Una reflexión sobre la conducta y problemática de los ministerios de la iglesia en el siglo XXI.
Mario E. Fumero.
PUBLICADO EN 1997. Teologia Pastoral
Autorizada su reproducción siempre y cuando no sea para fines comerciales o lucrativos.
Publicación educativa religiosa. IMPRESO EN HONDURAS.
CONTENIDO:
- INTRODUCCIÓN
- 1- ESTRÉS PASTORAL
- 2- EN BUSCA DE LA POPULARIDAD
- 3- CUANDO VAMOS MÁS ALLÁ DE NUESTRAS POSIBILIDADES
- 4- EL NO SABER DELEGAR
- 5- SENTIRME EL SEÑOR DE LA OBRA
- 6- EL NO TENER COBERTURA
- 7- LAS TRAMPAS DIABÓLICAS
- 8- LA FAMILIA DEL MINISTRO
- 9- LA INTEGRIDAD MINISTERIAL
INTRODUCCIÓN:
No puedo negar que como ministro o líder religioso del Señor, estoy expuesto, más que ningún otro cristiano, a padecer tensiones y preocupaciones por la obra. Esto nos puede afectar seriamente, y es por ello que he reflexionado sobre este tema, «LA PROBLEMÁTICA DEL MINISTRO». Muchas veces me he puesto a pensar en aquellos compañeros del ministerio que partieron con el Señor. La gran mayoría por la «enfermedad pastoral»; infarto al corazón. El motivo está en el tipo de trabajo y la problemática que confrontamos, así que es bueno meditar bien a fondo en los diferentes peligros que tenemos si no sabemos canalizar correctamente el estrés pastoral, ya que existen dos causas que ocasionan el mismo; una el sufrimiento por la obra, esto es natural e inevitable, la otra; la forma de trabajar y de asumir mi papel dentro del trabajo en la iglesia. Este último se puede evitar ya que es el que más daño nos causa. Vamos por lo tanto a tratar de identificar todas aquellas actitudes que nos pueden dañar y buscar el cauce para disminuir así las tensiones que producen el tener que tratar con tantos problemas y luchas diarias. Por eso deberé reconocer mis limitaciones humanas y buscar formas saludables para enfrentarnos al reto de la obra.
En estos últimos años, al viajar, he podido ver a amigos ministros que han prosperado mucho en cuanto a su ministerio y al crecimiento de la iglesia, pero los he encontrado agotados, depresivos y en su moral por los suelos. Algunos hasta han estado a punto de «tirar la toalla» y renunciar a todo. Esto me ha llevado a escribir y registrar estos pensamientos que más que un tratado o libro profundo, es una reflexión real de la actualidad que vivimos en esta última década del siglo XX. Es mi deseo que pueda ayudar a todos aquellos que estén en tales situaciones, pero principalmente a los que vayan a iniciarse en el ministerio, para que no cometan los errores que nosotros muchas veces hemos cometido.
Con mis mejores deseos, dejo en sus manos la lectura de este libro.
Cariñosamente:
Mario Eduardo Fumero
_____________________________________________________________________________________________________________
1- EL ESTRÉS PASTORAL
«Echad sobre él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de vosotros.» (1 Pedro 5:7)
El trabajo en la obra de Dios requiere grandes esfuerzos y sacrificios. Es por ello que los ministerios o ancianos están sometidos a muchas tensiones y preocupaciones, lo cual les socava física y emocionalmente. La Biblia habla en 4:11 de cinco ministerios: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, pero entre ellos existen dos que son los más propensos a padecer grandes crisis, si no saben canalizar y encauzar correctamente sus funciones. Estos son: los pastores y apóstoles.
Los ministerios son funcionales, como en todo cuerpo viviente, entre los cuales está la iglesia. Pero los más responsables en ejercer una autoridad y gobierno amplio, son los pastores y misioneros, y es por eso que son los más afectados, ya que tienen que enfrentarse a la problemática del rebaño, junto a la familiar y al factor económico, que muchas veces es adverso. De igual manera el apóstol ( o presbítero) lleva sobre sus hombros la responsabilidad de conservar y mantener unidas aquellas iglesias y ministerios que él edificó o que se le ha encomendado a su supervisión. Cuando en una estructura eclesial no existe un pluralismo de ministerios, cuando el pastor controla todo, y carece de un profeta o cobertura que le ayude, oriente y ministre, entonces el estrés será irremediable, marcando su decadencia física, emocional y familiar. Las tensiones causadas por los problemas de la vida moderna son inevitables, pero dependiendo de su intensidad pueden convertirse en agudos y llevarnos a un desastre físico-emocional, por lo cual debemos atenuarlos, evitando que alcancen dimensiones que nos colapsen. La capacidad humana está determinada en proporción a nuestras fuerzas físicas-psíquicas. Todo tiene un límite, y el sobrepasarlo rompería el equilibrio natural, y nos conduciría a crisis espirituales que pueden ir desde el fracaso hasta el pecado. Por esta razón deseo enfocar la problemática pastoral del estrés, y buscar sus causas, para que éstas no lleguen a destruir nuestro ministerio, y junto a ello, la obra del Señor.
Muchas veces se buscan medidas de «FORMAS» para resolver las tensiones pastorales, y se plantean soluciones tales como: vacaciones, el trabajo programado por un horario, el uso de secretario, líneas privadas, etc. Estas medidas, más que evitar el estrés, forman un tipo de «ministerio ejecutivo», pues lo que más consume a un ministro no es el mucho trabajo, sino la forma en que ejecuta y asimila el mismo. Un líder no podrá desconectarse de los problemas con el simple hecho de irse de vacaciones, o con una línea privada, ni con un secretario, pues la carga y la problemática de la obra lo absorberán aún con todas estas medidas ejecutivas, si es que está entregado a la obra en cuerpo, mente y corazón, como demanda el Señor. Yo mismo he dejado por períodos de 6 meses la obra para tomarme «unas vacaciones» con mi familia en Noruega. He logrado dejar el trabajo, pero no he podido dejar la obra; ni tampoco la carga y la preocupación que estaban dentro de mí. El mismo apóstol Pablo lo expresa: «Así que decidí en mí mismo no ir otra vez a vosotros con tristeza. Porque si yo os causo tristeza, ¿quién será luego el que me alegre, sino aquel a quien yo causé tristeza? Y a pesar de que estoy confiado en todos vosotros de que mi gozo es el mismo de todos vosotros, os escribí esto mismo para que cuando llegue, no tenga tristeza por causa de aquellos por quienes me debiera gozar. Porque os escribí en mucha tribulación y angustia de corazón, y con muchas lágrimas; no para entristeceros, sino para que sepáis cuán grande es el amor que tengo por vosotros.»(2 Corintios 2:1-4).
Es absurdo pensar que los ministros puedan desconectarse de la obra, evitando confrontar sus problemas aislándose en un mundo ejecutivo y burocrático. La obra somos nosotros. Está unida a nuestro ser, y es parte nuestra, como lo es la familia. Así que tendremos que vivir con estas dos cargas, sin mezclarlas, pero sin desatender una por darnos más a la otra. El ministro está tan atado a su esposa e hijos, como a la iglesia y su ministerio. Para evitar los conflictos entre ambos compromisos, deberá hacer que su familia sienta la carga que él siente por la obra, de igual forma en que lo haría el dueño de una empresa si de ello dependiera su medio de subsistencia. Pero el ministro deberá evitar trasladar a su hogar las tensiones y los problemas que experimente en el ministerio.
Al delegar responsabilidad disminuye la carga, pero esto no debe de aislarnos del pueblo. Se ha querido mostrar que al delegar responsabilidad el líder, el ministro debe encerrarse en un escritorio, y para justificar esto se pone como modelo el ejemplo del consejo de Jetro a Moisés:»Pero selecciona de entre todo el pueblo a hombres capaces, temerosos de Dios, hombres íntegros que aborrezcan las ganancias deshonestas, y ponlos al frente de ellos como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez,» (Éxodo 18:21). Pero a pesar de la delegación de responsabilidad sobre líderes de decenas, centenas y millares, Moisés no se aisló del pueblo, sino que siguió en medio de ellos, asumiendo menos carga y disminuyendo así la presión del gobierno.
El ministerio es sufrimiento, sacrificio y entrega a los demás; por lo tanto conlleva un desgaste físico y emocional, superior al de cualquier otro trabajo convencional. Tratar de rechazar esto es quitarle al ministerio sus credenciales de «siervo de Dios». Bien lo dice Pablo al defender su ministerio: «¿Son ministros de Cristo? (Habló como delirando.) ¡Yo más! En trabajos arduos, más; en cárceles, más; en azotes, sin medida; en peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces he recibido de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido flagelado con varas; una vez he sido apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado en lo profundo del mar. Muchas veces he estado en viajes a pie, en peligros de ríos, en peligros de asaltantes, en peligros de los de mi nación, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos; en trabajo arduo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez. Y encima de todo, lo que se agolpa sobre mí cada día: la preocupación por todas las iglesias.» (2 Corintios 11:23-28). No debemos acomodarnos usando el pretexto del agotamiento. Debemos saber distinguir entre lo que es «SACRIFICIO» por la obra, debido a la entrega, y el «DESGASTE EMOCIONAL» generado por el exceso de trabajo, que nos lleva más allá de nuestras posibilidades.
Cuando el ministerio nace de un llamamiento, la obra se convierte en una responsabilidad, una carga, una parte de nosotros mismos. Está claro este principio cuando el mismo emana de una relación de paternidad espiritual. Es lo que Pablo nos muestra en muchas epístolas, cuando dice que: «No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a mis hijos amados. Pues aunque tengáis diez mil tutores en Cristo, no tenéis muchos padres; porque en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio.» (1 Corintios 4:14-15). Si la obra nos da hijos espirituales, y las ovejas son nuestra responsabilidad según la parábola de la oveja perdida, tiene que haber preocupación y carga por ellas. Debemos diferenciar entre lo que es carga y lo que es «sobrecarga», pues es aquí donde el estrés se convierte en un serio problema pastoral. Es por ello que analizaremos algunos aspectos por los cuales un ministro puede desgastarse, a menos que evite cometer los errores que a continuación señalaremos.
___________________________________________________________________________________________________________________________
2- EN BUSCA DE LA POPULARIDAD
«Por lo tanto, no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios quien tiene misericordia.«(Romanos 9:16)
Todo siervo de Dios tiene que enfrentarse de continuo a tres peligros diabólicos que pueden arruinar su ministerio. Estos comienzan con la letra «F» de fatal: FAMA, FORTUNA y FALDAS. Pero lo que más puede afectarnos al ser prósperos y bendecidos es la FAMA. Cuando empezamos a ser «populares», o muy conocidos por el entorno social en el cual vivimos, lentamente nos vamos convirtiendo en «alguien de peso», y nos transformamos en un ídolo para la gente, usurpando el lugar que Jesús debería tener en la vida de los creyentes, e ignorando las enseñanzas del maestro; «Porque amaron la gloria de los hombres más que la gloria de Dios.» (Juan 12:43)
No podemos negar que todo ministro es bendecido. Tampoco podemos evitar que nos comiencen a alabar y exaltar, e inconscientemente, caigamos en la vanagloria y protagonismo social. Esto nos lleva a involucrarnos en tantas cosas que no tienen que ver directamente con las funciones ministeriales, y de pronto nos vemos desbordados por compromisos, invitaciones, citas y reconocimientos sociales, que hacen de nosotros un «hombre público» e importante, y nos lleva a estar muy activos fuera de la iglesia. Pensamos que dando lugar a este protagonismo social, podríamos influenciar en el medio local, y hacer así más grande «mi» iglesia; y aunque esto en cierto modo pueda ser cierto, también nos puede llevar a que descuidemos la vida espiritual, familiar e incluso de ministración pastoral, cayendo en crisis. La popularidad nos conduce a estar de continuos viajes, conferencias, convenciones, etc., y si a la vez desempeñamos una función pastoral, nos encontraremos divididos, descuidando, a veces, la iglesia por estar fuera, o tratando de llevar ambas cosas, por lo que sufriré un doble desgaste que ocasionará cansancio y agotamiento, conduciéndonos al estrés. Además de lo expuesto, corremos el riesgo de formar en torno nuestro un «culto», convertirnos en una persona «idolatrada», un ídolo[1] para mis feligreses. Nos creemos importantes, necesarios, e incluso imprescindibles. Lentamente hay un deterioro del «YO», y comenzamos a exaltar los milagros, hazañas y conquistas. Nuestro nombre crece, y nuestras fotos lo llenan todo, cuidando más nuestra imagen que nuestro testimonio, y la realidad de Jesús se vuelve más pequeña, en lugar de menguar para que Él crezca, como dice la escritura (Juan 3:30). Este protagonismo hace que me considere «algo», ignorando que haga lo que haga, «lo que tenía que hacer, eso hice» y después de todo lo hecho, el Señor tan sólo me da el título de SIERVO INÚTIL: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: «Siervos inútiles somos; porque sólo hicimos lo que debíamos hacer.» (Lucas 17:10) Es importante analizar y entender bien la dimensión de este pasaje.
Las filosofías[2] existentes en nuestra sociedad occidental, con sus esquemas de valores consumistas y de publicidad, han forjado métodos de publicidad o marketing que atentan contra el espíritu del cristianismo. Lentamente se introducen estas influencias, manipulando la información y el comportamiento de las personas. Estas técnicas de imagen o «marketing» se han encargado de formar y manejar la conducta humana de cara a la gente, a fin de impresionar o captar, por medio de una apariencia falsa o pre-fabricada con arte y estilo, un prestigio y una aceptación social que le granjee al hombre que acude a este método el éxito en sus gestiones mercantiles, políticas o religiosas. Es inevitable que estas corrientes de exaltación del «EGO» se adueñen de los ministros que son prósperos, conduciéndolos a formar métodos carnales, que producen un efecto enajenador sobre la vida del pueblo de Dios, los cuales son arrastrados por la propaganda más que por la verdad suprema de Dios. Esta realidad ha edificado a muchos famosos «tele-evangelistas,» que desde una pantalla tratan de pastorear a los cristianos, y mucha gente confía más en ellos que en sus propios pastores o en el mismo Dios, llegando a la frustración cuando estos «grandes hombres» se desmoronan por el pecado y los escándalos. La Biblia dice claramente que «…Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.» (Santiago 4:6)
Este estilo moderno de evangelismo está produciendo mucho daño dentro de la iglesia, a menos que reconozcamos la importancia de la humildad, y la negación del «YO» para poder aceptar aquella gran enseñanza de Jesús cuando dijo: «–Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean sobre ellos, y los que son grandes ejercen autoridad sobre ellos. Entre vosotros no será así. Más bien, cualquiera que anhele ser grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que anhele ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo.» (Mateo 20:25-27)
Cuidémonos de no dividirnos en el trabajo o exaltarnos con esfuerzos gigantescos por “mantener una imagen de éxito”, máxime cuando tenemos sobre nosotros el pastorado. La popularidad del ministro es buena, pero a la vez es peligrosa.Los compromisos deben seguir una escala de prioridades y, sobre todo, debemos saber medir nuestra capacidad, para no ir más allá de nuestras fuerzas físicas y emocionales. Hay que asumir las múltiples enseñanzas de la Palabra sobre el peligro de la exaltación y la vanagloria en los hombres de Dios, pues «que nadie se gloríe en los hombres; pues todo es vuestro» (1 Corintios 3:21), y a los ojos del Señor todos somos iguales. Él no hace acepción de personas, y si en algo debemos gloriarnos, «…de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo». (2 Corintios 12:9)
El evitar la fama, el evadir las alabanzas, el no tratar de ser un medio de atracción para la gente, el poder vivir humildemente, reconociendo que tan sólo soy un medio, es la única forma de preservarnos de este grave peligro. Recordemos siempre que no somos imprescindibles. La obra es del Señor, y debemos reflexionar seriamente en este pensamiento que encierra la verdad de lo que somos: «¿Qué, pues, es Apolos? ¿y qué es Pablo? Sólo siervos por medio de los cuales habéis creído; y a cada uno según el Señor le concedió. Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento.» (1 Corintios 3:5-6)
______________________________________________________________________________________________________________________
3- CUANDO VAMOS MÁS ALLÁ DE NUESTRAS POSIBILIDADES
«Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, quien da el crecimiento. El que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su recompensa conforme a su propia labor. (1 Corintios 3:7-8)
Todo ministro tiene visión por lograr el crecimiento de la obra. Esto lo lleva a establecer programas de trabajo no sólo en el área espiritual y evangelística, sino también dentro del área social de su comunidad. Podemos decir como dice la Palabra, está preparado “para toda buena obra”. Las metas y objetivos de crecimiento pueden llevarnos a esfuerzos que podrían sobrepasar nuestras posibilidades humanas, por lo que en tal caso habría un desgaste físico que nos afectaría emocionalmente. Es importante no adelantarnos a la voluntad de Dios para obtener el crecimiento. Cuando un ministerio crece mucho en su trabajo y en sus posibilidades de acción, puede quedar agotado, y estará entrando en un callejón sin salida que le conducirá, incluso a trastornos serios de salud.
El crecimiento del trabajo debe estar en proporción a la capacitación de líderes. No debemos emprender algo nuevo en tanto que no hayamos consolidado lo que ya tenemos. Es bueno ser idealista, pero no ilusionista, sino realista en lo que deseamos. No debemos emprender nuevas metas si no hemos concluido las que anteriormente teníamos. Es mejor metas cortas y precisas que grandes y fantásticas. Debemos usar nuestra fuerza de acuerdo a nuestros recursos. Los crecimientos cuantitativos que no van precedidos de lo cualitativo, siempre causan trastornos en la salud de los ministros, y a la larga crisis en la misma iglesia. Muchas obras se han destruido por los esfuerzos excesivos de un hombre que al faltar, hace que todo lo edificado se derrumbe. Hay un dicho popular que dice que «el que mucho abarca, poco aprieta», y esto es cierto. Es conveniente limitar nuestro esfuerzo a metas concretas que estén acorde a nuestra capacidad. En la medida que consolidemos éstas, extenderemos el trabajo, no sin antes considerar que sin apoyo y delegación, los esfuerzos nos pueden desgastar antes de tiempo. Cuidémonos de las emociones que nos hacen ir más allá de lo lógico. No nos dejemos arrastrar por visiones o profecías sin antes probar el Espíritu y medir nuestras fuerzas. A veces tomamos decisiones que, aunque parecen espirituales y honestas, son desastrosas para nuestra salud mental o familiar.
Conocí el caso de un ministro que se entusiasmó tanto frente a un avivamiento de crecimiento cuantitativo, que inmediatamente se involucró en un préstamo para comprar un gran salón, pero de la noche a la mañana, el grupo se desintegró, y quedó tan endeudado que perdió su casa, y cayó en una terrible crisis depresiva y familiar. Otro caso fue el de un pastor que en un momento de euforia, decidió dejar la iglesia para irse a una labor misionera. Una vez que salió al supuesto lugar del llamamiento, las cosas se complicaron; su familia no se adaptó, los recursos para vivir fueron mínimos y el lugar era muy duro. Todo esto se conjugó de tal forma que iglesia. Pensamos que dando lugar a este protagonismo social, podríamos influenciar en el medio local, y hacer así más grande «mi» iglesia; y aunque esto en cierto modo pueda ser cierto, también nos puede llevar a que descuidemos la vida espiritual, familiar e incluso de ministración pastoral, cayendo en crisis. La popularidad nos conduce a estar de continuos viajes, conferencias, convenciones que muestre el momento oportuno. Es mejor actuar en frío, que en el momento de la emoción, pues estas son a veces engañosas.
Nosotros creemos que las cosas de Dios requieren apuro, pero Dios se toma su tiempo para todo, y lo que él determina en su Soberanía, siempre lo llevará a ejecución. Recuerdo personalmente que en el año 1962 el Señor me habló para que fuera a España mientras era estudiante de teología en Puerto Rico. Desde ese momento hasta el día que salí para España, pasaron 20 años. El llamamiento quedó dormido. Yo me había olvidado del mismo y comencé a trabajar en América latina. El Señor me llevó a Chile y allí me dio una esposa noruega. Por medio de este matrimonio llegué a Europa en el 1970 y visité España por primera vez, sin embargo nos fuimos a vivir a Honduras en el 1971. Pasaron 11 años hasta que el Señor despertó el llamamiento y me dijo: “Ahora es el tiempo de ir a España” ¿Por qué se demoró tanto el Señor en decirme esto? Muy sencillo. A través de los 20 años anteriores se dedicó a prepararme para la misión dura que tendría que realizar en unas tierras áridas y difíciles, como lo es el continente Europeo, Cuna del Cristianismo en el pasado y tumba del cristianismo en el presente. Así que Dios tiene su tiempo para todo y no debemos apurarnos porque para Dios un día es como mil años y mil años como un día.
Pensemos bien las cosas antes de hacerlas. Evitemos actuar emotivamente y midamos nuestras fuerzas y limitaciones. Nunca sobrepasemos el límite de nuestras posibilidades, ni nos adelantemos a la voluntad de Dios. Recordemos que debemos actuar con suma paciencia y perseverancia, pues «nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, des de una apariencia falsa o pre-fabricada con arte y estilo, un prestigio y una aceptación social que le granjee al hombre que acude a este método el éxito en sus gestiones mercantiles, políticas o religiosas. Es inevitable que estas corrientes de exaltación del «EGO» se adueñen de los ministros que son prósperos, conduciéndolos a formar métodos carnales, que producen un efecto enajenador sobre la vida del pueblo de Dios, los cuales son arrastrados por la propaganda más que por la verdad suprema de Dios. Esta realidad ha edificado a muchos famosos «tele-evangelistas,» que desde una pantalla tratan de pastorear a los cristianos, y mucha gente confía más en ellos que en sus propios pastores o en el mismo Dios, llegando a la frustración cuando estos «grandes hombres» se desmoronan por el pecado y los escándalos. Es tiempo de delegar y formar líderes que compartan la carga:
PRIMERO: Consiste en delegar responsabilidades, pero no dejar la carga que la misma envuelve. En otras palabras, encomiendo a un hermano hacer un trabajo, pero yo sigo detrás de él todo el tiempo para decirle lo que tiene que hacer. Esto no es delegar, sino manejar. Delegar es una función completa y para ello hay que estar capacitado. Cuando una persona recibe una responsabilidad es porque se supone que ya está entrenado, y además existen normas que regulan la labor que va a ejecutar, por lo tanto, junto a la responsabilidad le doy autoridad de acción en el área encomendada. Por ejemplo: Le encomiendo a un líder el presidir los devocionales. Éste elabora el programa y lo ejecuta según las normas establecidas, pero me quedo detrás, diciéndole incluso lo que tiene que cantar y hacer. En este caso, delegar no sería descansar, sino disimular mi hegemonía eclesiástica, poniendo títeres a los cuales sigo manejando, y no les doy libertad de hacer nada por sí mismos. No tienen ni autoridad ni criterio. Cuando delego, debo descansar en aquel al cual delegué, limitándome a supervisarle de vez en cuando, proyectándome entonces a otro quehacer dentro de la vida de la iglesia. Entonces mi función será la de ministrarle a las personas en las que delegué responsabilidad, para que éste se sienta apoyado, pero no dominándolos ni manipulándolos.
Saber delegar es una forma de descansar, compartir y asumir ciertas limitaciones en mis funciones pastorales, reconociendo que necesito ayuda. Es descargarme de cosas pequeñas o naturales, tal y como lo hicieron los apóstoles al nombrar diáconos, para seguir en otra dimensión del ministerio.
SEGUNDO: Es un error creer que al delegar debo aislarme del pueblo, encerrándome en una oficina o casa, con una actitud de jerarca religioso… ¡No! Debo seguir ahí, en medio del pueblo, dando dirección, siendo accesible, parte del cuerpo, sin sentirme superior. Debo actuar como un capitán que va al frente de su ejército, que cuenta con tenientes, sargentos y cabos; y todos estos dependiendo de las órdenes y dirección del capitán. Cuando los apóstoles delegaron, se proyectaron en otras funciones espirituales dentro del cuerpo, sin descuidar supervisar y confirmar las iglesias que habían establecido (Hechos 14:21-23). Muchos pastores cuando delegan, se desplazan a trabajos burocráticos dentro de la iglesia. Cuando los apóstoles ponían ancianos, iniciaban de nuevo el ciclo de producir más comunidades y a la vez obreros, y es que, un pastor al producir pastores, se convierte en profeta, apartándose de la multitud para ministrarles a sus pastores, pero no deja por eso de seguir siendo pastor, lo cual sigue latente en su capacidad ministerial dentro de otra dimensión. Debemos entender que los cinco ministerios bíblicos son funcionales y no jerárquicos o titulares.
El no saber delegar, y seguir detrás de los líderes controlándoles, es un grave error que hay que combatir pues producirá mucho estrés y desgaste, tanto en el área física como espiritual. No quiero concluir sin hacer un inciso, y es que debemos educar a la iglesia en cuanto a su relación con el pastor y su cobertura inmediata (miembro superior dentro del cuerpo). En mi experiencia personal siempre he vivido cerca del local de culto. Los hermanos han conocido mi número de teléfono, y sin embargo jamás me he sentido presionado por la congregación en mi vida privada. Cuando alguien ha venido a mí, es porque ha seguido el orden de cuerpo establecido en la iglesia. En Honduras viví contiguo al local de culto y a las oficinas. La iglesia llegó a 400 miembros, y pese a ser el director de la obra, nunca me sentí acosado ni presionado por los hermanos de la congregación, aunque sí fui afectado por la popularidad del entorno social. Una de las razones por las cuales no fui muy molestado por los miembros de la iglesia en Honduras y en España, fue porque enseñamos a la iglesia a llevar todas las situaciones hacia arriba, a través del maestro de discipulado, siguiendo así la enseñanza de Jetro. Yo sólo recibía los problemas que no se podían solucionar debajo. Ahí estaba, en medio del pueblo, dando dirección, cariño y apoyo, pero no era acosado, sino que cada cual sabía a quién ir con los problemas, y cuando me buscaban era porque previamente habían acudido al orden establecido en el cuerpo. Nunca sentí presión sobre mi vida, ni sobre mis hijos, y aunque sufrí estrés, el mismo fue originado principalmente por mi proyección social y mi continua involucración en actividades fuera de mi trabajo específico dentro de la obra que tenía que atender.
_________________________________________________________________________________________________________________________________
5- SENTIRME EL «SEÑOR» DE LA OBRA
«¿Qué, pues, es Apolos? ¿y qué es Pablo? Sólo siervos por medio de los cuales habéis creído; y a cada uno según el Señor le concedió.» (1 Corintios 3:5)
Muchos líderes caemos en el grave error de tomar la obra del Señor como algo demasiado «mío», a grado tal que me siento el dueño de ella, razón por lo que sufro muchos fracasos y decepciones. Tenemos la creencia, cada vez más generalizada, que debemos medir nuestra prosperidad ministerial en base al crecimiento de la iglesia, y para muchos esto se convierte en una obsesión que nos lleva a buscar estereotipos en otros ministerios para importarlos a nuestra congregación. Otros consideran que cuando se alcanza la prosperidad, se tienen asegurado el futuro, y hacen del ministerio, más que un servicio y entrega, una profesión o negocio: Ya sea porque personalice demasiado mi papel, descansando más en mi propias fuerzas que en las del Señor, o bien porque sienta que la obra es algo «mío», tomando derechos sobre ella. De esta forma lo único que conseguimos es correr el peligro de caer en una actitud que nos desgastará y llevará a la ruina, no sólo en el ámbito de la salud, sino también en el del crecimiento de la obra.
Una de las mayores frustraciones para los ministros es el hecho de afanarse porque la obra crezca, y descubrir que las cosas no salen según se piensan. Así le ocurrió al profeta Elías, cuando se enfrentó a los profetas de Baal (1 Rey. 18:20-46). Pensó que cuando el pueblo de Israel viera el poder de Dios manifestado, reaccionaría destruyendo a los ídolos y a los falsos profetas junto con su dirigente Jezabel. Pero descubrió que aunque se desató el milagro, y aparentemente, el pueblo reaccionó positivamente, no surgió el avivamiento esperado, sino que el mal siguió dominando hasta el punto de que Jezabel mandó perseguir al profeta Elías para matarlo. Éste, aturdido por el fracaso, al no ver lo que esperaba, cayó en un profundo estado depresivo, y dice la Biblia que; «se fue un día de camino por el desierto. Luego vino, se sentó debajo de un arbusto de retama y ansiando morirse dijo: –¡Basta ya, oh Jehová! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres!» (1 Rey. 19:4). Muchas veces no vemos los resultados esperados, sentimos que trabajamos de balde, y sufrimos decepciones con personas que después de mostrar el deseo de servir, se vuelven al pecado, o nos traicionan. Cuando la gente es difícil, cuando los corazones son duros, y cuando no ocurre lo que tanto anhelamos, caemos en una gran frustración e incluso depresiones, cuya raíz está en la ansiedad y el afán por ver la obra crecer, y esperar que ocurran las cosas que yo he pensado, planificado y esperado.
Esto se debe a que olvidamos que nosotros no somos el Espíritu Santo. Nuestra misión no está en ganar almas, y conservarlas a través de nuestras fuerzas, sino en predicar y doctrinar a los que creen en su Nombre. ¿Qué como dice la palabra? «Yo planté, Apolos regó; pero Dios dió el crecimiento. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, quien da el crecimiento.» (1 Cor. 3:6-7). Cuando tomo la obra como algo de mi propiedad, y no obtengo el resultado deseado, puedo caer en un agotamiento espiritual. Cuando en mi trabajo estoy comparándome a otros ministerios más prósperos, y me esfuerzo en la carne por imitarlos, para obtener la bendición que ellos reciben, me frustraré, pues seré víctima de la envidia, y estaré forzando a Dios a que haga conmigo lo mismo que hace con otros, ignorando que Su trato es personal, y que él da a cada uno de acuerdo a la medida de nuestra fe y a Su voluntad, que es soberana. No debemos esforzarnos por buscar un ministerio, que aunque aparentemente sea fructífero, no anda conforme a la santidad y voluntad del Señor. Dios no nos va a premiar por lo muchos convertidos que tengamos, ni por los muchos milagros que hagamos, sino por el amor y la vida que vivamos, (Mt 25:31-46). Debemos reconocer que somos instrumentos, siervos, pero que Jesús es el dueño de su viña, por lo cual nosotros debemos de aceptar nuestras limitaciones, y no esforzarnos más allá de lo lógico para tratar de forjar un «prestigio ministerial», pues el Señor no premiará tanto lo cuantitativo, como lo cualitativo.
Vivimos en una época en que todo se mide por la cantidad, y esto hace que juzguemos la vida del hombre por los aparentes frutos numéricos que forman su iglesia. Esto produce que muchos pastores forjen un ministerio superficial, donde la gente «está pero no es». ¿Qué significa esto de que «están pero no son»? Que mediante un culto, tipo espectáculo, ofrecen un evangelio de ofertas, barato, en donde todo es fácil. Obtenemos una asistencia numérica, lo cual es el objetivo principal del culto. De esta forma forjamos una calidad cristiana deficiente, pues la gente no es «doctrinada», ni atendida espiritualmente a fondo, porque cuando la familia crece muy rápido en número, es difícil darles la atención debida. Jesús trabajó con un grupo pequeño, para formar las bases que darían lugar a un grupo grande con fundamento. Además, en muchas ocasiones fue duro con la multitud que buscaba más que a su persona, sus milagros. Nuestro ministerio no debe fundamentarse en el sensacionalismo, tan de moda en nuestros tiempos, ni en la atracción de las masas. Todo esto producirá conflictos emocionales que harán de la gente «cristianos mediocres» que causarán muchas contiendas. Debemos hacer discípulos y preocuparnos más por la calidad de vida, que por el número de personas que puedan formar nuestro rebaño. Si haciendo esto hay un gran crecimiento, ¡Gloria a Dios!, alcanzaremos ambas cosas sin esfuerzos grandiosos que socaven nuestras fuerzas emocionales y físicas. Recordemos que nuestra misión no es ganar al mundo, sino de dar el mensaje encomendado, el resto es obra del Espíritu Santo. Si la iglesia crece por la obra del Espíritu, amén, pero no tratemos de hacer nosotros lo que solo Él puede y debe hacer, pues él añadirá a la iglesia los que han de ser salvos.
_____________________________________________________________________________________________________________________________
6- EL NO TENER COBERTURA
«Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo.» (Efesios 5:21)
El principio de la iglesia como cuerpo establece la necesidad de la dependencia entre unos y otros para obtener vida, poder y autoridad. Los ministerios deben tener dentro del esquema del cuerpo una cobertura. Nadie es absoluto, independiente o totalmente autónomo, por tanto, el establecer un sistema basado en que un hombre tenga todo el poder es peligroso, y no obedece a un patrón bíblico. Cuando esto ocurre el hombre de Dios se desgasta físicamente a causa de la gran responsabilidad que envuelve tal tipo de poder, además corre el riesgo de caer en una situación de corrupción, ya que como dice el refrán griego «El poder absoluto corrompe absolutamente» y el diablo ganara ventaja de esta soledad ministerial.
Para la protección espiritual, todo ministerio debe estar bajo otro ministerio, y en su trabajo compartir el poder y la responsabilidad con otros hermanos que formen su círculo íntimo de discípulos. En la Biblia encontramos este principio claramente expresado, pues Dios le puso a Moisés un Aarón y un Josué. Jesús siempre envió a sus discípulos de dos en dos, y en su trabajo tuvo un grupo grande de setenta; entre ellos tenía un grupo íntimo de doce, y entre los doce tenía un grupo más íntimo de tres, y entre ellos había uno especial, con el cual tuvo mucha relación, este era Juan[3] el discípulo amado. La iglesia es un cuerpo, y tiene su similitud al físico, por lo que es funcional, estando en continua relación de crecimiento y ayuda mutua, por lo que todos los miembros están bajo cobertura. Los pastores producen pastores, y así se convierten en profetas, que a su vez ministran a los pastores. Los ministros necesitan ser ministrados, aconsejados y protegidos. En el cuerpo nadie puede ser absoluto, soberano ni independiente. Esto equivaldría a convertirse en «Papa». Hay dos razones bíblicas para entender que todo ministerio debe estar sujeto a otros ministerios, o de lo contrario, se volverá absoluto y poderoso o solitario y frustrado, según su propia opinión, cosa que atenta contra la voluntad de Dios:
PRIMERA RAZÓN: Asimilar el hecho de que si somos miembros con «m» minúscula, estamos refiriéndonos a la parte de un cuerpo que funciona sujeta a otra, por lo que no existe independencia absoluta en el quehacer de la iglesia. Observemos la expresión de Pablo cuando afirma: «Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros suyos individualmente.»(1 Corintios 12:27) e inmediatamente da una orden dentro del cuerpo en dimensión a la ubicación «A unos puso Dios en la iglesia, primero apóstoles, en segundo lugar profetas, en tercer lugar maestros; después los que hacen milagros, después los dones de sanidades, los que ayudan, los que administran, los que tienen diversidad de lenguas» (1 Corintios 12:28). Todos funcionan en estrecha e íntima relación. Después vemos como en el consenso de la iglesia siempre se establece un gobierno «pluralista»[4] para que no haya «despotismo», ya que esto los llevaría a depender de un solo hombre, el cual se podía constituir en absoluto y supremo. El pluralismo ayuda a poder mantener el equilibrio de unidad en el cuerpo, buscando consejo en situaciones difíciles, y cubriéndose así la espalda los unos a los otros. Esta fue la razón que movió a Jesús a enviar siempre a sus discípulos de dos en dos, y jamás vemos a un hombre de Dios en el N.T. actuando en solitario, salvo los profetas.
SEGUNDA RAZÓN: Entender que toda autoridad es a su vez el producto del sometimiento a otra autoridad. Nadie puede tomarse nada por sí mismo. Es necesario que después del llamamiento seamos respaldados y apoyados por un cuerpo, o personas, que reconozcan tu ministerio y den «testimonio» de tu vida. La Biblia establece claramente este principio, e incluso Jesús elogia al centurión por el concepto tan claro que tenía de autoridad, cuando afirmó «Porque yo también soy un hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Si digo a éste: «Vé», él va; si digo al otro: «Ven», él viene; y si digo a mi siervo: «Haz esto», él lo hace.» (Mateo 8:9) El ratificó este hecho trascendental; «Cuando Jesús oyó esto, se maravilló y dijo a los que le seguían: –De cierto os digo que no he hallado tanta fe en ninguno en Israel«. (Mateo 8:10) . En la vida de Jesús sólo hubieron dos hombres que él exalto y elogió hasta lo sumo, uno fue Juan el Bautista del cual dijo «De cierto os digo que no se ha levantado entre los nacidos de mujer ningún otro mayor que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.» (Mateo 11:11) y el otro fue el centurión ya mencionado, admirando su sujeción al orden y autoridad establecida. La autoridad espiritual se fundamenta en dos principios básicos para su correcto funcionamiento en la vida de la iglesia.
1ro= En que nosotros estemos sujetos antes de sujetar a otros.
2do= En el ejemplo que demos, el cual nos dará credibilidad.
Cuando un ministerio anda suelto: ¿Quién puede ayudarle en sus crisis? ¿Quién puede frenar sus abusos, si los hubiera? ¿Quién le dará consejo? ¿Quién le va a ministrar para que a su vez ministre? ¿Quién puede actuar en época de dificultad para evitar el caos y la desintegración de la iglesia o su familia? Por más arriba que estemos, por más apóstoles que seamos, por más sabios, «santos» o famosos que podamos ser, necesitamos estar protegidos, cubiertos, aconsejados e incluso orientados. Cuando no podemos gozar de esto, corremos serios peligros, y sobre nosotros se ceñirá la espada de Dámocles, principalmente cuando seamos atacados por el enemigo.
____________________________________________________________________________________________________________________________
7- LAS TRAMPAS DIABÓLICAS
«Para que no seamos engañados por Satanás, pues no ignoramos sus propósitos.» (2 Corintios 2:11)
Es lógico que cuanto más alto estemos, más peligrosa será la caída, y que el ocupar un puesto de liderato dentro de la iglesia nos hace vulnerables a ser más atacado por diabólico, ya que esté conoce el principio dicho por Jesús: «Heriré al Pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas» (Mateo 26:31- Zacarías 13:7), por lo que en sus maquinaciones está siempre el buscar la forma de destruir nuestros ministerios, atacándonos por el lado más débil, buscando el «talón de Aquiles»[5] de cada uno. Los ministerios son como antorchas puestas en alto para dar más luz. Sus vidas se convierten en testimonio público, por lo que somos; «cartas de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones humanos.» (2 Corintios 3:3). Todo lo que hacemos es visto desde afuera con suma atención. Estamos en la mirilla de un mundo que nos observa detenidamente, juzgando nuestras acciones más que nuestras palabras, haciéndose real el dicho que dice: «Tus hechos hablaban tan fuerte, que no pude escuchar lo que me decías«. Por lo tanto, debemos observar, a la hora de actuar, algunas reglas importantes para evitar caer en descrédito o trampa diabólica que puedan causar escarnio al Evangelio de Jesucristo.
En una ocasión Jesús hizo una pregunta a sus discípulos en la cual se encierra una seria reflexión: «Aconteció que, mientras él estaba orando aparte, sus discípulos estaban con él, y les preguntó diciendo: –¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lucas 9:18) .En esta pregunta se trata de descubrir el concepto popular que la gente puede tener de nosotros como siervos de Dios. La respuesta establece un criterio de nuestra conducta social, identificando lo que somos o hacemos. Es triste ver como en muchos lugares los «ministros del evangelio» gozan de un mal concepto popular que deja mucho que desear. A veces nos comparan con los curas católicos, de los cuales se tienen un concepto muy bajo en cuanto a su conducta, tanto moral como laboral.
-.Ese pastor es un vago, vive del cuento, es un hombre prepotente y presuncioso, vive sojuzgando a otros etc…-
¡Qué triste cuando el mundo no puede dar testimonio de nosotros de forma positiva, porque nuestras vidas no refleja esas virtudes cristianas que deben de ser básicas en un siervo de Dios, tales como la humildad, el servicio, el espíritu de trabajo, la abnegación, la entrega, el desinterés, etc.!
Algunos dirán que no les importa lo que la gente piense de él, pues mientras esté bien con Dios, él «pasa» de lo que diga el incrédulo, y esto es un serio error. La palabra es clara al respecto: «También debe tener buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en el reproche y la trampa del diablo.» (1 Timoteo 3:7). «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante,» (Hebreos 12:1). Nuestra vida pública debe ser cuidadosamente analizada, reconociendo que todas nuestras acciones van a implicar a la iglesia del Señor. Se debe pensar bien en todos los negocios, compromisos o acciones sociales o políticas que emprendamos, pues no podremos evitar que con nuestros hechos personales se trate de perjudicar la obra del Señor. Fue por ello que San Pablo le dio a su hijo Timoteo algunos consejos ministeriales, advirtiéndole del peligro de sus acciones públicas, cuando expresó: «Ninguno en campaña militar se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo alistó como soldado.» (2 Timoteo 2:4) El ministro es un hombre público, expuesto a los peligros que tal situación crea, por lo que será blanco de la crítica, calumnia y difamación, ya sea por envidia, oposición o ataque del enemigo. De esto tenemos que cuidarnos.
No podemos negar la existencia de huestes satánicas. Estas tratarán por todos los medios de aprovecharse de nuestras debilidades o errores para conducirnos al fracaso, estrés o pecado. Sabemos que; «nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales.» (Efesios 6:12) que el enemigo está siempre presto a atacarnos, como lo hizo con Jesús, Pedro y Pablo. El se valdrá de cualquier coyuntura, ya sea nuestra familia, nuestros hermanos en la fe, adversidades con cosas, ataques directos en nuestra mente y pensamientos, etc., y que debemos siempre estar prestos a tomar las armas espirituales que el Señor nos ha dado para poder soportar y salir victoriosos de esta lucha, recordando que «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.» (2 Corintios 10:4). Cuanto más bendecidos seamos, más probados seremos por el diablo. Recordemos la historia de Job. Todos corremos el mismo riesgo, y esta realidad debe mantenernos siempre alerta, pendientes de no descuidarnos nunca, y de fundamentar bien todas nuestras acciones en la palabra y voluntad del Señor. No cabe duda de que seremos atacados primero en nuestros pensamientos, segundo en nuestro entorno familiar, y tercero en nuestra propia iglesia. Jesús sufrió el ataque en estas tres dimensiones: fue tentado en su mente y carne para que abandonase su obra redentora, fue traicionado y abandonado por sus discípulos en el momento más duro de su vida, y fue rechazado y condenado por su propio pueblo.
Debemos cuidarnos en varias áreas de nuestra vida, para no caer en la trampa del diablo que nos lleve al descrédito. Debemos asumir que no todos los escándalos o calumnias que destruyen a muchos ministros tienen fundamentos reales de acciones pecaminosas, sino que a veces son artimañas del maligno para desprestigiar al siervo de Dios, y producir daños en la obra. Hay tres áreas peligrosas en las que debemos tomar precaución:
PRIMERO: EN LAS RELACIONES CON EL SEXO OPUESTO.
He conocido casos de varones temerosos de Dios que por no usar sabiduría en algunos momentos de su vida, fueron seriamente dañados en su testimonio, y conducidos a crisis emocionales como consecuencia de la calumnia y la murmuración basada en hechos sin fundamentos. Recuerdo que conocí en Puerto Rico a un ministro del evangelio que vivía una vida recta, de oración y abnegación. En una ocasión trató de ayudar a una mujer viuda, que padecía problemas depresivos, por lo que la visitó en varias ocasiones. Tiempo después esta viuda acusó al pastor de tener relaciones sexuales con ella, lo cual destruyó su ministerio y su hogar, pues todas las evidencias demostraban que la visitaba, no habiendo testigos de lo que ocurría cuando estaba a solas con ella. Este ministro me confesó que jamás había hecho nada malo con esa mujer. Carcomido por este engaño, murió afectado por una depresión que dañó su corazón.
Debemos tener cuidado en nuestra conducta con el sexo opuesto, para evitar caer en este tipo de trampas. No es bueno estar solo con mujeres, sin tener a otro ministerio presente o a nuestra esposa. Debemos evitar andar solos con mujeres en nuestro vehículo, y siempre debemos tener presente que la gente está observando detenidamente todas nuestras actuaciones, principalmente en relación al sexo opuesto. Cuidado con las visitas a hogares en donde hayas mujeres solas, sería bueno tener un poco de sagacidad o malicia respecto a la forma en que el mundo piensa para no pecar de ignorancia, recordemos que el mismo Jesús «elogió al mayordomo injusto porque actuó sagazmente, pues los hijos de este mundo son en su generación más sagaces que los hijos de luz.» (Lucas 16:8)
SEGUNDO: EVITAR LAS RELACIONES PASTORALES MUY EXCLUSIVISTAS.
A veces los ministros no actúan de igual forma con todos los miembros de la iglesia, mostrando públicamente sus preferencias por ciertas personas a las cuales les dan más atención. Incluso esto se agudiza cuando existen intereses de por medio. Es bueno que aunque tengamos intimidad con aquellos que están más vinculados a nuestro ministerio (discípulos, etc.), a la hora de tratar a la iglesia como cuerpo, mostremos una equidad, y evitemos formar argollas, haciendo acepción de personas. El ministro debe mostrar más interés por el necesitado, desposeído, el nuevo y los que están en problemas; pero esto lo debe hacer notorio a la iglesia a través de sus enseñanzas. No hay nada más destructivo que limitar nuestras relaciones a un grupo elitista de personas con las cuales simpatizamos. No puedo evitar el tener entre los hermanos de la iglesia a algún amigo en especial, pero en mi actuación pastoral debo ser justo, y no dejarme llevar por mis sentimientos personales, estableciendo discriminaciones o preferencias por este o aquel hermano, incluyendo a los que sean parte de mi propia familia, cayendo en el pecado del tráfico de influencia.
A veces los familiares del pastor son los más activos en la iglesia, y esto es importante para respaldar su ministerio. Pero si ellos desean ocupar un puesto de responsabilidad, y nosotros no queremos formar un ambiente negativo, debemos evitar las preferencias por los que sean parte de nuestra familia y buscar mecanismo para que sea la iglesia la que bendiga tales nombramientos. Mantengamos un equilibrio, si algún hijo o pariente obtiene una posición en el cuerpo, que sea más por el producto de su testimonio, que por mi interés y preferencia. Esto se logra si dejamos que sea el sentir de la iglesia la que respalde este nombramiento.
Recordemos que siempre existirán hermanos a los que le gusta la politiquería, la adulación y buscan ciertos «intereses personales». Estos tratarán de manipular nuestro ministerio si no sabemos separar la amistad y la familiaridad, de la responsabilidad espiritual, y debemos decir como Jesús, cuando sus discípulos querían que este les diera preferencia a su familia en el momento en que estaba ejerciendo su ministerio: «Y alguien le dijo: –Mira, tu madre y tus hermanos están afuera, buscando hablar contigo. Pero Jesús respondió al que hablaba con él y dijo: –¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Entonces extendió su mano hacia sus discípulos y dijo: –¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» (Mateo 12:47-50)
TERCERO: TENER CUIDADO CON EL MANEJO DE BIENES Y DINERO.
Otra área que causa escándalos dentro de la vida del ministro es el manejo del dinero y los bienes del Señor.
Hay tendencias, lógicas en cierto sentido, de pensar que lo que es de la obra es también mío, y así cometemos errores que muchos pueden considerar un abuso de autoridad, o aprovecha-miento de mi posición para beneficiarme personalmente. También debe cuidarse del crédito, pedir prestado y jugar con un área que lo puede llevar al descrédito. El ministro debe evitar el tomar fiado, y es más, cuando un candidato al ministerio no sepa administrar sus bienes materiales, y le guste meterse en deuda, no debe ser cualificado para tal ministerio, pues lo que hace en su vida personal, lo hará también con su ministerio y con su iglesia. Si no puede ser fiel en lo poco ¿Cómo lo será en lo mucho? El área administrativa es una de las más conflictivas en la vida de todo ministro. La ambición y el interés nos amenaza a todos, y muchas veces la prosperidad y el afán se adueñan de nosotros, quitándonos la visión del ser para tener. La falta de transparencia económica en los siervos de Dios es causa de muchas criticas por parte del mundo incrédulo.
Cuando nos preocupamos mucho por lo que no tenemos, terminamos también preocupándonos cuando tenemos, pues desearemos cada vez más. Quizá es esta la razón por la que aparece en varias partes de la Palabra la advertencia de que los ministros, o ancianos, no deben ser «contencioso ni amante del dinero,» (1 Timoteo 3:3) evitando actuar «no por ganancias deshonestas, sino de corazón;» (1 Pedro 5:2). Pablo le advierte al joven Timoteo el peligro que hay cuando queremos vivir para el Señor pensando primeramente en lo material, diciéndole: «Porque nada trajimos a este mundo, y es evidente que nada podremos sacar. Así que, teniendo el sustento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con esto. Porque los que desean enriquecerse caen en tentación y trampa, y en muchas pasiones insensatas y dañinas que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores.» (1 Timoteo 6:7-10).
Hemos visto como en América Latina el sentimientos de rechazo al misionero norteamericano ha causado grande escándalo, por su vida ostentosa en lugares miserable, no comprendiendo la gente la realidad de estos, pues son víctima de un sistema imperialista de misiones que los coloca en el campo de trabajo con un estándar de vida igual al que tenía en su país de origen, siendo un choque con la realidad misionera del tercer mundo.
El pastor, al igual que el misionero, debe ajustar su estándar de vida a la realidad del entorno en el cual va a vivir, y en lo posible mantener un equilibrio que no le haga parecer capitalista en un medio de pobreza. El nivel ministerial deberá ser semejante al promedio más alto de los hermanos que tenga que pastorear, pues tenemos que hacernos igual a los demás, como dice Pablo, para ganarlos así para el Señor como dice 1 Corintios 9:19-20:
A pesar de ser libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a más. Para los judíos me hice judío, a fin de ganar a los judíos. Aunque yo mismo no estoy bajo la ley, para los que están bajo la ley me hice como bajo la ley, a fin de ganar a los que están bajo la ley.”. Cuidémonos de no caer en la trampa de la ambición, y vivamos de acuerdo a nuestras realidades y posibilidades, recordando que nuestro ejemplo en esta área podrá causar escándalos en el mundo que nos rodea. Quizás debemos enfocar esto más a fondo en el próximo capítulo.
__________________________________________________________________________________________________________________
8- LA FAMILIA DEL MINISTRO
«Que gobierne bien su casa y tenga a sus hijos en sujeción con toda dignidad.» (1 Timoteo 3:4)
No hay área más importante para el éxito y la estabilidad emocional de un ministro, que su hogar. De hecho, su credibilidad, carácter y autoridad, como siervo de Dios, dependerá de la forma en que desarrolle esta labor familiar. Su testimonio podrá quedar en entredicho si no es debidamente respaldado por la conducta de su esposa e hijos. Quizá de entre todos los que forman el núcleo familiar, el papel de la esposa es clave para su éxito o fracaso. Se ha afirmado que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer de oración. De la misma forma podemos afirmar que cuando esta mujer no es la ideal para el ministro, tendrá a sus espaldas, además de la carga de la obra, la terrible carga de una esposa que no será un complemento ideal para el éxito de su ministerio, y no hallará en ella un alivio para sus angustias.
La mujer del ministro es la pieza clave de todo. Por lo tanto, este debe saber escoger a una mujer que por la naturaleza de su trabajo sea «muy especial». Una de las características básicas para que todo funcione bien es que esté SUJETA y consciente del LLAMAMIENTO de su esposo, por lo que deberá también ser llamada, y afirmar como Rut: «Dondequiera que tú vayas, yo iré; y dondequiera que tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré; y allí seré sepultada. Así me haga Jehová y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre tú y yo.» (Rut 1:16-17). Entre los elementos básicos de la unidad matrimonial está el de la fidelidad conyugal. La Biblia ratifica que es «necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospitalario, apto para enseñar;» (1 Timoteo 3:2). Junto a este elemento, se debe añadir el hecho de las separaciones muy largas, o el que el uno al otro se nieguen sexualmente, alegando causas espirituales, lo cual puede ocasionar peligros de incontinencia que provoquen adulterio. Observad bien la advertencia bíblica: «No os neguéis el uno al otro, a menos que sea de acuerdo mutuo por algún tiempo, para que os dediquéis a la oración y volváis a uniros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia.» (1 Corintios 7:5). Tanto el uno como el otro deben de ser conscientes de que en torno al hombre público se ciernen muchos peligros, por lo cual, la mujer tiene que estar siempre dispuesta a orar, satisfacer y acompañar a su marido en todas las circunstancias que se presenten en su diario vivir, dentro del ministerio. Hay que fortalecer, más que en ningún otro matrimonio, la confianza mutua y evitar el celo, que puede hacer añicos la vida emocional del ministerio. Una mujer celosa con un marido ministro le dará al enemigo las armas para destruir la vida del siervo, y producir en él un estrés peor que el que la misma obra le causará.
Es necesario que la mujer del pastor sea sabia y prudente. Si carece de estos elementos, los problemas se agravarán y la falta de discreción hará que muchas situaciones se agraven, conduciendo al ministro a circunstancias muy difíciles en su trabajo pastoral. Aquí se aplicarán las demandas dadas por Pablo a la mujer diácona: «Las mujeres, asimismo, deben ser dignas de respeto, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo.» (1 Timoteo 3:11) ya que las esposas de los pastores son más que diaconas, son «…coherederas de la gracia de la vida,«(1 Pedro 3:7). Por lo tanto, la mujer del ministro debe de tener un carácter especial. No es una mujer común, ya que debe de estar a la altura de las circunstancias; su apoyo y complemento darán al hombre efectividad en la realización del ministerio. Ella tiene que saber afrontar la soledad, la carga, la oposición, las limitaciones económicas, las pruebas de la obra, las angustias y tensiones del marido y todo lo que tenga que ver con la realidad del llamado. Vuelvo a ratificar que ella debe tener un llamamiento para el ministerio o para asimilar el llama-miento de su esposo, y ser así un apoyo y columna en sus luchas. Si esto falla, el ministerio del hombre también fracasará, ya sea antes o después.
El otro grupo de «riesgo», dentro de la problemática emocional de un ministro, es la relación con los hijos. Aunque es cierto que estos pueden influenciar su ministerio negativamente (no viviendo una vida recta), lo peor es la forma en que los padres reaccionen frente a ellos, en el caso de que tomen el mal camino. Debemos asumir que los ministros, por más «santos» y consagrados que estén, al tener un hijo, no quiere decir que hayan parido «un pastorcito», sino un hijo al que tendrán que educar en los caminos del Señor, y que éste tome su decisión final cuando llegue a la edad debida. No existe una base para asegurar que los hijos de los ministros deban ser perfectos en todo, ya que podrá haber alguno que no quiera seguir el camino de sus padres. ¿Acaso no tuvo, el mismo Jesús, discípulos infieles, incrédulos y traidores? ¿Acaso el padre de la parábola del hijo pródigo no tuvo uno que no se le sometió a las normas de vida que le implantó, y que se fue de la casa?
Puede haber hijos de pastores que se rebelen contra sus padres y contra la iglesia. En tales casos debemos juzgar más la actitud del padre frente al pecado de su hijo, que al propio hijo; pues el problema no es lo que mi hijo pueda ser, sino lo que yo consienta hacer dentro del hogar y en mi trabajo. Se ha querido tomar el modelo de los hijos de Elí para juzgar a esos ministros que tiene hijos impíos, y condenar así sus ministerios por el pecado de sus hijos, pero existe una mala hermenéutica al respecto. El problema de los hijos de Elí no era que fuesen impíos, sino que el padre fue tolerante y blando con ellos y les permitía intervenir en las cosas sagradas, profanando aquellos sacrificios que eran para Jehová y sus sacerdotes, y usándolo todo para sus propias lujurias sin que el padre lo impidiera, echándole del templo; «El pecado de los jóvenes era muy grande delante de Jehová, porque los hombres trataban con irreverencia las ofrendas de Jehová». (1 Samuel 2:17)
Volviendo a la historia del hijo pródigo, los ministros deben definir muy claramente las reglas del juego que deben reinar en su hogar; no olvidando que éste es una extensión del reino de Dios, y hacerle ver a sus hijos que mientras vivan con él, deberán apoyar y respaldar con sus vidas el ministerio, pero cuando quieran vivir «haciendo lo que les dé la gana» deberán tomar el camino del hijo pródigo: irse y buscarse la vida separados de su hogar, para que así el padre no sea cómplice de su pecado. Pero debemos reconocer que sobre los hijos de los pastores se ciñe una serie de presiones que no son comunes en los demás hijos de los hermanos de la iglesia. Hay varios factores que hacen más conflictiva la familia del pastor, y por lo tanto, los ministros deben asumir estas realidades a la hora de formar una familia, para poderla mantener como un fuerte apoyo en su ministerio, y que no le sea ocasión de estrés.
1º. Debemos entender que cuando el padre se entrega mucho a la obra y a los demás en su trabajo con la iglesia, descuidando así la mucha relación con sus hijos, podrá despertar en estos un «celo» hacia la iglesia, el cual podrá incluso hacerles ver a ésta como enemiga suya. Muchas veces el padre planea salir con sus hijos, y sin algunas emergencias de la obra le impiden hacerlo. Esto puede asimilarse como un resentimiento que el hijo puede guardar al ver que la iglesia le roba el tiempo de su padre, máxime cuando la madre le reclama al padre la falta de atención por estar siempre en los asuntos pastorales.
Una vez un hijo de pastor me dijo que no podía soportar ir a la iglesia, porque ésta le había robado el cariño de su padre. Pensemos bien en este peligro, es una realidad siempre latente.
2º A los hijos de los pastores la mayoría de los hermanos les demandan mucho; esperan más de ellos y de nosotros que lo que a veces podemos dar, y todo el mundo tiene los ojos puestos en ellos, obligando a los padres a exigirles más que a los demás. Cuando el hijo del ministro comete una falta, todo el mundo lo señala, lo mira y lo juzga afirmando «es el hijo del pastor», ignorando que es un hijo más y que la posición no tiene que ver con el carácter, personalidad y temperamento del niño. Que los hijos de los ministros siguen siendo igual que todos los demás hijos, y que no se les debe presionar más que a otros por esta razón. Para evitar esta tragedia, que terminará frustrando al hijo del pastor en su relación con la iglesia, debemos educarla para que entienda que éstos son iguales que todos y que pueden cometer los mismos errores y tener las mismas inquietudes y travesuras que los demás niños, pues no son prodigiosos por ser hijos de un ministro. Muchas de las críticas y presiones hacia los hijos de los ministros nacen de la envidia, el celo y de un espíritu de desquite que a veces obliga a los pastores a presionar a su familia para que de más de lo que puede, y esto a la larga repercute en la rebeldía de los hijos hacia la obra. Es bueno definir que no se debe presionar ni demandar más al hijo del ministro que a los demás jóvenes de la iglesia. El padre tampoco debe exigirle mucho, tan sólo se debe limitar a establecer unas normas mínimas de juego dentro de la vivencia hogar-iglesia, y tratar a su hijo dentro de ésta, como trataría a cualquier otro joven, no esperando de él acciones ministeriales; pues como he dicho antes, lo que tuvo cuando nació su hijo no fue un pastorcito, sino un hijo normal y común, y eso de ser pastor o ministro tiene que venir sola y exclusivamente de Dios.
Eso sí, el mantener el orden y la moral familiar es un deber. Si alguien no desea acatar estas reglas, pues tendrá que irse de la casa y hacer su propia vida, pues si es cierto que yo no puedo imponer la moral, tampoco estoy obligado a encubrir el pecado y mantenerlo dentro de mi propia casa.
3º Debemos aprender a ser, más que pastores, padres. Muchas veces los ministros siguen siendo pastores en la casa al igual que en la iglesia. ¿Pero si soy siempre pastor?… No me refiero a la posición funcional dentro del cuerpo, sino a la actitud de relación dentro de la familia. Como pastores estamos para tratar a la gente: exhortar, predicar y atender los problemas, pero como padres debemos ir un poco más allá, ser más naturales; jugar con mis hijos, tener intimidad, no darles sermones, aunque si ejemplo. Debo tratar de que ellos no me vean en la casa de la misma forma en que me ven en la iglesia. Debo ser natural y sabio, para que la amistad y la confianza reinen con mis hijos. A veces la iglesia es estricta. El pastor tiene un clásico estilo de un hombre formal, con traje y corbata, y que siempre está usando la Biblia. Los hijos deben ver que en el hogar no reina este espíritu «religioso», aunque si deben de ver el modelo de vida cristiana. Hay que diferenciar entre «religiosidad» y vida cristiana. No debemos hacer de nuestras casas un convento místico… y de la Biblia un «todo lo condena». Necesitamos ser naturales, salir de paseo con nuestros hijos, jugar con ellos en el suelo cuando son pequeños y tratarlos con la confianza que inspira el amor. No llevar dentro de mi familia la problemática de la iglesia, ni permitir presión sobre ella. No imponerle a mis hijos la «religión» en forma imperativa. Si alguna vez no desea ir al culto, pues que no vaya. A veces los hijos de los ministros padecen de «cultitis» (intoxicación por asistir de continuo a muchos cultos). Cuando mi esposa y yo viajábamos por Noruega, nuestros hijos, a veces, tenían que acompañarnos a muchas reuniones (hasta tres cultos en un día). Mi hija Elizabeth, ahora dedicada a la obra misionera, me decía -.Papa ya conozco todos tus sermones y enseñanzas.-. También hubo una etapa en que Alexander, el hijo mediano, no deseaba ir a la iglesia, tenía 12 años, y nosotros le decíamos que si no quería ir, pues que se quedara en la casa. Hay que ser sabios, la saturación de cultos, actividades y presiones religiosas sobre una persona que no ha tenido una experiencia espiritual puede producirle más daño que bien. No vamos a forzar nada, sino que vamos a esperar que se cumpla la palabra «Echa tu pan sobre las aguas, porque después de muchos días lo volverás a encontrar». (Eclesiastés 11:1) Recordemos que la obra es de Dios y que todo viene como producto de la vida de Jesús en nosotros, y no por la imposición o herencia religiosa.
Pero lo que más debemos cuidar, como ministros, para mantener a nuestra familia unida, es la vida que desarrollemos en el hogar. Cuando hay contradicciones entre lo que predico y lo que vivo, los primeros que se darán cuenta serán los de mi casa. Cuando mis hijos y mi esposa descubran mi falsedad, cuando entre el dicho y el hecho haya mucho trecho, cuando mis palabras sean huecas y vacías, cuando la hipocresía religiosa reine en mi conducta, de seguro que todo mi hogar se tambaleará, mis hijos se rebelarán y mi esposa perderá la confianza en mí. La falta de credibilidad resta autoridad. La falta de autoridad nos quita el poder. La pérdida del poder y del testimonio hacen que la palabra de Dios sea como paja tirada al viento. Si algo es causa de conflictos en la vida del pastor es la contradicción y sinceridad en su conducta ministerial, y los mejores jueces de un ministro en este área son la familia.
Así que si sabemos ser pastores, esposos y padres; y si aprendemos el correcto equilibrio entre todo esto, de acuerdo a las ordenanzas bíblicas, podremos forjar una vida estable, emocionalmente hablando. De lo contrario caeremos en peligros, tensiones y fracasos que nos llevarán a la ruina ministerial y espiritual. De manera que cuida tu vida familiar y las decisiones que al respecto vayas a tomar.
____________________________________________________________________________________________________________________________
9- INTEGRIDAD MINISTERIAL
“ ¡Guardaos de los perros! ¡Guardaos de los malos obreros! ¡Guardaos de los que mutilan el cuerpo! “. FILIPENSES 3:2
Una de las muchas cosas, de las cuales adolecemos en el mundo que nos ha tocado vivir, es la falta de integridad en todas las esferas de nuestra sociedad. La palabra de moda hoy es «corrupción», y está generalizada en lo político, moral, social y religioso. Para poder combatir la corrupción, debemos proclamar la INTEGRIDAD. ¿Pero que es INTEGRIDAD:? Es una palabra que encierra grandes connotaciones. Es mucho más que honesto. Significa rectitud, cabalidad, responsabilidad, fidelidad, mayordomía, justicia, entereza, verdad, etc.
Dios demandó de Salomón, al igual que de David, de «que anduvieras delante de mí…en integridad de corazón y en equidad…»(1 Rey 9:4), pues es básica para conservar nuestro ministerio con credibilidad (Tit 2:7) e incluso para ser salvos (Prov 10:18). Esta cualidad produce confianza (Prov 10:9) y hace que Dios nos sustente en todo y gocemos de su presencia aun en los momentos difíciles (Salmo 42:12). Pero ¿No corremos el peligro de ser envueltos por la atmósfera de deshonestidad y mentira que hoy nos rodea? Sí, somos vulnerable si nos apartamos de la Palabra. El apóstol Pablo habla en Filipenses de los MALOS OBREROS, de los MUTILADORES DEL CUERPO y de los PERROS.
No hay nada más terrible para corromper el evangelio que dejar que el engaño, la mentira y la deshonestidad se introduzcan en la iglesia, y los más vulnerables hacia esto somos los ministros, pues sin darnos cuenta, las influencias de la mente de este siglo se impregnan en nosotros. En 30 años de ministerio, he tenido que enfrentarme a esta plaga que me ha producido mucha carga y aflicción. El ser ministros nos hace vulnerables para un mayor ataque del enemigo, además somos modelo, ejemplo; personas con una vida pública, la cual muchos miran para bien o para mal, a fin de buscar en nuestros hechos lo que predicamos con nuestros dichos. Es por ello que el apóstol Pablo recomienda a los ministros «que tengan buen testimonio de los de afuera, para que no caigan en descrédito.» (1 Tim 3:7). Existen tres áreas de integridad que debemos proteger, para que no caigamos en DESCRÉDITO.
ÁREA MORAL: ¡Cuántos escándalos trae el sexo a los hombres de Dios! ¡Cuántos hay que, sin darse cuenta, son seducidos por la carne, dándole lugar al maligno! Es importante pensar que nuestra vida moral debe ser ÍNTEGRA, cuidándonos no sólo de la tentación, sino de la acción; esto es, actuar sin malicia, sintiéndonos rectos, pensando en la gran nube de testigos que tenemos alrededor. Recordemos que además del peligro de pecar, latente siempre en esta naturaleza pecaminosa, está el de la trampa diabólica. Ejemplo: Un pastor visitaba a una viuda para ministrarle, pero ella estaba poseída por un espíritu de engaño y de mentira, y acusó al pastor diciendo que él había tenido relaciones sexuales con ella, siendo la ruina de su ministerio y de su hogar.
Cubrámonos la espalda:
- 1- Evitemos visitar, o estar a solas con el sexo opuesto.
- 2- Entrenemos a nuestras esposas para que atiendan ciertas áreas peligrosas hacia el sexo opuesto.
- 3- Usemos la astucia para bien, y pensemos en los peligros que muchas acciones sanas pueden encerrar ante un mundo que nos tiene en la mirilla del microscopio.
ÁREA ECONÓMICA: Pablo da una advertencia al joven ministro Timoteo y le previene del peligro de la ambición material, aconsejándole que esté contento en lo mucho y en lo poco, afirmando que «raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Tim. 6:6-10). Tanto Pablo como Pedro advierten del peligro que la codicia y el dinero les pueden traer a los siervos de Dios. (1 Tim. 3:3; Ti. 1:7; 1 Pd. 5:2)
Hay muchas cosas deshonestas en esta área, en las que sin darnos cuenta, podemos caer, a menos que tengamos un claro concepto de la INTEGRIDAD ECONÓMICA:
- 1- Pedir a la gente que diezme, y nosotros no hacerlo.
- 2- Pedir fondos para un fin, y después determinarlo para otro.
- 3- Pedir una ofrenda para tal persona o proyecto, y después menguarla.
- 4- Presentar un proyecto para el Señor, y valerme de él para mi bienestar.
- 5- Abusar de los bienes de la comunidad para beneficio propio.
- 6- El vivir económicamente muy por encima de las realidades de la iglesia a la cual pastoreo.
- 7- Alterar números, facturas, etc. para tener «ganancias».
- 8- Aceptar, renunciar o mantener una situación ministerial por interés económico.
- 9- Condicionar mi mensaje y acciones a los beneficios materiales, más que a la necesidad bíblica del momento.
ÁREA MINISTERIAL: Debemos ser íntegros en todas nuestras acciones ministeriales, actuar para engrandecer el reino de Dios y no nuestro nombre, posición o capacidad. La jactancia, vanagloria y presunción son males que atentan contra la integridad del siervo del Señor.
Vivimos la época de los «hombres grandes», de los «títulos», y de la falta de ética y respeto ministerial. Nos dejamos envolver de la diplomacia, y no somos sinceros a la hora de enfrentar realidades. Queremos quedar bien con todos, y a la larga quedamos mal con algunos. Nuestro hablar debe ser «sí, sí» o «no, no». (Mt. 5:37; Stg. 5:12) Esto quiere decir ser claros, francos y firmes, sin dobleces.
No debemos buscar protagonismo, alterando o exagerando ciertas «medias» verdades. Cada vez que leo revistas de evangelistas o grupos evangélicos y veo sus «informes», me llevo las manos a la cabeza y me pregunto: ¿Dónde está la verdad? Una vez me dijo un pastor: -Cuando des el informe de los miembros de tu iglesia infla la cifra, pues debemos tener un buen número ante el gobierno.- y esto ¿es integridad? Y cuidémonos de:
- 1- No dar informes falsos para buscar prestigio.
- 2- Ser tan diplomáticos que encubramos la verdad.
- 3- Decir «sí» cuando sabemos que no podremos cumplir.
- 4- Buscar hacer las cosas para tener protagonismo.
- 5- No saber ser buenos confidentes, y no guardar
- confesiones.
- 6- Callar por delante y hablar por detrás.
- 7- Demandar a otro lo que yo no estoy dispuesto a hacer.
Así que afrontamos nuestras acciones correctamente, para no tener de que avergonzarnos cuando comparezcamos delante de la presencia del Señor.
Amén.
- [1]-Dentro del contexto religioso, un ídolo es un objeto vivo o inanimado del cual dependemos, y se convierte en centro de nuestra vida, al cual rendimos adoración.
- [2] – Entre ellas están la del humanismo, individualismo, pragmatismo
- y positivismo.
- [3]-Mateo 17:3, 26:57, Lucas 9:1-6, 10:1-12, Juan 21:20-25.
- [4]-Ancianos equivalen a líderes de la iglesia. Varios por localidad, según Hechos 14:23, 15:4, 20:17, Santiago 5:14, 1 Pedro 5:5.
- [5] -Aquiles, héroe de la mitología griega era indestructible a menos que le diera la flecha en el Talón, de ahí nace esta expresión
Reverendo Fumero, bendiciones que gusto es para mi poder bendecir su vida, gracias a Dios por hombres como usted, todo esto me edifica y en especial este libros, creo firmemente que lo que usted expones es una gran realidad lo felicito y a Dios gracias, bendiciones.