Ángel Bea
Los gobernantes nos solicitan a los ciudadanos madurez a la hora de enfrentar esta crisis. Madurez en esta situación entre otras cosas supone actuar con responsabilidad en todo: Seguir las normas contra el contagio, aceptar las restricciones impuestas y actuar mirando por el bien común y no solo por el propio.
Pero es de suponer que el que es maduro actuará con madurez, pero el que no lo es tendrá que aprender lo que eso significa y a fuerza de disciplina impuesta «aguantar» como pueda la situación hasta que sea superada. Pero a lo largo de esta crisis la cosa podría alargarse, endurecerse y exasperar a mucha gente y eso de «la madurez» también podría saltar por los aires. No obstante, estoy convencido que aun los seres humanos, que no necesariamente son religiosos, aprenden lecciones por la vía de la experiencia.
Nosotros desde la fe, también apelamos a la madurez del cristiano. Pero pasa lo mismo que en la sociedad, hay creyentes maduros y otros que no lo son tanto. Esto no siempre está acorde con los años de vida del cristiano, sino de lo que se hayan aprovechado las experiencias de la vida y las lecciones que se derivaron de ellas.
Por eso es apropiado llamar al pueblo cristiano a actuar con madurez y no usar una supuesta espiritualidad que encubriría una falta de madurez manifiesta. La referencia aquí a «los campeones espirituales» a los que nos referíamos hace unos días, es apropiada.
Así que, con mucha más razón hablamos de aprovechar el tiempo de prueba que nos ha sobrevenido con esta crisis del coronavirus, con la finalidad de practicar y aprender la paciencia, la templanza y adquirir sabiduria tal y como decíamos hace unos dias comentando el texto de Santiago, 1.1-5.
Si las autoridades gubernamentales lo demandan de nosotros, ¿acaso es disparatado que nosotros seamos, incluso más diligentes y exigentes en eso que nuestros conciudadanos? Y lo de «mirar por el bien común» y «no cada uno por lo suyo propio» ¿no estaba ya recogido en las Escrituras hace ya más de 2000 años, siguiendo el ejemplo de Cristo? (Flp.2.1-11)
Además, debería ser así con mucha más razón sabiendo que las virtudes con las cuales somos equipados como hijos de Dios, por el Espíritu Santo, no solo tienen valor en relación con esta vida y en lo que podamos beneficiar a nuestra sociedad, sino con la vida venidera. Al menos eso es lo que nos dice la Sagrada Escritura. Ella es muchísimo más sabia que el consejo de los hombres. Por otra parte contamos -sin lugar a dudas- con la asistencia de la gracia de Dios a nuestro favor, «para que nuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Heb.12.2-3)
«Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengais la promesa» (Heb.10.35-36)