Mario E. Fumero
Recientemente una encuesta de la Cid Gallup determinó que Honduras era uno de los países más evangélicos de América latina. Según sus estadísticas en Guatemala el promedio de evangélicos es de 43% y en Honduras de un 44%, siendo uno de los países de más evangélicos en toda América latina, pero, sin embargo, somos uno de los países más violento, corrupto, pobre e inestables del hemisferio, y esto me lleva a cuestionarme si en realidad somos un país verdaderamente cristiano y evangélico, porque la realidad demuestra todo lo contrario.
Si somos tan evangélico como se afirma ¿A qué se debe la corrupción existente actualmente, y el vivir una decadencia total en todos los aspectos de la vida nacional? Frente a este interrogante, y viendo la encuesta de Cid Gallup, solo me caben dos preguntas; o hay un error en dicha encuesta, lo cual dudo mucho, o en realidad los evangélicos en Hondura no viven el evangelio que predican, y tristemente se han coludido con los poderes corruptos que tras bastidores dividen el país, tolerando el narcotráfico, y promoviendo la corrupción que ha creado grandes desigualdades sociales.
En Honduras tristemente la corrupción imperante se ha generalizado a tal grado que incluso ha invadido a muchas iglesias y pastores, lo que refleja que el evangelio se ha convertido en una moda, sin haber tenido un efecto transformador en la vida de muchos que asisten las iglesias, incluso hemos visto con tristeza, como algunos pastores, olvidando la apoliticidad de la iglesia, se han alineado con los gobiernos corruptos y se han prestado para intervenir en asuntos para los cuales no estamos llamado. Decir que somos cristianos sin vivir las enseñanzas de Jesús es una gran vergüenza, y convierte a nuestro cristianismo en pura hipocresía. No es lo mismo ir a una iglesia, vivir en el diario quehacer la verdad de Cristo como estilo de vida.
Este mensaje publicado y difundido por diversos medios de comunicación, nos debe llevar a reflexionar, y pensar seriamente adonde hemos caído como cristiano, y cómo es posible que habiendo tantos evangélicos en teoría, vivamos en una sociedad tan violencia, corruptos y desigual, plagada de pobreza, miseria e injusticia.
Cuando el cristianismo deja de ser un estilo de vida, para convertirse sólo en una religión, no sólo desprestigiamos el evangelio, sino que promovemos la incredulidad y el ateísmo frente a aquellos que, siendo sincero, ven en la religión una contradicción y no una realidad que refleje la vida de Jesucristo.
Esto me lleva a recordar el surgimiento del ateísmo en la Revolución bolchevique, cuando la clase obrera y desposeída fue a reclamar el pan al Zar que gobernaba Rusia, y descubrieron que la iglesia era un instrumento para aplacar su miseria y mantenerlos hambrientos, mientras ellos, los religiosos, vivía en derroche y alineado al lado del poder dominante. Fue entonces cuando Lenin dijo que “si Dios era un instrumento para mantenerlos en pobreza, quitemos a Dios de en medio y tendremos pan”. Así nació dentro del esquema de la Revolución comunista el principio del ateísmo, el cual decía en una de las estrofas de su himno “no más salvado del supremo ni césar ni burgués, ni Dios, pues nosotros mismos haremos nuestra propia redención”.
Dejemos de hacer del cristianismo un espectáculo, una moda, una plataforma para encubrir nuestro pecado, y reconozcamos la realidad del evangelio que es transformación y no religión. Donde se predica la Palabra de Dios debe de haber un cambio profundo, no solamente en las personas, sino también en la sociedad, porque el evangelio no es una religión sino una vivencia personal que genera un nuevo nacimiento.