Mario E. Fumero

Marcos_3:24 “Y si algún reino contra sí mismo fuere dividido, no puede permanecer el tal reino”.

Afirmamos en el artículo anterior que el espíritu de división es un cáncer que destruye el área en donde penetra, por lo cual, se hacen realidad las palabras de Jesús, cuando afirmo que un reino dividido contra sí mismo, no permanece.

Hay muchas áreas y formas en que la división destruye la unidad, pero la más común, frecuente y delicada es cuando está división penetra en el seno de la familia. Uno de los flagelo de la sociedad moderna, que da paso a la delincuencia, frustración e inseguridad, es la existencia de hogares disfuncionales.

Las estadísticas revelan que dos de cada tres matrimonios se destruyen. En la mayoría de los casos, la destrucción de un matrimonio obedece a factores e la falta de entendimiento, el celo posesivo, y la no existencia de un genuino amor. Pero existen matrimonios que permanecen unidos en apariencia, pero internamente están en división y discrepancia, originando confrontaciones que causan una división interna, pero que no explota en una separación física, estos también son causantes de muchos daños, principalmente en los hijos, que viven en un hogar en donde la división produce frustración, y tienden a buscar en las calles, amigos y distracción, un consuelo a un hogar en donde en vez de haber paz, existe un campo de batalla.

La causa número uno de la delincuencia juvenil, drogas y rebeldía en los adolescentes radica en la destrucción de la unidad familiar, porque una vez divididos los padres, el diablo hará el resto, haciéndose realidad aquel dicho de Maquiavelo cuando afirmó que; “divide y triunfaras”.