(NOTA: Este articulo lo encontré años atrás y lo traigo a la luz pública, pero no se quien es su autor, pero lo tengo desde hace 6 años. Lo revise y le añadí aclaraciones al pie de página. Su contenido es bien profundo. Su estudio requiere el uso de la Biblia pues despeja errores en relación a las modernas ondas proféticas que hoy nos invaden. M.F)
III. PROFETAS VERDADEROS Y FALSOS
Cuando Micaías hijo de Imla y Sedequías hijo de Quenaana se enfrentaron mutuamente ante el rey Acab, uno de ellos advirtiendo acerca de derrota, y el otro prometiendo victoria, apelando ambos a la autoridad de Jehová (1 R. 22), ¿En qué forma podía hacerse una distinción entre el profeta falso y verdadero? Cuando Jeremías enfrentó a Hananías, encorvado el primero bajo el yugo que simbolizaba servidumbre, rompiendo el segundo el yugo como símbolo de liberación (Jer. 28), ¿cómo se los podía diferenciar? O, para mencionar un caso extremo, cuando el “viejo profeta” de Bet-el sacó al “varón de Dios” de Judea con un mensaje engañoso, y luego se volvió contra él con la verdadera palabra de Dios (1 R. 13.18–22), ¿era posible saber cuándo hablaba la verdad y cuándo hablaba engañosamente? La cuestión de la discriminación de los profetas no es en ningún sentido una cuestión académica sino eminentemente práctica, y de la mayor importancia espiritual.
Se han invocado ciertas características externas, de tipo general, del modo de distinguir al verdadero del falso. Se ha sostenido que el éxtasis profético era la marca del profeta falso. Ya hemos notado que el éxtasis grupal era la marca común del naµb_éÆ< en la época de Samuel (1 S. 9–10; etc.). Este éxtasis era espontáneo aparentemente, o podía ser inducido, especialmente por la música (1 S. 10.5; 2 R. 3.15) y la danza ritual (1 R. 18.28). Aparentemente la persona extática se volvía muy olvidadiza e insensible al dolor (1 S. 19.24; 1 R. 18.28). Es fácil, y en realidad casi inevitable, que tomemos con sospechas un fenómeno de este tipo: es tan adverso a nuestro gusto, y se conoce como un rasgo del baalismo, y de Canaán en general. Pero estos no son fundamentos suficientes para una identificación lisa y llana de lo extático con lo falso. Por una parte, no hay indicación alguna de que el éxtasis fuera mal visto en ningún sentido, ya sea por el pueblo en general o por los mejores dirigentes religiosos. Samuel predijo con aparente aprobación que Saúl que se juntaría con los profetas extáticos, y que esto significaría que se había convertido en un nuevo hombre (1 S. 10.6). Además, al emisario de Eliseo se le llama “aquel loco” (2 R. 9.11) por los consiervos de Jehú, indicando probablemente que el éxtasis todavía se consideraba rasgo del grupo profético. Más todavía, la experiencia de Isaías en el templo fue ciertamente de éxtasis, y Ezequiel tenía sin duda cualidades extáticas.
Otra identificación que se ha sugerido como rasgo de la falsa profecía es el profesionalismo: eran siervos pagados por algún rey, y convenía a sus propios intereses decir lo que fuera del agrado del rey. Pero una vez más, esto difícilmente pueda servir de criterio. Samuel era, evidentemente, profeta profesional, pero no era falso; Natán era muy probablemente funcionario de la corte de David, y sin embargo su profesionalismo no fue equivalente, en ningún sentido, a servilismo. Hasta Amós puede haber sido profesional, pero Amasías trata de convencerlo de que a un profeta como él le conviene vivir en Judá (Am. 7.10ss). Como los extáticos, los profetas cortesanos se encuentran en grupos (1 R. 22), y sin duda su posición profesional puede haberse convertido en influencia corruptora, pero decir que así fue realmente es ir más allá de lo que autorizan las pruebas. Jeremías no hizo esta clase de acusación contra Pasur (Jer. 20), aunque hubiese significado una gran ventaja para él el haber contado con una prueba evidente del error de su adversario.
Hay tres discusiones notables sobre toda la cuestión de la profecía falsa en el AT. La primera se encuentra en Dt. 13 y 18. Ocupándonos del segundo capítulo primero, el mismo ofrece una prueba negativa: lo que no sucede no fue dicho por el Señor. Aquí es preciso observar estrictamente la fraseología empleada; no se trata de una simple afirmación de que el cumplimiento es el sello de la genuinidad, porque, como lo indica 13.1ss, puede darse una señal y cumplirse esta, y aun así ser falso el profeta. Inevitablemente, se buscaba el cumplimiento como prueba de un dicho piadoso y genuino: Moisés se quejaba cuando lo que se decía “en el nombre” no lograba el efecto deseado (Ex. 5.23); Jeremías vio en la visita de Hanameel una prueba de que la palabra era del Señor (Jer. 32.8). Pero Deuteronomio afirma sólo lo negativo, porque sólo esto es seguro y correcto. Lo que el Señor dice siempre se cumplirá, pero algunas veces la palabra del profeta falso se cumple también, como forma de probar al pueblo de Dios.
Pasamos ahora a Dt. 13 y la respuesta al problema de cómo discernir al profeta falso: la prueba es de tipo teológico, la revelación de Dios en el éxodo. La esencia del falso profeta es que invita al pueblo a ir “en pos de otros dioses, que no conociste” (v. 2), enseñando así la “rebelión contra Jehová vuestro Dios que te sacó de tierra de Egipto” (vv. 5, 10). Aquí vemos el rasgo final de Moisés, el profeta normativo: él fijó también la norma teológica por la cual podría juzgarse toda enseñanza subsiguiente. El profeta podía alegar que hablaba en nombre de Jehová, pero si no reconocía la autoridad de Moisés, ni aceptaba las doctrinas del éxodo, era un profeta falso.
Esta es sustancialmente la respuesta, también, de Jeremías. Este profeta sensible no pudo llevar a cabo la prueba con la vigorosa seguridad que parecía tan natural en el caso de Isaías y Amós. La cuestión de la certidumbre personal era algo que no podía eludir, y sin embargo no la pudo contestar, salvo valiéndose de la frase tautológica “la certidumbre es la certidumbre”. Lo encontramos en el ardor de la lucha en 23.9ss. Resulta claro por una lectura de estos versículos que Jeremías no puede encontrar pruebas externas del profeta: no hay en ellos aseveración de éxtasis o profesionalismo. Tampoco encuentra que la esencia del falso profeta consista en la adquisición de sus oráculos por sueños: es decir, no hay prueba alguna basada en las técnicas proféticas. He aquí, mas bien, lo que alega Jeremías: el profeta falso es un hombre de vida inmoral (vv. 10–14), que tampoco pone obstáculo alguno a la inmoralidad de otros (v. 17); mientras que el profeta verdadero procura detener la corriente del pecado, e instar al pueblo a la santidad (v. 22). Además, el mensaje del falso profeta es un mensaje de paz, sin tener en cuenta las condiciones morales y espirituales que son básicas para la paz (v. 17); mientras que el profeta verdadero tiene un mensaje de juicio para el pecado (v. 29). Podríamos aclarar aquí que no debe entenderse que Jeremías esté diciendo que el profeta verdadero no puede predicar un mensaje de paz. Esta es una de las nociones más perjudiciales que jamás ha invadido el estudio de los profetas. Hay momentos en que el mensaje de Dios es un mensaje de paz; pero siempre de conformidad con las condiciones del éxodo, o sea que la paz sólo puede existir cuando se satisface la santidad en relación con el pecado. Esto es justamente lo que Jeremías argumenta: que la voz del profeta verdadero es siempre la voz de la ley de Dios, declarada por medio de Moisés de una vez y para siempre. Así, Jeremías afirma valientemente que los profetas falsos son hombres de testimonio prestado, autoridad fingida, y ministerio autoasumido (vv. 30–32), mientras que el profeta verdadero ha estado en el consejo de Jehová, ha oído su voz, y ha sido enviado por él (vv. 18, 21–22, 28, 32). La posición final de Jeremías es, que “la certidumbre es la certidumbre”, pero se salva de la tautología[1] mediante la revelación positiva de Dios. Sabe que tiene razón porque su experiencia es la experiencia mosaica de estar ante Dios (cf. Nm. 12.6–8; Dt. 34.10), y su mensaje concuerda, así como no ocurre con el mensaje del profeta falso, con el “cuadrilátero del éxodo”, formado por los siguientes elementos: santidad (obediencia), paz, pecado, juicio.
La respuesta de Ezequiel es sustancialmente la de Jeremías, y se encuentra en Ez. 12.21–14.11. Ezequiel nos dice que hay profetas que son guiados por su propia sabiduría y que no tienen palabra de Jehová (13.2–3). Así, hacen que el pueblo confíe en mentiras, y los dejan sin recursos en el día de la tribulación (13.4–7). La marca de estos profetas es su mensaje: es un mensaje de paz y de optimismo superficial (13.10–16), y no tiene contenido moral, lo cual aflige al justo y alienta al malo (v. 22). Por contraste, hay un profeta que insiste en llegar al fondo de la cuestión, contestando a la gente no de conformidad con sus pretendidos interrogantes, sino de conformidad con sus corazones pecaminosos (14.4–5), porque la palabra de Jehová es siempre una palabra en contra del pecado (14.7–8). Vemos nuevamente que el verdadero profeta es el profeta mosaico. No es simplemente que en un sentido vago tiene una experiencia directa de Dios, sino que ha sido comisionado por el Dios del éxodo para reiterar una vez más ante Israel los requisitos morales del pacto.
[1] – Figura retórica que consiste en repetir un pensamiento expresándolo con las mismas o similares palabras.