Mario E. Fumero
Estamos siendo participes de uno de los procesos más degradantes que ha ocurrido en la historia de la humanidad. Todo marchar aceleradamente; la información, el transporte, la tecnología, los cambios sociales y la pobreza de la humanidad. Hemos visto como el poder adquisitivo de la población mundial se ha reducido drásticamente frente a los nuevos esquemas de la economía neo-liberal cayendo en un 70%, máxime con la pandemia del coronavirus. Quizá algunos piensen que soy exagerado, pero le trasmitiré el informe hecho por Gregorio Iriarte en su libro “Análisis Crítico de la Realidad” publicado en Bolivia en el 1996. Según indica este libro el incremento de la pobreza del 1979 al 1991 en América Latina paso de 130 millones de pobre a 204 millones, más de un 100%. Una de cada 5 personas viven en extrema pobreza. La mayoría de los políticos latinoamericanos entran pobres al gobierno y terminan “millonarios”.
Es curioso ver los contrastes ente ricos y pobres en las cifras que los organismos internacionales establecen. Los países poderosos, que forman el bloque de los ochos, podrían resolver la crisis de la pobreza si tuvieran voluntad política y humana. Por ejemplo, con el valor de un tanque de guerra se podría equipar 520 aulas y con el valor de un avión de guerra se podrían construir 40,000 farmacias, y por el precio de un destructor se podría electrificar 13 ciudades y 19 zonas rurales con una población de 9 millones de persona.
Nuestros países pobres están a expensa de los designios del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), siendo ellos los que dictan las pautas de las políticas económicas que los gobiernos tienen que ejecutar. Los regente del FMI son partes y jueces que controlan las políticas del mundo. Después tenemos a las 10 empresas multinacionales que a su vez controlan los organismos internacionales, imponiendo sus criterios de privatización, con lo cual obtienen más beneficio. ¿Y qué le puede ocurrir a un gobernante que no acepte los designios del FMI? Al ser deudor, y vivir con una economía dependiente de las grandes potencia, no le queda más remedio que someterse a los dictámenes de esto estos organismos, o hacer que su pueblo muera de hambre y miseria generalizada. Si analizamos la una escala del 1 al 10 la calidad de vida del Hondureño según informes comparativos, descubrimos que mientras Suecia tiene con un 9,7 de calidad de vida y Costa Rica un 8,5, Honduras tienen tiene un 5,3 y en descenso, siguiéndole hacia abajo Bolivia con un 4,9 y Haití con un 4,0. ¿Qué revela estas cifras? Que las políticas económicas impuestas nos han llevado a una mayor pobreza, la cual no tiene solución a corto plazo.
El mundo está en quiebra económica, y los capitales son controlado por una minoría que es la que decide el destino de toda la humanidad, esto nos hace prever que estamos cerca de que surja un ordenamiento mundial económico en donde se tracen las pautas para el gobierno mundial y lleguemos al cumplimiento profético de Apocalipsis 13:15-18.
El desequilibrio económico, la injusticia social, la pobreza extrema y la hambruna existente en la población del tercer mundo convertirán a las grandes ciudades en campo de batallas, y se tendrán que implementar medidas de seguridad y control extremo para frenar la inseguridad social se originada por causa de estos desequilibrios. Ya estamos viendo el fenómeno en Honduras, pues el robo, asalto, los negocios ilícitos, las pandillas, el narcotráfico, los secuestros y la delincuencia infantil es la realidad número uno en la problemática nacional.
No hay candidato que puede romper el poder del FMI, ni tampoco pueda detener la imposición de las trasnacionales en el control de los recursos básicos de la nación. ¿Entonces qué podemos hacer? Prepararnos para hacer frente a la crisis que tenemos encima, reconociendo que estamos viviendo los tiempos proféticos anunciados por la Biblia. Es necesario volverse a Dios y sobre todo, ser más justo y solidario con el que sufre. Es necesario combatir la ambición que genera la corrupción. Es necesario compartir las ganancias con el jornalero, y no acumular riquezas injustas, pues de lo contrario, la maldición vendrá sobre nosotros, como dice Santiago 5:4-6.
Tenemos que modificar nuestro estilo de vida como persona, y como nación. Debemos consumir menos y trabajar más. Evitar las importaciones a base de préstamos y exportar más. Reducir el consumo de combustible y cuidar el medio ambiente. Retomar los valores cristianos y familiares, y combatir los vicios e influencias externas que promueven una contra cultura. Aprender, como dice la Palabra de Dios, a estar contento con lo que tenemos, sabiendo que la felicidad no depende de la acumulación de bienes materiales, sino en cumplir el amor, la solidaridad y la comprensión entre todos los seres humanos.
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