Mario E. Fumero
Dentro del concepto del Reino, se presenta el principio de ser ejemplo, lo cual es fundamental para poder ejercer una autoridad espiritual correcta. Desde la perspectiva; «ser ejemplo en todo», Jesús enfocó su ministerio en la formación de sus discípulos, afirmando que: «Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» Juan 13:15.
DEFINICIÓN DE «EJEMPLO»
Es bueno analizar el sentido gramatical de esta palabra: Según la lengua española, el término «ejemplo” es «la actitud de comportamiento digno a ser imitado de una persona, por su altruismo, o conducta a seguir». Es la forma de revelar aquello que afirmamos, predicamos u ordenamos. Es parte de nuestra forma de ser como cristianos, evidenciando lo que hay en nosotros (Efesios 5:1).
Cuando hablamos de «ser ejemplo» nos referimos a nuestro testimonio delante de las personas, lo cual respalda nuestra credibilidad, y nos concede autoridad para demandar de otros lo que nosotros mismos evidenciamos con nuestros hechos (1 Tesalonicenses 1:6, 2:14).
¿Cómo se manifiesta el ejemplo? Con nuestras acciones. Él evidencia todas las cualidades o virtudes que como cristiano debemos mostrar a los demás. Es la plataforma para formar discípulos desde una perspectiva práctica, porque no se fundamenta en teoría, sino en hechos. Es por ello que San Pablo, al formar discípulos, les dice de forma categórica: «Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad los que así anduvieren como nos tenéis por ejemplo» Filipenses 3:17. Este concepto es el punto de partida para aceptar, no solo la oferta bíblica de bendiciones y prosperidad, sino que se presenta como muestra de que debemos estar dispuestos a padecer y sufrir como cristianos, como padeció el mismo Jesús (1 Pedro 2:21), por lo que envuelve no solo una forma de ser, sino una actitud de aceptar las consecuencias de seguir al Señor pese a las circunstancias del diario vivir, siendo coherentes con nuestros principios, porque los buenos ejemplo dentro de un mundo corrupto producen dolores, dificultades y rechazo de aquellos que no aceptan «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27).
LA CAUSA DE LOS ESCANDALOS
La mayor causa de escándalos en el cristianismo moderno, es la contradicción de muchos pastores y líderes entre lo que predican y lo que viven. La gente está viendo ambas cosas, o sea, escucha lo que predicamos, y observa que no lo practicamos. En esto último se evidencia la realidad de Cristo en nosotros, ¿Somos ejemplo de los fieles? (2 Timoteo 2:2). Por la carencia de ejemplos positivos, tenemos un mundo cada vez más escéptico. Este doble discurso hace que la fe en Cristo sea endeble, pues la gente observa y espera que la palabra se encarne en nosotros. Es por ello que San Pablo afirma que somos » cartas escritas» pero no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo (2 Corintios 3:2), o sea, la Biblia tiene que encarnarse en nuestra forma de ser, y ahí se encierra el término «ejemplo».
Es común, en nuestros tiempos, demandarles a otros lo que yo mismo no estoy dispuesto a hacer, por lo que la contradicción entre el dicho y el hecho produce frustración. Esto convierte el evangelio incoherente de acuerdo a los postulados proclamados y vividos por el mismo Jesús y sus discípulos. Entonces la falta de ejemplo, socaba varios principios básicos de la vida cristiana, afectando principalmente el ejercicio de la autoridad y de la credibilidad, algo que analizaremos en otro capítulo.
EL EFECTO DE LOS MALOS EJEMPLOS
Uno de los fenómenos en los países llamados cristianos, es el crecimiento del escepticismo y del ateísmo, así como la falta de credibilidad de las iglesias cristianas. ¿A qué se debe este fenómeno? A la frustración de la gente frente a la vida mediocre que llevan la gran mayoría de los que se llaman cristianos, los cuales, por no dar ejemplo de lo que dicen creer, inducen a muchos a dudar, y toman la vida cristiana como una farsa, y todo, porque los que dicen creer en Dios, no le creen a Dios, porque viven según sus deseos carnales. Cuando nuestro testimonio atenta contra los principios de la Palabra, se crea el desconcierto, y es ahí cuando Jesús denuncia a los que causan escándalos, por no vivir conforme a lo que dicen creer, y declara: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar” (Marcos 9:42), dando a entender que los malos ejemplos son una afrenta a su palabra.
Es por ello que antes de participar en la cena del Señor, el apóstol Pablo nos recomienda examinarnos a nosotros mismos (1 Corintios 11:28), esto es, revisar nuestras vidas a la luz de la Palabra. Porque el poder de nuestras palabras no descansa en la sabiduría humana que tengamos, ni en los muchos libros que leamos, ni en las lindas palabras que expresemos, sino en la vida coherente que tengamos de acuerdo a lo que proclamamos, así forjamos el testimonio, que, como un imán, atraerá a la gente a los pies de Cristo.