Ángel Bea

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón, y no hay cosa que no sea manifiesta en su la presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb.4.12)
Una de las cosas que Dios nos enseña a través de su Palabra, es que los hijos de Dios tenemos que ser sinceros, tanto en nuestro hablar como en nuestra conducta (2ªCo.1.12; 2.17) renunciando a todo engaño e hipocresía, sin “máscaras” ni “disfraces” (1ªP.2.1-2). Eso implicaría tomar decisiones respecto de lo que lo que hacemos cuando estamos solos y no nos ven los demás (2ªCor.4.2) para no llegar a ser como aquellos fariseos, que el Señor calificó como “sepulcros blanqueados… hermosos por fuera, pero por dentro… llenos… de toda inmundicia” (Mat.23.27)
Sirva la historia expuesta a continuación como ejemplo del poder revelador de la Palabra de Dios para descubrir los “disfraces”.
El reino de Salomón se había dividido, pero antes de la división, el profeta “Ahías silonita” le habló a Jeroboam, de parte del Señor y le comunicó que él sería rey sobre las diez tribus del norte. Además, le dijo que su reino sería perdurable a condición de que él hiciera lo correcto (1R.11.29-40).
Una vez que sucedió la división y Jeroboam subió al trono, olvidó todo cuanto le había dicho el profeta Ahías e hizo lo que consideró oportuno, sin tener en cuenta la voluntad de Dios. Dicho de otra forma: Jeroboam hizo lo que le dio la gana y condujo al pueblo de Israel hacia la idolatría sin tener en cuenta para nada lo que Dios le había dicho por medio del profeta. (1R.12.25-33).
Luego, una vez que estaba celebrando con grandes fastos todo cuanto había inventado de su corazón y para su propio provecho personal, le fue enviado un profeta que lo amonestó severamente, de forma pública y tan evidente que fue por esa misma evidencia milagrosa -seguramente- que el profeta salvó la vida (1ªR.13.1-9).
Sin embargo, Jeroboam no prestó atención ni a las palabras primeras del profeta Ahías, ni tampoco a las segundas de este profeta anónimo. Él no rectificó y siguió haciendo lo que quiso.
Cuando una vida, sea rey o quien quiera que sea no estima para nada a Dios y se dedica a hacer lo que le viene en gana, el hecho de que Dios guarde silencio no significa que él no tome debida nota, ni que deje de interesarse por nosotros. Sencillamente, nos deja hacer. Es como si dijese: “Bien, hijo; ¿Eso es lo que quieres?, adelante”. Entonces deja pasar el tiempo, porque lo que no queremos aprender de una manera, él ha establecido que lo aprendamos de otra. El propósito es que no nos hagamos daños innecesarios a nosotros mismos ni a los demás.
Pasó el tiempo y el hijo de Jeroboam cayó enfermo. Eso fue una situación inesperada para Jeroboam. Eso quiere decir que, si bien él demostró tener el control de su vida, ahora llegó el momento en el cual comenzó a experimentar sus limitaciones.
Algo que también nos puede suceder a nosotros (¡y nos sucede!); sea por medio de una enfermedad, una crisis, o cualquier otra contingencia. Entonces nos sentiremos impotentes y vamos a saber que ninguno de nuestros recursos resultarán eficaces contra ese mal que nos aqueja. Jeroboam sabía que lo que había instituido era falso y ni los becerros que había hecho ni lo que representaban, según lo que el rey decía, podrían ayudarle a conseguir la sanidad de su hijito, su heredero al trono.
Entonces, en su angustia, se acordó del profeta Ahías y elaboró una estrategia: Él le dijo a su mujer que se disfrazara para que no fuese reconocida, cogiera algunos regalos y fuese a ver al profeta Ahías que hacía tantos años le habló de parte del Señor, para preguntarle si su hijo sanaría de aquella enfermedad.
La mujer hizo lo que el rey le dijo, y se encaminó hacia la casa del profeta. Aías estaba casi ciego debido a su avanzada edad. Así que no sería posible que el profeta reconociera a la mujer de Jeroboam. ¡Además, ella iba disfrazada!. Sin embargo, nuestro versículo de cabecera se hizo real a través del profeta Ahías. Antes de que la mujer de Jeroboam llegara a casa del profeta, Dios le habló a éste y le dijo lo que habían tramado Jeroboam y cómo su mujer iba disfrazada.
Así que, “cuando Ahías oyó el sonido de sus pies, al entrar ella por la puerta, (le) dijo:
Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? He aquí yo soy enviado a ti con revelación dura” (1ªR.14.1-6)
Cuán diferente hubiera sido, que Jeroboam hubiera reconocido sus rebeldías y, humildemente hubiera acudido al Señor, en la persona del profeta Ahías. Él hubiera sido perdonado y atendido por él. Pero su obstinación era tan grande que no parecía posible que se diera esa actitud. Por lo cual, Jeroboam, rey de las 10 tribus del norte de Israel, no solo no fue atendido por el Señor de forma favorable, sino que quedó como símbolo de quien, por su rebeldía y obstinación, se mencionaría a lo largo de casi toda la historia del pueblo de Israel.
Jeroboam creyó que podría “burlar a Dios” (“darle esquinazo”) pero ya lo dice la Biblia: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6.7) Y la razón es que… “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. (Heb. 4.13) ¿Cómo pues, podemos escondernos de su presencia? (Salmo 139).
La lección para nosotros, es que no podemos acercarnos al Señor con nuestras “máscaras” o “disfraces”. Él sabe todas las cosas y, aunque no sea el mismo caso, de esta historia se deriva un principio: Hemos de tener en cuenta que el Señor valora la sencillez de corazón, la sinceridad, la franqueza y la claridad, al hablar y al actuar (2ªC.1.12; 2.17); pero la doblez del corazón, la falsedad y la hipocresía, él la abomina y la aborrece (Mat. 23.27-28).
Y para tristeza nuestra, esto se da mucho en el campo religioso. La religión muchas veces es usada como “máscara” o “disfraz” para encubrir nuestras imperfecciones: nuestros pecados del corazón, del carácter e incluso de malas obras. Pero eso puede durar hasta que un día nos encontramos de cara con un mensaje parecido al que recibió la mujer de Jeroboam:
“¿A dónde vas…? ¿Por qué te finges otro/a?”.
El propósito divino es trabajar con el “personaje” que nosotros hayamos construido a lo largo del tiempo, con el fin de que lleguemos a ser la persona que él quiere que seamos, semejantes a Jesús.
Por tanto, que el Señor nos ayude a que podamos deshacernos de nuestras máscaras: las conscientes y las que no lo son.
(Ángel Bea)
Muy constructivo el mensaje me gustó mucho