Mario E. Fumero
Uno de los elementos más importante en la transparencia, es la integridad. Cuando hablamos de integridad se habla de responsabilidad, puntualidad, completo, recto, justo y honesto, o sea ser una persona cabal, que actúa con responsabilidad y transparencia.
Se es integro, cuando manejamos los recursos de empresa o iglesia es el equivalente a ser fiel y honesto. Es por ello que Jesús usa el término de “mayordomo”, para referirse a los líderes o pastores que son los administradores del Soberano, y a los cuales puso al frente de su iglesia para velar y cuidar de su rebaño, y de los recursos de los mismos.
Uno de los principios fundamentales que debe haber dentro de una congregación cristiana es la distribución correcta de los fondos, según las normas establecidas por la Palabra, y de acuerdo a un orden de prioridades, siendo las principales el “sustento y abrigo” (1 Timoteo 6:8) además de la política propuesta por la iglesia. Los fondos que se recauden para un propósito deben ejecutarse para el fin propuesto, y el desviarlo fuera del objetivo original se consideraría un fraude, engaño o malversación de recursos. Tristemente en mis 50 años como ministro del Evangelio he visto como algunos pastores o líderes levantan ofrendas para un objetivo determinado, y después los desvían para otro lado, y algunos hacen fiesta con los mismos, engañando a los donantes. En algunos casos, toman lo recaudado y se lo dividen entre varias personas, dejando una mínima parte para el objetivo que se había propuesto. Todo esto es inmoral y se convierte en un fraude.
Recuerdo una triste experiencia que tuve cuando comenzaba en el ministerio. Me invitaron para predicar a una iglesia en un culto misionero en Nueva York, y a la hora de recoger la ofrenda, el pastor dijo que era para ayudarme a mí, porque al arrodillarme para orar, había visto mi zapato roto en la plantilla. En realidad el zapato se había gastado, y eso dio pie a que el pastor promoviera una ofrenda misionera para comprarme nuevos zapatos, pasando una gran vergüenza. Cuando me fui y abrí el sobre, me sentí frustrado, pues en el mismo encontré solamente $10.00, cuando la ofrenda había sido mucho más. Éste tipo de conducta es un acto deshonesto, y ha sido una práctica común en muchas congregaciones. Tuvimos la triste experiencia de que en un evento para recaudar fondos para el Proyecto Victoria invitaron a un cantante cristiano el cual pidió por ir la suma de $. 2,000.00 dólares y los organizadores pensaron que recaudarían mucho más, pero fue un fracaso y no consiguieron ni siquiera lo que había que darle al cantante. Este enojado, al no recibir por adelantado el dinero dijo “que si no le pagaban primero, no cantaba” y tuvieron que resolver el problema pidiendo un préstamo. Cuando esto ocurrió, yo no estaba en Honduras, porque lo que hubiera hecho es no darle nada, y explicarle a los presentes esa poca vergüenza de un supuesto llamado “siervo del Señor” y devolverles el dinero del concierto. En esta área reina una terrible corrupción.
Cuando se levanta una ofrenda para un propósito determinado, o tú das una ayuda para un fin propuesto, tiene él que lo recibe (sea iglesia u ONG) de respetar el propósito de la misma, y no desviarse, a menos que el donante lo autorice, previa consulta. Hacer lo contrario es faltar de integridad, y hasta se puede catalogarse como hurto. Éste tipo de conducta ha generado la corrupción, la cual es actualmente uno de los peores flagelos que aqueja a los gobiernos del mundo, y tristemente también envuelve a muchas iglesias cristianas debido al énfasis extremo que hacen a la llamada “teología de la prosperidad” que es en sí, la “teología dela codicia”
Cuando hablamos de mayordomía cristiana, hablamos de ser íntegro en lo que estamos ejecutando, o lo que hemos prometido, no hacerlo equivale a robarle a Dios y al prójimo. Es un deber cumplir las enseñanzas en cuanto a nuestra forma de hablar, administrar y dar (Romanos 13:7-8) y manejar los bienes del reino como fieles mayordomos, recordando que lo que haga, tenga o tomé, de ello tendré que darle cuenta a Dios, y no vaya a ser un mayordomo infiel (Lucas 16:1-8).
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