Mario E. Fumero
Santiago_4:16 “Pero ahora se jactan en su arrogancia. Toda jactancia semejante es mala”.
La arrogancia es una actitud que nace de la soberbia que me lleva a la presunción. Un arrogante trata de ver a los demás como inferior, vive jactándose de lo que es, de lo que tiene y lo que puede. Acosa y humilla al desposeído (Salmo 10:2). Le da mucha importancia a los títulos y reconocimiento, buscando los primeros puestos en las reuniones (Mateo 23:6). Siempre anda detrás del beneplácito de los que le adulan, y entonces nace en él un espíritu de jactancia. Tiene los ojos altivos (Proverbios 30:13), y presume de ser lustroso. Hace alarde de lo que tiene, y le gusta humillar al hermano humilde.
Cuando un cristiano hace alarde de los milagros que Dios hace en su vida, o de las almas que ha ganado, o de los logros que ha tenido, o de los bienes que le han dado, muestra una actitud arrogante. Cuando el ser humano se vuelve arrogante, automáticamente va rumbo a la soberbia, y una vez que aparece esta, caemos bajo el juicio de Dios, porque él no soporta a los soberbios (Santiago 4:6, 1 Pedro 5:5).
Hagamos lo que hagamos, no somos nada. Dios obra a través nuestro como un instrumento o canal de bendición, pero eso no quiere decir que tenemos el poder, porque si no hacemos lo que se nos manda, el Señor se encargara que otros lo hagan por nosotros, aun las piedras hablarían (Lucas 19:40), o como el caso del profeta Balaam, cuando no trasmitido el mensaje de Dios, un asno lo hizo por él (Número 22:28).

