Ángel Bea.
NUESTRA NECESIDAD DE ADORACIÓN.

Como estoy seguro que la oración del Padrenuestro es conocida por todos, me limito a recordar la primera parte que expresa, en primer término, la adoración de aquel o aquella que se dirige a Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mat.6.9)
Los comentaristas bíblicos, siempre nos han dicho que la oración del Padrenuestro se compone de dos partes, la primera tiene que ver con nuestra adoración a Dios; y en la segunda solicitamos sus favores para con nosotros.
Siendo eso cierto, no lo es menos que si bien con la segunda parte expresamos nuestras necesidades (el pan, el perdón, su guarda, etc.) en un sentido, también está presente nuestra adoración a Dios el Padre. En su momento lo explicaremos. A veces hemos oído o leído de personas (¡y personas cultas!) que dicen que “el Dios de la Biblia es un Dios egoísta, porque demanda adoración para sí”. Sin embargo, ignoran que a veces los escritores bíblicos usan un lenguaje antropomórfico para explicar a Dios. Dios mismo estaría usando el mismo lenguaje que nosotros para que le entendamos mejor. Eso está muy lejos de pensar que los escritores bíblicos tenían una idea equivocada sobre Dios. En todo caso y sobre todo en el A. Testamento su visión de Dios estaría bastante menos completa que en el N. Testamento. Lo cierto es que la inspiración de la cual fueron objeto hace que el mensaje acerca de Dios, nos sea más sencillo.
La Biblia dice de Dios que… “los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener” (2ªC.6.18) y el apóstol Pablo añade: “el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos de hombre, como si necesitase de algo; pues él es quien da aliento y vida y todas las cosas” (Hech. 17.24-26) Tales palabras, acaban con la idea de que los escritores bíblicos tenían un concepto equivocado sobre Dios. Aunque esas declaraciones no agoten, en manera alguna, otros aspectos del conocimiento que tenían de Dios.
Conocimiento que no lo adquirieron por la vía del “estudio personal” sino por revelación de Dios mismo. Ahora bien, cuando adoramos a Dios no sólo reconocemos su existencia, sino también sus atributos perfectos; le reconocemos como el Creador y Sustentador de todo y de quien recibimos todas las cosas. Entonces, cuando no le adoramos estamos negando tales realidades, además de volvernos ingratos para con Él, lo cual es un gran pecado. Entonces, si quitamos a Dios del centro ¿a quién ponemos en el centro de todo? Evidentemente, a nosotros mismos. Nosotros nos convertimos en “dioses” o caemos en diversas idolatrías. La cosa es sería. Tal actitud, afecta nuestra forma de pensar con respecto al origen del universo y el nuestro propio; nuestra identidad también se vería afectada de forma seria, pues si Dios no nos creó a su imagen y semejanza, entonces, ¿quién soy yo?; pero también se ve afectada nuestra vida ética y moral; ¡y aún nuestro propio destino! (Ro. 1.18-34) Porque si uno no adora a Dios, acabará adorando a otro, a sí mismo u otra cosa y sin dicho reconocimiento y dependencia, estamos abocados al caos y a la perdición.
Dios no necesita de nuestra adoración, pero nosotros ¡sí necesitamos adorar a Dios!. Él es nuestro Creador y además, nuestro Redentor y Salvador por medio de Jesucristo. Entonces, necesitamos reconocerle, depender de Él y ser agradecidos.
Por tanto, “Padre nuestro que estás en los cielos”, es una expresión de adoración. Sin duda Jesús quería enfatizar la idea de que, “vosotros estáis aquí, en la tierra y el Padre está allí, en el cielo”; lo cual debería de llenarnos de una profunda reverencia y humildad. Él no es nuestro “colega”, con el cual podamos entrar en “confianzas” ajenas al carácter propio de su santidad, justicia y verdad. Pero por otra parte esa es también una declaración de confianza. Dios nos ha adoptado como hijos suyos. Tal adopción, implica el haber recibido su propia naturaleza divina. (2ªP.1.4; Gál.4.6) por lo que nada puede impedir que experimentemos en nuestra vida el profundo amor de Dios, como Padre y podamos acercarnos a Él con toda confianza. Y tal realidad, nos llena de un gran agradecimiento y gozo.
Luego, cuando decimos “Santificado sea tu nombre”, indica la prioridad que debe tener Dios el Padre, en nuestra vida. Será Su gloria lo que deberá importarnos por encima de todas las demás cosas que deseamos y necesitamos. Es aquello que, incluso en las horas más oscuras, dijo Jesús: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Luc. 22.42) Eso no evidencia egoísmo por parte de Dios; eso resalta que en él y sólo por él puede haber una absoluta armonización en el universo; pero primero, en mi “universo” interior. (Ef.4.5-6) Tal armonización, resultante de nuestra relación y adoración a Dios, tiene consecuencias para el creyente en términos de seguridad y paz interior (J.14.1, 27) ya que tanto nuestra identidad como el sentido, propósito y destino de nuestra vida, dependen y lo recibimos de Él.
De todo lo dicho se sigue que la humildad, la confianza, el amor, el gozo, el agradecimiento, la seguridad y la paz serían las consecuencias lógicas de nuestro reconocimiento –adoración- a Dios el Padre; aunque estas se vean alteradas por las adversas –a veces terriblemente adversas- condiciones de vida de Sus hijos.