Ángel Bea

CUANDO el apóstol Pablo escribió en su carta a los Gálatas 3.28 que “en Cristo Jesús ya no hay judío ni griego; esclavo ni libre; varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” es evidente que el apóstol estaba refiriéndose a LA SALVACIÓN y al hecho de que Dios no hace acepción de personas en razón de su nacionalidad, cultura, sexo, ni condición social. (Hch.10.34-35).
Sin embargo, no podemos limitar la “salvación” al hecho de que cada uno la acepte y la experimente de forma individual y de cara a “ir al cielo”, sin que tenga consecuencias en las relaciones con los demás. El mismo apóstol Pablo menciona el hecho de que por medio de la muerte de Cristo, Dios “mató en ella las enemistades” y “derribó el muro de separación que había” entre los seres humanos; de los cuales la separación y rechazo mutuo entre judíos y gentiles, (además de otras como entre hombres y mujeres, libres y esclavos, etc.) era el más representativo. (Ef.2.13-18).
Esto quería decir que la declaración universal del apóstol Pablo mencionada más arriba, debía de tener unos efectos prácticos en las relaciones entre los seguidores del Señor Jesús. De otra manera no se hubiera entendido el hecho salvífico de Dios en Cristo. Esto sería largo de explicar y exponer, sobre todo por lo ocurrido a lo largo de la historia con algunas de las divisiones mencionadas por el apóstol Pablo, aún dentro del pueblo de Dios. Algo realmente escandaloso y vergonzoso.
Por ello, en relación con lo dicho anteriormente se podrían poner muchos ejemplos relacionados con algunas de esas divisiones (esclavitud, racismo, menosprecio de la mujer, etc.) pero sería para un artículo mucho más largo que esta breve reflexión. Pero, al menos, sí podríamos sacar conclusiones sobre estas sabias (y en su tiempo, escandalosas) palabras del apóstol Pablo. Sobre todo si consideramos el panorama político y social de nuestro país que, se quiera o no, ha venido afectando profundamente también al pueblo evangélico.
No me cansaré de decirlo, pero el asunto de las divisiones va más allá de cuestiones teológicas de todo tipo. (O quizás, el asunto tiene más de teológico que de otra cosa). Basta leer el lenguaje usado por algunos creyentes a la hora de hablar de los que no piensan como ellos. No nos parece que usen un lenguaje acorde con lo que correspondería a la condición de “pacificadores” de los cuales habló Jesús, y que estarían luchando más por traer reconciliación que atizando el resentimiento que, de antiguo, está en tantos corazones y que muchos demagogos de la clase política están usando para su propio provecho. En este sentido, es posible que en “el mundo” -del cual muchas veces hablamos despectivamente- a diferencia de “la comunidad de los santos” se encuentren personas con un espíritu más acorde con el sentir y la enseñanza de Jesús.
¿Cómo puede ser esto? Pues sencillamente porque muchas personas están hartas y se resisten a entrar en la vorágine del resentimiento y del odio en la cual gran cantidad de “listos” quieren introducirlos, cuando aquellos lo que desean, de todo corazón, es la paz, no la guerra.
Por tanto, ¿Salvación?. ¡Sí!. A eso se refería el apóstol Pablo en la cita mencionada más arriba. ¡Vale!. Pero si queremos contextualizarla aquí y ahora, hemos de preguntarnos cómo afectaría esa salvación en nuestras relaciones con nuestros hermanos de izquierdas o de derechas; nacionalistas-independentistas, o lo contrario; gitanos o payos; acordes con el Régimen del 78 o partidarios de una III República, etc., etc. Eso es algo que todavía está por ver. Sobre todo, cuando hay quienes piensan, creen y demandan de los demás que piensen como ellos; y a veces de manera despectiva y con un espíritu de superioridad.
Evidentemente, no podemos negar con los hechos lo que confesamos con nuestra boca. Pero la Palabra de Dios sigue y seguirá siendo verdad siempre; tal y cómo reza el título de esta breve reflexión: Que, en Cristo Jesús, todos los muros han sido derribados.
Ahí lo dejo.
(Ángel Bea)