(ESTUDIO BÍBLICO)
Mario E. Fumero
Cuando miro los cambios en los cultos y predicas de las iglesias evangélicas en los últimos cuarenta años, me quedo perplejo al ver cuantos valores históricos y patrimoniales hemos perdido, y como las modas e influencias culturales y tecnológicas han hecho mella en nuestra liturgia, a tal grado que han matado la espontaneidad, el amor, la entrega, y el culto participativo entre los hermano, convirtiéndose la comunidad cristiana en una iglesia sin identidad, adaptando su sistema de culto a la conveniencia y atracción de una adoración que más bien es un espectáculo de entretenimiento que un culto al Soberano, y las predicaciones son más un mensaje motivacional, que confrontativo con el pecado, reinando una hermenéutica de tolerancia y diplomacia.
Frente a esta realidad surge una pregunta; ¿Por qué estamos en crisis cuando proclamamos y poseemos un mensaje tan poderoso? La respuesta la podemos encontrar al revisar la historia de los pueblos que, a través de los siglos, y pese a muchos factores sociales y políticos, no perdieron su identidad ni patrimonio religioso, y pese a los cambios generacionales, hoy siguen viviendo su fe primitiva, sin haberla contaminado con las influencias del siglo XXI.
Brevemente nos vamos a referir a dos culturas que a través de los siglos han mantenido su fe y sus costumbres inalterables, pese a los cambios históricos y el haber sido sometido a los dominios extranjeros. Me refiero a la religión islámica y judaica, porque de ellas emana muchos aspectos de nuestra fe, ya que somos una religión de origen judeocristiana e iconoclasta.
La evidencia más fuerte de lo que es un patrimonio religioso lo tenemos en la historia de los judíos y árabes que habitaron en la Península Ibérica después de la diáspora (70 d.C) y que se remontan a la época romana (siglo II d.C.), y que se extendió hasta el florecimiento de la Edad Media, principalmente en España, que fue en la Edad Media el centro del mundo judío y musulmán en Europa. Bajo la conquista musulmán de España (711 al 726 d.C), apareció en Córdoba y Granada unas comunidades judeo-musulmana prosperaras y pacíficas, que sobresalieron en el campo de la agricultura, diplomacia, artes, filosofía, comercio, ciencias, astronomía, medicina, botánica y la geografía. Constituían aproximadamente el diez por ciento de la población (porcentaje sólo comparable con la Polonia anterior a la Segunda Guerra Mundial), pero todo esto ocurrió sin perder su patrimonio histórico de la fe y costumbres. Estos llegaron a ejercer los cargos públicos más altos de su historia (con la posible excepción de los Estados Unidos de hoy). De manera que el progreso no destruyo su herencia y costumbres religiosas. Hasta el día de hoy judíos y musulmanes siguen practicando sus creencias en la misma forma que en aquellos tiempos, pues no han permitido que las tecnologías, ni la música e instrumentos modernos invadan sus mezquitas y sinagogas. Oran y practica se fe de las mismas formas como lo hacían miles y cientos de años atrás.
Vemos atreves de la historia como a medida que la iglesia católicos romanos reconquistaban el poder y la influencia de los Reyes de España, promovieron la persecución contra los judíos y musulmanes, iniciándose una terrible persecución que se iba extendiendo sobre las comunidades judías y musulmanas del sur de España. Fue tan terrible la persecución que muchos judíos huyeron, y expulsaron a los musulmanes, siendo todos ellos víctimas de la intolerancia religiosa de un cristianismo fanático, y los obligaron en un inicio a vivir en juderías cerradas, hasta el extremo que se les prohibió el ejercicio de muchas de sus prácticas, entre ellas la de guardar el sábado, hacer sus ceremonias, y expresar su fe en público, siendo por último expulsados de España, si no se hacían católicos.
Algunos judíos, para no perder sus bienes y huir, aparentemente aceptaron la fe católica, bautizándose y cambiándose el nombre, pero en su intimidad siguieron observando las normas y la fe judía. A estos se les llamó “marranos”[1] y los que salieron huyendo y se extendieron por el mundo y américa, formaron las comunidades que se les llamó sefardíes.
El cristianismo moderno de occidente no ha vivido situaciones semejantes a las que ya hemos relatado, pero no ha sido necesario que esto ocurriera, porque el diablo se ha encargado de absorber muchas costumbres originales de la iglesia primitiva, para arruinar y conquistar sus cultos, y de esta forma destruir la verdadera adoración, comunión y espontaneidad bíblica, para introducir en los mismos distracción, manipulación, ritmos carnales y una réplica de las discotecas y costumbres paganas del mundo, disfrazadas de seudo-cristianismo. Esto ha hecho que los cultos actuales sean amenos, pero poco expresivos internamente, y con ello han matado la libertad del Espíritu Santo, para implantar en su lugar la manipulación de los hombres con métodos motivacionales e influencias subjetivas.
[1] – los marranos, una forma despectiva con la cual eran denominados los judíos de España y Portugal obligados a convertirse al cristianismo, y que seguían observando sus costumbres y religión.

