Omayra Sánchez no pudo ser rescatada. Tenía solo 13 años, cuando el volcán Nevado del Ruiz, que estuvo dormido durante 69 años, hizo erupción en Colombia. Era el 13 de noviembre de 1985. Ella adquirió reconocimiento mundial por estar tres días atrapada entre el lodo y los restos de su propia casa, mientras las cámaras de televisión transmitían incesantemente sus últimas horas de vida. En el lugar murieron su padre y tía. Ella logró empujar su cuerpo hacia arriba a través de los escombros y de otros cadáveres, manteniendo su nariz, boca y ojos fuera del agua.
Comenzó a gritar sin parar hasta que aparecieron algunas personas que, con mucho esfuerzo, la jalaron hacia arriba porque se hundía rápidamente. Pero constataron que sería imposible lograrlo a menos que le rompieran las piernas.
Llegaron los bomberos y le pusieron un neumático para que le sirviera como boya y flotara, ya que estaba cansada de sostenerse.
Los buzos se sumergieron para analizar la situación del incidente y se dieron cuenta que sería imposible sacarla viva del agua. No tenían ningún instrumento para practicarle una cirugía. Y, si lo hacían, también moriría instantáneamente.
Entonces decidieron acompañar a Omayra en su camino irremediable a la muerte.
El nivel del agua estaba subiendo y las extremidades inferiores de Omayra estaban aplastadas. Le dijeron, apenados, que solo saldría de esa situación si ocurría un milagro. La niña se mantuvo fuerte, cantó y se burló de German Barragran, un periodista que se ofreció como voluntario en la tragedia. A medida que pasaban las horas, y ante la exposición de los medios de comunicación, surgieron muchas preguntas.
La niña se dio cuenta de su realidad y comenzó a llorar. Luego gritó y pidió perdón y misericordia a Dios, rogándole consolar a su madre, quien seguía toda la escena televisiva en otra ciudad, incapaz de llegar hasta ella. Después de 60 horas, Omarya se despidió de su familia. Pidió a los medios y a la gente que se fueran, que la dejaran sola para seguir su destino. Y expresó sentir que se acercaba la muerte.
Para entonces, los ojos de la niña ya se habían puesto rojos por las infecciones. Sus manos se hincharon y blanquearon igual que su cara. Con la piel tensa y arrugada, comenzó a alucinar, gritando que llegaría tarde a la escuela y que tenían que sacarla de allí lo antes posible.
El 16 de noviembre de 1985, a las 9:45 de la mañana, Omayra Sánchez se despidió. con un breve susurro, «adiós», de todos los espectadores de sus últimos momentos de su vida y murió como resultado de la gangrena, hipotermia y un colapso pulmonar que soportó. Frank Fournier, un fotógrafo francés, capturó el dolor de la niña en una fotografía emblemática en su lecho de muerte, titulada «La agonía de Omayra Sánchez». La foto fue premiada globalmente e ingresó en la lista de la revista Times de las 100 más grandes de la historia. Fournier expresó su sentimiento de impotencia y tristeza total mientras tomaba las imágenes, alentado por la niña, que enfrentó la muerte con paciencia, coraje y dignidad.
*Agencia Infobae*