Mario E. Fumero

El día 16 de octubre del 2020 partió a la presencia del Señor una mujer ejemplar, que dedicó su vida a los niños abandonados, me refiero a Sor María Rosa, una monja católica que se entregó en cuerpo alma y corazón al servicio de los más necesitados.
De ella conservo una grata experiencia que quiero compartir. Corría el año 1973 cuando unos jóvenes de las aldeas SOS de Miraflores llegaron a un grupo cristiano que estaba formado en la Kennedy, llamado Brigadas de Amor Cristiano, los cuales teníamos como fin rescatar a jóvenes perdidos en droga y llevarlos a las áreas más necesitadas para ayudar a en las zonas rurales, y formábamos un movimiento evangélico.
Uno de esos jóvenes, que llegó a ser pastor de nuestra iglesia y actualmente es pastor en España, me comentó que su madre espiritual, Sor María Rosa quería saber a qué grupo cristiano asistía, y que, para darle permiso, quería conversar conmigo. El joven me llevó a su casa en la colonia Miraflores, y era lógico que Sor María Rosa estuviese preocupada de que sus muchachos fueran a una secta herética, así que les condiciono darle permiso al hecho de poder hablar conmigo y conocerme, y fui con el Joven a su casa.
Sor María Rosa me recibió muy amablemente, y nos sentamos para conversar. Su primera pregunta fue si yo era Testigo de Jehová o mormón, y le expliqué que éramos descendiente de la Reforma protestante, de un fraile llamado Martín Lutero. Después de una larga conversación, Sor María me dijo: “tenemos al mismo Dios y al mismo Jesucristo, y estamos en la misma misión, rescatar a los perdidos y abandonados, lo único que no me gusta es que los evangélicos no aceptas a la virgen María”. Yo le respondí que para nosotros María era un modelo de mujer, la madre de Jesucristo hombre, y que nos aconsejó que hiciéramos todo lo que Jesús mandara (Juan 2:5), lo único que no aceptábamos es que era la madre de Dios, porque Dios era antes de que María fuese, y sin discutir más, establecimos una estrecha y larga amista, pues pese a ser católica en una época de intolerancia, ella tenía una mente muy amplia, y un corazón muy grande.
Dos meses antes de qué falleciera, hablé con ella cuando estaba ingresada en el hospital, con el COVID-19, el cual superó milagrosamente. Sin embargo, los años pesan y como no somos eternos, ella me dio a entender que ya estaba preparada para el viaje eterno, pues somos transitorios y peregrinos en la tierra (1 Pedro 2:11).
No puedo juzgar su vida espiritual íntima, por qué el hombre mira lo que hay afuera, pero no mira lo que hay en el corazón (1 Samuel 16:7), pero si puedo juzgar sus hechos y sus frutos, “porque por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16) y ellos evidencian el amor que tenía por los necesitados, el cual nace de Dios, y son miles los hijos espirituales que dejo en esta nación.
Ella se fue, como todos nosotros tendremos que irnos algún día, sin embargo, clamo y espero que Dios levante a otras mujeres valientes que tomen la antorcha que ella sostuvo toda su vida, y no cabe duda de que Sor María Rosa ha dejado huellas indelebles en la vida de miles de jóvenes que hoy son familias estables, y personalmente la admiró, por qué siendo católica, en una época en donde las mentes era muy radicales, actúo con una mente amplia y un corazón noble, reconociendo que Jesucristo no es una religión, sino una experiencia profunda de entrega y servicio a los demás. Descanse en paz, y que reciba de Dios la recompensa por su ardua labor.
Deja un gran legado, Dios permita se levanten más mujeres como ella.
Excelente