Tomado del libro de Mario Fumero sobre «El abuso de autoridad»
Después de haber razonado y enfocado las realidades que originan y desencadenan los abusos de autoridad, deseo definir, a través de las Sagradas Escrituras, las normas que deben regir el sometimiento a una autoridad, sea paternal, social o eclesial y la forma en que debemos rechazar todo esquema alusivo, venga de quien sea.
Lo primero que debemos tener e mente son las características de los que se proclamen líderes. Un elemento básico en todo el Nuevo Testamento es que Jesús jamás envío a un discípulo solo, siempre los mandaba de dos en dos. Este esquema lo definiré como “el principio de la autoridad compartida”(Ecl 4:9, Mr 6:7, Mt 18:19) Si andamos dos, estamos protegidos contra calumnias, arbitrariedades y errores, porque “por boca de dos o tres testigo se debe tratar todo asunto” (Mt 18:16, 2 Cor 13:1, Heb 10:28).
Otro elemento del líder, además de trabajar en equipo y diluirse en el grupo esta su carácter ministerial, esto es su conducta moral y social en ña vida practica. En la Biblia se le describe según 1 Timoteo 1:5-6 como que:
1- Tiene un “amor nacido de un corazón limpio”, donde no hay interés en ganancias, ni deseo de beneficio propio, sino que se da desinteresadamente (1 Pd 5:2) como una nodriza que cuida con ternura a sus hijos (1 Ts 2:7) .
2- Tiene “una buena conciencia”, por lo que su acciones son transparentes, andando siempre en luz (1 Jn 1:7) y presentándose como modelo al cual los demás deben imitar. Nunca exige algo que el mismo no este dispuesto a dar.
3- Tiene una “fe no fingida”, por lo que sus enseñanzas son sinceras, basadas en la Palabra y encarnada en su vida. Sus ordenes emanan más de su conducta y vida que de sus palabras y mandato. Es como una carta escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo”(2 Cor 3:3)

