Ángel Bea
La “auto-ayuda” es el esfuerzo del ser humano por usar todos los recursos que tiene a su alcance para “mejorar” y/o “mejorarse a sí mismo”. Pero, ¿cuál sería nuestro punto de referencia o modelo a seguir?. ¿Qué modelo de ser humano tenemos en mente para imitar?. O quizás no tenemos ningún modelo y solo queremos “superarnos”, vencer ciertas debilidades y defectos -¡en incluso pecados que nos dominan!- e ir conformando una imagen diferente y agradable de nosotros mismos, que otros también puedan admirar. Por otra parte, el poder tiene su origen en la persona. El individuo es todo-suficiente. En los libros de auto-ayuda podemos leer del poder no descubierto que hay en todas las personas y que tienen, no solo que descubrir ¡sino usar!
Sin embargo como cristianos, Dios nos pide que renunciemos a esa pretensión y que dependamos en todo de él, usando de todos los recursos que pone a nuestro alcance para conseguir ser hombres y mujeres como él quiere: “Conformes a la imagen de su Hijo…” (Ro.8.29). Jesucristo es nuestro modelo propuesto por Dios; él es nuestro punto de referencia máximo.
Por tanto, desestimamos todo método de “auto-ayuda” en favor de aquella ayuda PLENA que nos presta el Dios que nos es revelado en las Sagradas Escrituras. Se hace necesario renunciar a aquella pretensión de ser todo-suficientes y poner todos nuestros recursos, en favor de una entrega y dependencia absolutas de ese Dios que nos rescató, y a quien debemos todo nuestro amor, adoración y servicio.
El Señor Jesucristo lo dijo de esta manera: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt.16.24) Y el apóstol Pablo, siguiendo a su Maestro lo expresó desde su propia experiencia:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en este mundo, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál.2.20)
Lo dicho no significa que hemos de suicidarnos intelectualmente, convirtiéndonos en unos fanáticos religiosos. No, sino que nos presentamos delante de nuestro Creador y Salvador, poniendo todo cuanto somos y tenemos ante él, sabiendo que en él y por él, todas nuestras facultades y recursos (que él nos dio) podrán ser desarrollados y usados plenamente y de forma excelente. Para eso contamos con la promesa de la asistencia divina, por su mismo Espíritu Santo. Algo que los cristianos olvidamos con muchísima frecuencia:
“Porque es Dios quien en vosotros produce así el querer (el deseo) como el hacer (el poder) por su buena voluntad” (Fil.2.13)
Lo nuestro para “mejorar” y crecer hacia la madurez como hombres mujeres, no está en ningún método de auto-ayuda, sino en una humilde dependencia de nuestro Dios, por el Espíritu Santo y por medio del conocimiento que nos da a través de su Palabra.