adecuados para provocar las reacciones deseadas, y actúa creyendo sinceramente que lo que hace lo hace para servir a Dios.
También auto justifican diciendo que son buenos porque nunca han matado a nadie, porque van a la iglesia, ayunan, oran, pero no se dan cuenta que sus lenguas se mueven con la velocidad de la serpiente, para fulminar a otros. Los fariseos levantan el dedo acusador para desviar la atención de los demás, para que nadie se de cuenta de sus propios pecados, de la triste condición de su pobre corazón entenebrecido.
“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como éste publicano; Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será exaltado.” Lucas 18:9-14.

