Mario E. Fumero
Éxodo_3:1-2 “Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro, sacerdote de Madián; condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto y llegó a Horeb, el monte de Dios. Y el ángel del SEÑOR se le apareció en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse Moisés, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía”.
¿Cómo Dios trató con Moisés? Cuando estudiamos la vida de Moisés encontrado la característica de un hombre que no tenía dominio propio, era impulsivo, y en un arranque de cólera, mató un egipcio, huyendo el desierto (Éxodo 2:12). Además era tardó de lengua, impaciente y prepotente (Éxodo 4:10).
Después de la revelación de Dios en la zarza ardiente, la vida de Moisés sufrió un tremendo cambio. El Señor lo llevo desde un rebaño en el desierto, a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, pero para ello tuvo que aprender una gran lección.
Él se creyó ser algo, pero en el desierto descubrió que no era nadie. Tuvo que aprender la paciencia, cuidando y protegiendo a un rebaño dentro de un entorno difícil. Para poder guiar al rebaño en lo arrido del Sinaí, tuvo que ser persistente en aquello que se le había encomendado. Después de los 40 años, Moisés hizo un gran descubrimiento, supo que no era nadie, y fue entonces que Dios decidió hacer algo con él, lo convirtió en el libertador de los hebreos.
Cuando descubrimos nuestra incapacidad, y dejamos que los avatares de la vida nos enseñe la paciente y persistente, entonces el Señor forjará en nosotros el carácter cristiano.
La victoria en la vida cristiana no es del que puede, ni del que corre, sino de aquel al cual el Señor le da misericordia (Romanos 9:16). Para ello lo primero que debe aprender es a no confía en su propia prudencia, sino en la suficiencia del Señor, porque nadie podrá ser fuerte con su propia fuerza (1 Samuel 2:9).

