LA ORACIÓN DEL PADRENUESTRO (IX)

Ángel Bea.

Continuando con la exposición de la oración del Padrenuestro, llegamos al final de  la misma con las palabras, “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mt.6.13), Las palabras “porque tuyo…” y lo que dice a continuación, pone de manifiesto cuál es la razón por la cual pedimos y solicitamos a Dios, nuestro Padre y no a otro, los favores mencionados anteriormente en toda la oración del Padrenuestro. ¿A quién si no, íbamos a hacer todas esas peticiones?. En esto hemos de ser incorruptiblemente bíblicos; sobre todo ante la cantidad de supuestos “mediadores” y “mediadoras” que se han impuesto desde la religión que fue oficial en nuestro país durante siglos. (A buenos entendedores, con pocas palabras basta).

Luego, si el Padrenuestro comienza con adoración por parte del que ora, también termina con una expresión de adoración, clara y nítida, pues en tanto al final todo es por y para la gloria de Dios, además de ser una expresión de adoración, también viene a clarificar cuál es el sentido de la oración que estamos considerando. Todo es de Él y todo le pertenece sólo a Él; de ahí que la gloria como la finalidad de todo lo creado sea para Él. Lo asombroso es que todo cuanto se dice en relación al Padre, también se dice en relación con el Hijo, Jesucristo (Ver, Col.1.15-17; 5.12-14). Eso, como un aviso a determinadas sectas religiosas que no son sino un plagio de la verdad cristiana revelada en las Escrituras, y que han tratado de rebajar la dignidad divina del Verbo, la Palabra encarnada y el Cristo revelado.

Por otra parte, esta enseñanza fue revolucionaria en tiempos de Jesús. La razón es porque en la mentalidad de los gobernantes políticos, el reino, el poder y la gloria  solo pertenecían al Imperio Romano y eran representados en la persona del Emperador. Y cualquier atisbo de rebelión contra el reconocimiento y el orden establecido, era aplastado sin contemplaciones. En armonía con esa realidad y con la propia historia del pueblo de Israel, era lógico que los judíos mesiánicos esperaran a su “libertador”, el Mesías prometido, con la idea de que les libraría de la dominación romana por medios militares. ¡Y aun los mismos discípulos del Señor participaban de esa idea!. Por tanto resultaba extraño que Jesús, siendo el Mesías anticipara a sus discípulos que tuviera que sufrir y morir, como ya dijimos en alguna de las exposiciones. (Mt.16.21-22: Lc.9.44-45; J.18.10).

Solo después de la resurrección de Jesús entendieron cuál era la naturaleza y el carácter del reino de Dios: El reino de Dios había llegado de manera diferente a los reinos de este mundo (Mr.10.42-45). El reino de Dios no se impondría por la fuerza y el poder militar de las armas, sino por la fuerza del amor. No hemos de olvidar que la oración del Padrenuestro fue enseñada por Jesús en el contexto del Sermón del Monte, en el cual Jesús enseñó sobre la humildad y la mansedumbre; la pacificación e incluso el amar a los enemigos; enseñó sobre poner la otra mejilla cuando uno es golpeado; enseñó a no pelear por algo de valor; pero también enseñó sobre el perdón, y a buscar la reconciliación con el prójimo, como ya vimos anteriormente.

“Mi reino –dijo Jesús- no es de este mundo” (J.18.36). Y realmente el reino de Dios anunciado por Jesús, no era de este mundo. De ahí que la máxima expresión de Su reino, no tenía que ver con la violencia y un derroche de poder contra sus enemigos, sino con el amor de Dios; y el amor de Dios se dio y expresó en humildad y debilidad; en sus sufrimientos y en la propia muerte de Jesús en la cruz. Tal y como está escrito: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun

pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro.5.8) Pero por otra parte, la máxima expresión del poder de Dios podría haberse manifestado pulverizando a sus enemigos de un soplo, pero no lo hizo. El poder, Su poder, se manifestó a través de su propia resurrección. La resurrección de Jesús, no solo fue un acto reivindicativo de la persona de Jesús por parte de Dios, su Padre. Él no era un malhechor, ya que le crucificaron como a tal, sino el Hijo de Dios; el Mesías prometido, tal y como lo presentó el apóstol Pedro en Pentecostés (Hch.2.36). Pero la resurrección también validaba el carácter redentor y expiatorio de la muerte de Cristo.

De todo ello se desprende que en relación con la implantación del reino de Dios, el Apóstol Pablo, siguiendo a Jesús, dijera: “Porque no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas; contra huestes espirituales de maldad, en las regiones celestes…”. (Ef.1.10-12). Por tanto, las armas divinas difieren de las armas que comúnmente usan los humanos para establecer “sus reinos” y defenderlos de todo ataque. El Reino de Dios, pues, no se identifica ni se establece con la violencia sino con el amor; aunque eso no quiere decir que debamos permanecer impasibles y en silencio, frente a las injusticias y los abusos de los cuales seamos testigos. Precisamente Jesús habló de cómo muchas veces sus discípulos sufrirían “por causa de la justicia” y serían “ultrajados y perseguidos” por causa del nombre de Cristo. (Mt.5.4-6,10-11). La historia de la Iglesia está llena de ejemplos semejantes a los que anunció Jesús de antemano.

Pero fue y así sigue siendo, en ese contexto de soberbia y oposición, que los verdaderos cristianos de todos los tiempos, han tenido que vivir en una continua tensión contra las fuerzas opositoras, tanto humanas como diabólicas. El vivir conforme a los principios del reino de Dios y dependiendo del Padre para su sustento diario; el perdón de Dios, tanto para darlo como para recibirlo; y sin importar tampoco que muchos se burlen de los cristianos porque tenemos “tentaciones”.  Tampoco importa que se burlen del mal y del “maligno”, que para muchos, incluso creyentes, ¡El diablo no existe!.

CONCLUYENDO…

La oración del Padrenuestro, comienza con adoración, -como dijimos al principio- pero también termina con adoración. (En realidad, toda la oración es una expresión de adoración). Pero las últimas palabras mencionadas en dicha oración son un reconocimiento de Dios, de su poder, de su reino, de su gloria y de su naturaleza divina-y-eterna. Por tanto, los seguidores de Jesús, siempre hemos de tener en cuenta que, cuando oramos el Padrenuestro, estamos adorando a Dios, el Padre; estamos confesando nuestra necesidad y dependencia de Él, y también estamos confesando que tenemos puesta nuestra esperanza en la manifestación gloriosa del Reino eterno de Dios, sobre el cual, añadiría más tarde el Apóstol Pablo que…“A su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes y Señor de señores –Jesucristo- El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni pude ver, al cual sea la gloria y el poder. Amén” (1ªTi.6.14-15).Que el Señor os bendiga, abundantemente.

Acerca de unidoscontralaapostasia

Este es un espacio para compartir temas relacionados con la apostasia en la cual la Iglesia del Señor esta cayendo estrepitosamente y queremos que los interesados en unirse a este esfuerzo lo manifiesten y asi poder intercambiar por medio de esa pagina temas relación con las tendencias apostatas existentes en nuestro mundo cristiano.
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